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La hipótesis de Gaia: ¿Es la Tierra un superorganismo o un simple 'trozo de piedra'?

James Lovelock científico y ambientalista, elaboró una controvertida hipótesis que habla de la Tierra como un colosal organismo interconectado y autorregulado. ¿Qué hay de cierto en ello?
La hipótesis de Gaia: ¿Es la Tierra un superorganismo o un simple 'trozo de piedra'?
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Gaia. Seguro que habéis leído o escuchado esta palabra. Utilizada millones de veces como algo despectivo por sus detractores y como una suerte de deidad por muchos de sus defensores, se trata del fruto de la teoría de James Lovelock científico y ambientalista, que definió a la Tierra como una suerte de ciudad compleja conectada en perfecto equilibrio e implicando a la biosfera, la atmósfera, los océanos y la propia tierra que pisamos. Para él, el planeta constituía en su totalidad un sistema complejo perfectamente retroalimentado, cuyo fin no es otro que preservar un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta. Es un poco complejo, pero procedemos a explicarlo en este especial.

La Tierra como un organismo gigante que regula la vida

La idea de que la Tierra se regule a si misma es un pensamiento tan extraño que, tras más de 50 años de vida, la teoría de Gaia sigue poniendo de los nervios a los científicos de todo el mundo, porque el concepto de un organismo gigantesco pluricelular es difícil de demostrar y concretar. ¿Pero de dónde nace? ¿En qué se basa? Se trata de un punto de partida nacido de la mente de James Lovelock, un meteorólogo, escritor, inventor, químico atmosférico y ambientalista que nació en Inglaterra en 1919.

Su trabajo es notable y extenso, pero pasó a la historia al presentar una idea tan interesante y de sentido común como polémica, ya que sus detractores han estado intentando desmontarla y cuestionarla desde finales del siglo XX. Su punto de partida es muy fácil y directo: Según Lovelock, la Tierra se comporta como un organismo gigante, y a raíz de eso, lo quiso relacionar con el concepto de Gaia, la madre tierra, un hecho que los científicos usaron para otorgarle un aspecto esotérico y pseudocientífico.

Tierra Gaia

Lovelock llegó a graduarse en química en su juventud, y estuvo trabajando para el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial desarrollando objetos y gadgets de todo tipo para combatir a las tropas nazis en el frente. Sí, suena de película, pero Lovelock llegó a diseñar el detector de captura de electrones, un invento que le permitió detectar componentes tóxicos en regiones de clima hostil como la Antártida y que a día de hoy tiene muchas implicaciones. Como explican en Cultura Inquieta, el premio Nobel Mario Molina, científico mexicano, se inspiró en su trabajo. En cualquier caso, Lovelock no es ningún tonto. Pronto recalcó en la NASA, y a partir de los años 60, estuvo trabajando para la agencia especial en un proyecto que buscaba demostrar la existencia de vida en el planeta Marte. Este científico creía que no era necesario enviar naves al planeta rojo, ya que basaba observar las condiciones ambientales de la atmósfera de Marte y compararlas con las de la Tierra. En base a ellas, se podría deducir si hay vida o no.

Bristol Tierra

Aquí podríamos encontrar la génesis de la idea de Lovelock. Pronto, comenzó a desarrollar una teoría que hablaba de que un planeta no solamente puede albergar vida en su interior gracias a la composición de su atmósfera, parte fundamental, sino también a la composición del propio planeta, que tendría un papel activo y no de mero contenedor. Es decir, si la Tierra o Marte es vida en sí misma, hablamos de un gran organismo que la alberga. Este científico estuvo desarrollando el concepto durante los años siguientes, pero no llegó a ponerle nombre, algo que sí hizo uno de sus mejores amigos, el escritor William Golding, autor de El señor de las moscas, y el cuál le sugirió el nombre de Gaia, la antigua diosa griega de la Tierra, algo que le gustó al propio Lovelock al principio pero que pronto se convertiría en el arma arrojadiza en los debates y círculos científicos más ortodoxos. Cuando la publicó a principios de los años 70, rápidamente fue adoptada por diversas comunidades y movimientos sociales, un aspecto que la hizo francamente popular, permitiéndole divulgarla en distintos medios y países.

