En el corazón de Palo Alto, el apacible y exclusivo barrio de Crescent Park fue durante décadas un refugio de académicos de Stanford, abogados de prestigio y altos ejecutivos. Pero en los últimos años, un solo vecino ha logrado alterar esa calma: Mark Zuckerberg. El fundador de Facebook, hoy Meta, desembarcó en 2011 comprando una casa de 520 metros cuadrados.
Poco tardó en resultarle insuficiente, como ya hemos visto con su forma de hacer en Hawái. Desde entonces, y con una determinación quirúrgica, ha ido comprando propiedades hasta reunir al menos once, en una operación valorada en más de 110 millones de dólares, según The New York Times.
Mark Zuckerberg amplía su búnker en Palo Alto: adquiere casas, crea escuelas y apacigua a vecinos con obsequios
Su dominio abarca mansiones para huéspedes, jardines exuberantes, piscinas, una cancha de pickleball y hasta una estatua dedicada a su esposa, Priscilla Chan. Entre sus adquisiciones figura también una vivienda reconvertida, sin permiso municipal, en escuela privada para una quincena de niños, incluidas dos de sus hijas. El portavoz del magnate lo justificó como una prolongación de un grupo de educación en casa nacido en pandemia, aunque las protestas se han intensificado tras el cierre de una escuela benéfica fundada por la pareja en 2016.
La privacidad y la seguridad son obsesiones declaradas: cámaras en todas las propiedades, guardias privados patrullando y, bajo tierra, 650 metros cuadrados de sótanos que los vecinos llaman “el búnker del multimillonario”. Las obras han durado ocho años, con maquinaria y ruido constantes.
Su expansión recuerda a otros excesos recientes: la boda de Jeff Bezos en Venecia, con protestas incluidas, o el complejo texano de Elon Musk para su extensa prole. En Crescent Park, las compras de Zuckerberg empezaron con fuerza en 2012 y 2013 —demoliendo y reconstruyendo varias casas para ganar intimidad— y se aceleraron desde 2022. Muchas operaciones se cierran con sociedades pantalla y acuerdos de confidencialidad.
Algunos vecinos aceptan sus ofertas millonarias; otros, como Michael Kieschnick, resisten pese a vivir rodeados por propiedades del magnate. Y aunque Zuckerberg ha intentado suavizar tensiones con regalos —vino, chocolates o dónuts— y vehículos eléctricos para su equipo de seguridad, la sensación persiste: Crescent Park ya no es el mismo barrio. Y la sombra del CEO de Meta se expande, discreta pero imparable, por sus calles.















