Lo que hasta hace nada sonaba a episodio de Black Mirror empieza a parecerse más a un diagnóstico generacional. El llamado throning —buscar pareja sobre todo como palanca de estatus— ya no es solo una etiqueta viral: en encuestas realizadas a usuarios jóvenes de apps de citas, un 27 % sospecha haber sido usado como “trampolín social” y alrededor de un 9 % reconoce haberlo hecho él mismo. En la práctica, buena parte de la Generación Z siente que sus relaciones románticas y de amistad se juegan en un tablero donde la validación social pesa casi tanto como el vínculo en sí.
El término no es casual. Throning viene de “poner a alguien en un trono”: salir con una persona percibida como más influyente, atractiva o codiciada para elevar la propia marca personal, tanto en el instituto como en Instagram o TikTok. En la descripción que hacen psicólogos y coaches de citas, el objetivo no es solo el cariño o la compatibilidad, sino aparecer al lado de alguien que “sume puntos” en el escaparate social: más seguidores, más capital simbólico, mejor agenda de contactos. De fondo, las apps de ligue y las redes convierten la vida sentimental en una especie de escaparate curado, donde cada pareja funciona también como mensaje al resto del entorno.
Hipergamia 2.0 en la era de las apps
Aunque el concepto suene nuevo, el mecanismo bebe de algo muy viejo: la hipergamia, la tendencia a buscar pareja en un escalón superior de estatus. La diferencia es que ahora ese “estatus” se mide en métricas sociales más que económicas. Un estudio sobre mercados de citas online liderado por Elizabeth Bruch mostró que los usuarios tienden a escribir a personas que consideran hasta un 25 % más “deseables” que ellos según el propio algoritmo de la plataforma. Trasladado al ecosistema Gen Z, ese salto del 25 % encaja con un ideal muy concreto: ligar hacia arriba para que la relación funcione como altavoz de influencia, no solo como proyecto de vida compartida.
Para quienes son “elegidos” por ese motivo, el efecto puede ser devastador. Saber o intuir que alguien te quiere sobre todo por cómo quedas en sus fotos, por tu círculo o por lo que representas acaba erosionando la autoestima y refuerza la idea de que el valor personal se reduce a métricas públicas. Estudios recientes sobre uso intensivo de redes sociales en jóvenes muestran que la comparación constante con los demás —física, económica o de éxito social— se asocia con más síntomas de depresión, ansiedad y peor satisfacción vital. El throning es, en ese sentido, otra forma de mercantilizar el afecto: no importa tanto quién eres, sino cuánto “subes el nivel” del otro.
Cuando el amor se convierte en ranking
El fenómeno tampoco aparece aislado: se suma a un diccionario entero de prácticas que describen relaciones cada vez más tácticas —ghosting, breadcrumbing, floodlighting, situationships— y que reflejan vínculos más líquidos y desechables. En ese glosario, los expertos definen el throning como “salir solo con gente que pueda impulsar tu estatus social”, al mismo nivel que otras tácticas donde la otra persona se convierte en un medio y no en un fin. Que exista una palabra tan concreta para ello dice mucho del terreno de juego: si todo se puede nombrar, también se normaliza.















