El incendio forestal que arrasó más de 5.500 hectáreas en Lleida esta semana no solo ha marcado un récord por su extensión, velocidad y destrucción: también ha confirmado el avance de los llamados incendios de sexta generación, fuegos tan extremos y erráticos que incluso los profesionales más experimentados se ven obligados a retirarse.
El elemento clave que los agrava —y que los convierte en una amenaza prácticamente imposible de anticipar o controlar— es la formación de los piroculomimbus o piroCbs, también conocidos como “nubes de fuego”.
Nubes monstruosas
Estas estructuras monstruosas, que en Lleida alcanzaron los 14 kilómetros de altura, se originan cuando el calor del incendio es tan intenso que crea corrientes convectivas capaces de generar su propia nube, igual que lo haría un volcán. A diferencia de una simple columna de humo, el pirocúmulo funciona como un sistema meteorológico autosuficiente: succiona oxígeno, genera viento, precipitación e incluso rayos. El resultado: un incendio que se alimenta a sí mismo y acelera su propagación con fuerza explosiva.
Durante el incendio de Torrefeta i Florejacs (Segarra, Urgell y Noguera), dos personas murieron intentando huir de las llamas, atrapadas por un frente que avanzaba a 28 km/h, arrastrado por vientos de más de 120 km/h generados por la propia nube. La retirada de los 130 bomberos desplegados fue inevitable: “No hay nada que hacer. Solo esperar que el pirocúmulo caiga”, explicaba un oficial. El ambiente era “irrespirable” y “fuera de los parámetros de cualquier incendio convencional”.
El fenómeno no es nuevo, pero sí cada vez más frecuente. Ya se registraron pirocúmulos en el gran incendio de Santa Coloma de Queralt en 2021 y en Pont de Vilomara en 2022. A nivel internacional, uno de los antecedentes más devastadores tuvo lugar en Pedrógão Grande (Portugal, 2017), donde murieron 60 personas. Lo que diferencia a los incendios de sexta generación no es solo su fuerza, sino su imprevisibilidad. Las condiciones cambian bruscamente cuando estas nubes convectivas alcanzan capas frías de la atmósfera y se desploman, generando tormentas secas con rayos que pueden prender nuevos focos.
Además, el cambio climático está acelerando este tipo de eventos. Según el investigador australiano David Bowman, los pirocúmulos representan el “punto de no retorno” en la transición de incendios forestales naturales a incendios de comportamiento climático. Son la evidencia de que el clima está retroalimentando el fuego, y no al revés.
El incendio de Lleida ha sido, también, una prueba de fuego para los recursos de emergencia de Cataluña. El cuerpo de Bombers ha denunciado la falta de medios y de personal especializado tras el cierre de la unidad GRAF de Ponent. Muchos recuerdan que las medidas de prevención, como las realizadas con agricultores y técnicos locales, se han perdido en los últimos años. Hoy, los incendios llegan más rápido que las soluciones políticas.
Con las cenizas del incendio de Lleida alcanzando la Franja de Aragón y el pronóstico de incendios simultáneos en más puntos del país, el mensaje de los equipos de emergencia es claro: si incluso los bomberos deben replegarse, los civiles no tienen ninguna oportunidad fuera de las zonas de confinamiento. Como dice el caporal José Ruiz, “si esto escapa a nuestras capacidades, imagina a un ciudadano normal”. Los incendios de sexta generación no son el futuro. Ya están aquí. Y vienen con su propia atmósfera.















