En España, el helado no es solo un antojo veraniego: es casi un ritual. Según datos de la Asociación Española de Fabricantes de Helados, el consumo per cápita ronda los siete litros al año, con un pico pronunciado entre junio y agosto.
Desde el clásico cucurucho hasta las versiones artesanas de boutique, este dulce frío se ha colado en la dieta mediterránea con una naturalidad pasmosa. Pero, ¿tiene cabida en una alimentación saludable? ¿O es simplemente una bomba de azúcar disfrazada de nostalgia?
La ciencia responde a la gran duda del verano en España: ¿podemos comer helado a diario sin poner en riesgo la salud?
Spoiler: el helado no es saludable. Al menos, no de forma generalizada. Como ocurre con el vino —donde el hallazgo de polifenoles no compensa la toxicidad del alcohol—, detectar un nutriente beneficioso no convierte automáticamente un alimento en aliado nutricional. El equilibrio existe, sí, pero es precario y está lleno de matices.

Una tesis doctoral de 2018 sobre productos lácteos arrojó un dato curioso: personas con diabetes tipo 2 que comían helado dos veces por semana mostraban un 12 % menos de riesgo cardiovascular. Sin embargo, como advierte Duane Mellor, experto de la Aston University, estos datos solo cobran sentido cuando se cruzan con el resto de variables: dieta general, estilo de vida, salud previa... Es decir, correlación no implica causalidad.
En realidad, los helados —altos en azúcares simples, grasas saturadas y calorías vacías— se asocian con problemas como obesidad, diabetes tipo 2 o hígado graso no alcohólico. Un estudio italiano publicado en Nutrients en 2019 lo dejaba claro: el exceso de helado no es inocente. Y aunque algunas de sus virtudes —como el calcio o los probióticos de la leche— podrían aprovecharse, para eso están alimentos como el yogur natural o el queso fresco, sin el chute de azúcar añadido.

La clave, por tanto, no está en demonizar ni glorificar: está en el contexto. Un helado ocasional cabe en una dieta sana, siempre que no lo convirtamos en rutina diaria. Si se quiere tomar todos los días, habría que revisar toda la alimentación, ajustar raciones y eliminar otros azúcares añadidos. ¿Vale la pena? Tal vez. Pero nadie dijo que el placer no tuviera consecuencias.