Lynn y Lovelock
Lynn Margulis, defensora de la simbiosis de los organismos y su colaboración en busca del beneficio mutuo, apoyó la teoría

Captando la atención de la microbióloga estadounidense Lynn Margulis, creyente de la simbiosis de los organismos y su colaboración en busca del beneficio mutuo, ambos decidieron colaborar para darle una vuelta y perfeccionarla, aunque la científica nunca quiso otorgarle el halo místico y filosófico que acabó teniendo la hipótesis de Lovelock. Pero siempre se mostró muy activa, ayudándolo a desarrollar la idea de las células complejas o eucariotas y las células básicas y primitivas o procariotas, y su evolución a organelos, partes funcionales de un todo. Trabajando en esta dinámica básica para la vida, la trasladó a una escala mayor y mucho más colosal en términos biológicos. Un argumento que estuvieron desarrollando ambos, fue el relativo al calor del planeta Tierra y la importancia de la temperatura del Sol. Sabemos que la temperatura en la Tierra no ha sido constante, y durante los 4500 millones de años de nuestro planeta, el Sol ha ido aumentado en la misma proporción. Si la temperatura aumenta, ¿por qué la vida sigue existiendo de igual manera? Tanto Lovelock como Margulis pensaron que la vida cambia la composición de los gases terrestres y su proporción atmosférica, y que al hacerlo, se moderan y atenúan los efectos de la radiación solar. Un mecanismo de autorregulación planetaria que sucede de forma paulatina y casi en todas partes a través de los organismos más pequeños que habitan en el planeta.

Océanos

Un ejemplo claro que puso fue el hecho de que flores blancas reflejen la luz solar y eviten la absorción de calor junto con flores oscuras que absorben el calor y hacen que aumente la temperatura terrestre. Todo en un delicado equilibrio. Otro ejemplo que relató fue la microbiota marina productora de sulfatos, cuya población aumenta con la temperatura. Como consecuencia de este hecho, se produce un constante aumento de sulfatos liberados al medio. Cuando estos compuestos se volatilizan, llegan a la atmósfera y funcionan como una especie de núcleos de condensación de agua, creando nubes. Las nubes ayudan a reflejar la luz solar y la temperatura del ecosistema tiende a bajar, contrarrestando la subida de temperatura inicial.

Una teoría polémica que tiene seguidores y detractores

La hipótesis pronto engulló a ambos, y de la fama y el buen recibimiento, se pasó a la crítica enfurecida, la burla y la sorna. Lovelock y Margulis se enfrentaron a la práctica totalidad de la comunidad científica, la cual consideró que lo que contaban ambos no era más que el fruto de las corrientes New Age que pululaban por la sociedad, y que todo, de una forma u otra, estaba contaminado por creencias y poco hechos científicos. Una de las críticas más duras la protagonizó John Postgate, microbiólogo de la Royal Society británica que en 1988 no dudó en denostar a sus compañeros."Gaia, ¡la Gran Madre Tierra! ¡El organismo planetario! ¿Soy el único biólogo que sufre urticaria y un sentimiento de irrealidad cuando los medios me invitan a hablar de esto en serio?", espetó en público ante los oídos del planeta entero y los científicos, que aplaudieron su crítica.

Amazonas

Hay que destacar que la teoría tiene importantes lagunas y problemas en su planteamiento. Los biólogos evolucionistas han explicado que las plantas no producen dióxido de carbono para ayudar al planeta, sino como parte de su ciclo vital y sus funciones, y lógicamente, no responden a ningún dictamen superior. A eso hay que sumarle que la hipótesis del superorganismo interfiere de forma directa con la evolución darwiniana, en la cual la cooperación entre especies y seres no es tan importante como la supervivencia del organismo en concreto. Mientras las comunidades New Age se apoderaban del término de cara a usar sus pretextos como elementos para combatir contra la contaminación y el deterioro del medio ambiente, grupos de ecologistas radicales y ecofeministas acabaron por desvirtuar la hipótesis para trasladarla a sus corrientes ideológicas. El trabajo de Lovelock y Margulis fue desapareciendo del debate y rápidamente acabó recibiendo el adjetivo de pseudociencia. Algunos directores de cine con experiencia en la ciencia ficción como M Night. Shyamalan con El incidente y James Cameron con Avatar, han realizado homenajes a esta teoría, presentándonos a planetas que se defienden y regulan ante las amenazas personificadas por los propios seres humanos, regulando sus ecosistemas de manera agresiva.

Algunos conceptos de las teorías de Lovelock han llegado a corrientes espirituales y la ciencia ficción
Avatar Tierra Pandora

Aunque Lovelock fue condecorado en el 2006 con la Medalla Wollaston, el más grande honor de la Geological Society of London, y su trabajo no ha sido desechado, a día de hoy la teoría de su vida, su particular hipótesis del todo, sigue sin tener el apoyo necesario. En cualquier caso, la idea de sistemas complejos interconectados y de los superorganismos va teniendo más adeptos y defensores, que si bien no siguen los preceptos propuestos por el británico, sí utilizan algunos de sus conceptos e ideas, reformulándolos y buscando nuevos puntos de vista dentro de sus aristas y emecanismos internos. Pues así se construye la ciencia: en base a la colaboración, el debate, la crítica y el ajuste. Jamás en base al consenso.

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