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No es ciencia ficción, un minúsculo implante de 3 milímetros cúbicos y 65.000 electrodos le planta cara al Neuralink de Musk

Comparado con dispositivos más voluminosos —incluido el de Neuralink—, BISC apuesta por una filosofía casi opuesta: máxima miniaturización, mínima invasión y muchísimo dato.
No es ciencia ficción, un minúsculo implante de 3 milímetros cúbicos y 65.000 electrodos le planta cara al Neuralink de Musk
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Actualizado: 17:30 20/12/2025
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Durante años, cada vez que se hablaba de enchufar el cerebro a la inteligencia artificial el nombre que se llevaba los titulares era Neuralink. Pero el foco empieza a moverse. Un equipo de Columbia, Stanford y la Universidad de Pensilvania ha presentado BISC (Biological Interface System to Cortex), un implante cerebral ultrafino que promete justo lo que Musk lleva años anunciando… con un diseño mucho más discreto, mínimamente invasivo y pensado desde el principio para hospitales, no para demostraciones espectáculo.

El chip en sí es minúsculo: ocupa unos 3 mm³, es tan fino como un cabello humano (50 micras de grosor) y se coloca entre el cráneo y la superficie del cerebro como “un trozo de papel mojado”, en palabras de su creador, el ingeniero Ken Shepard. Aun así, concentra una artillería que ningún otro implante inalámbrico tiene hoy: 65.536 electrodos, hasta 1.024 canales de registro simultáneo y 16.384 de estimulación, todo en un solo chip CMOS flexible. Esa densidad permite “escuchar” con un nivel de detalle enorme qué hace la corteza y, llegado el caso, enviar pulsos eléctricos muy precisos de vuelta.

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Un chip mínimo para un caudal enorme de datos

La otra pieza clave es el ancho de banda. BISC puede transmitir datos de actividad cerebral a 100 Mbps, unas cien veces más que otras BCI inalámbricas actuales. Eso significa que no solo recoge picos aislados, sino patrones neuronales complejos que luego se pueden alimentar directamente a modelos avanzados de aprendizaje automático. En la práctica, abre la puerta a decodificar con mucha más fidelidad movimientos, palabras, percepciones visuales o estados internos, y a que la IA aprenda a interpretarlos casi en tiempo real.

Todo esto no se ha quedado en una simulación. Los resultados, publicados en Nature Electronics, incluyen ensayos preclínicos en corteza motora, somatosensorial y visual de animales, con registros estables durante semanas y meses, y primeras pruebas en humanos durante cirugías de corta duración. En estos contextos de quirófano, el implante se introduce por una pequeña abertura en el cráneo y se desliza sobre la superficie cerebral sin anclajes rígidos ni cables que atraviesen el hueso, lo que reduce daño tisular, riesgo de infección y degradación de la señal, según el neurocirujano Brett Youngerman.

De herramienta clínica a portal cerebro–IA

El objetivo inmediato es terapéutico: epilepsia resistente a fármacos, ELA, lesiones medulares, secuelas de ictus o ciertos tipos de ceguera. Un dispositivo así puede registrar convulsiones en tiempo real, ayudar a controlar neuroprótesis motoras o de habla, o estimular de forma dirigida zonas visuales para intentar restaurar parte de la percepción. Pero detrás hay algo más ambicioso: BISC incorpora su propia arquitectura informática e instrucciones específicas para manejar datos neuronales a gran escala, pensadas para dialogar con sistemas de IA. Como resume el neurólogo Andreas Tolias, convierte la superficie de la corteza en un “portal” de alta capacidad entre el cerebro y algoritmos externos.

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