Sara tiene 22 años, nació en España y un día hizo la maleta “a la aventura” rumbo a Suiza. Lo cuenta en el canal @MEVOYalMundo como quien aún no termina de creerse el giro que ha dado su vida. Dejó atrás los sueldos precarios y jornadas eternas por menos de 1.000 euros con una idea muy clara: “Yo aquí he venido para tener un futuro mejor. Yo no vuelvo a trabajar por 1.000 euros”.
Su testimonio se suma al de toda una generación que mira hacia el exterior como única vía para independizarse y salir de la rueda de la inestabilidad laboral en España.
El primer golpe de realidad llegó en la caja del supermercado. “Vi un pollo el otro día por 50 francos”, recuerda entre risas incrédulas, como símbolo de un coste de vida que le sigue sorprendiendo dos años después. Suiza figura de forma constante entre los países más caros del mundo: un kilo de pollo puede rondar los 20-25 francos, y comer fuera, incluso en locales normales, es un pequeño lujo para el bolsillo de un recién llegado. “Llevo dos años y no entiendo nada”, admite, aludiendo tanto a los precios como al reto de integrarse y aprender alemán a marchas forzadas: “Voy a aprender alemán en un mes… pero nada, eh, nada”.
Entre la Suiza real y la vida en España
En ese paisaje caro y exigente, Sara describe una Suiza mucho más diversa de lo que muchos imaginan desde España. “Está todo lleno de otras cosas que no sean suizos”, resume, en referencia a la enorme comunidad migrante que sostiene gran parte de la hostelería, el comercio y la construcción. Cuenta que mucha gente hace una especie de vaivén: llega a Suiza, ahorra, se va a España “a vivir”, engorda unos kilos entre tapeo y vida social, y luego regresa otra vez al país alpino para seguir acumulando ahorros. Una especie de migración pendular donde el corazón tira hacia España, pero la cuenta corriente tira hacia Suiza.
La razón está en los sueldos. Sara asegura que “aquí la gente gana mucho dinero, 6.000, 7.000, 8.000 francos al mes” y que en un restaurante se pueden sacar entre 800 y 2.000 francos solo en propinas. Aunque sus cifras son experiencias personales, encajan con los datos oficiales: el salario medio bruto a tiempo completo en Suiza ronda los 6.700 francos mensuales, y la mediana se sitúa algo por encima de los 7.000 francos, según la Oficina Federal de Estadística. En España, en cambio, el salario medio anual apenas supera los 28.000 euros —unos 1.500-1.600 euros netos al mes para un trabajador medio—, una diferencia que explica por qué tantos jóvenes aceptan mudarse a un país carísimo si a cambio pueden ahorrar varias veces más cada mes.
Un futuro lejos de casa y sin sueldos de 1.000 euros
Ese contraste se vuelve todavía más evidente cuando Sara compara su nómina con la de perfiles cualificados en España. “Trabajando de camarera y en un supermercado estoy ganando más que un ingeniero en España. Yo no conozco a ningún ingeniero que esté ganando 5.000 pavos al mes”, dice. Los datos respaldan la sensación: un ingeniero informático en España se mueve de media en torno a los 2.500 euros mensuales, muy lejos de los salarios habituales en empleos de servicios en Suiza, pese a la formación y la responsabilidad técnica que exige la profesión. Para muchos jóvenes, esa comparación resume mejor que cualquier gráfico la brecha salarial entre ambos países.
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Su discurso, no obstante, no presenta Suiza como un paraíso sin fisuras. “Aquí la gente está loca de verdad”, comenta medio en broma, medio en serio, al hablar del ritmo de trabajo y del nivel de exigencia. Habla de jornadas duras, de la soledad de estar lejos de casa, del esfuerzo por manejar un idioma complicado y de la presión por aprovechar la oportunidad. Aun así, cierra con un mensaje que suena a mantra para toda una generación expatriada: “Hay que ser fuerte y seguir adelante y luchar por lo que tú quieres. Si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti”.
