China ha superado el hito de los 10.000 kilómetros de tuberías submarinas instaladas y se marca como objetivo alcanzar los 13.000 km en 2030. La megared, “invisible” a simple vista bajo el lecho marino, refuerza la estrategia de Pekín de ganar independencia energética y acelerar el despliegue offshore —eólica marina, gas y petróleo, además de plataformas solares flotantes— conectando campos en el mar con plantas y redes terrestres.
El impulso se ha acelerado en los últimos años: entre 2021 y 2025 se añadieron más de 1.500 km, con tramos a más de 1.500 metros de profundidad. Los ductos varían desde líneas finas (<3 cm de diámetro) hasta conductos “troncales” de más de 120 cm, con espesores en torno a 4 cm y recubrimientos anticorrosión para soportar altas presiones y transportar crudo o gas a temperaturas de hasta 120 °C.
Aguas profundas y materiales críticos
El núcleo de la red está en la Bahía de Bohai (Hohai), donde se concentran más de 3.200 km destinados a crudo y gas. Otro pilar es Deep Sea No.1, el primer campo de gas ultraprofundo desarrollado íntegramente por China, operativo a ~1.500 m de profundidad. Para instalar en aguas aún más desafiantes, el país incorporó el barco-grúa Hai Yang Shi You 201, capaz de tender tuberías hasta los 3.000 m.
Más allá del petróleo y el gas, Pekín ya prueba el transporte por tubería de combustibles “verdes” como el hidrógeno, mientras explora recursos como el gas de esquisto con el fin de reducir importaciones. La red submarina se convierte así en infraestructura base para una matriz híbrida: fósiles a corto/medio plazo y renovables a medida que maduren tecnologías y cadenas de suministro.
Transición energética y nuevas moléculas
El despliegue trae aparejados retos de calado: riesgos ambientales en ecosistemas marinos, integridad de materiales ante corrosión y sismos, ciberseguridad de válvulas y estaciones, y un componente geopolítico evidente en un mundo más sensible a sabotajes y cortes de suministro. El precedente de los cables y gasoductos europeos coloca el foco en la protección y la redundancia.
Si China cumple su meta de 2030, consolidará una “autopista” energética submarina a escala continental. Para el resto del mundo, la señal es doble: quien controle la infraestructura bajo el mar controlará una parte sustantiva del flujo de energía… y deberá invertir en resiliencia para que ese músculo no se convierta en su talón de Aquiles.















