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¿Quién es el dueño de la Antártida? Varios países reclaman el continente helado pero no lo tienen fácil

Su soberanía podría volver a disputarse cuando el Tratado Antártico se revise en el 2048.
¿Quién es el dueño de la Antártida? Varios países reclaman el continente helado pero no lo tienen fácil
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La Antártida, esa vasta extensión helada al sur del planeta, es más que una postal de paisajes inmaculados y pingüinos emperador: es un tablero de ajedrez geopolítico donde los intereses de potencias mundiales y naciones reclamantes se cruzan en un juego que, aunque silencioso, es cada vez más estratégico. Pese a que ningún país es “dueño” oficial de la Antártida, el continente está regido por el Tratado Antártico, un acuerdo firmado en 1959 y vigente desde 1961, que ha hecho de este territorio un santuario científico y pacífico, alejado de conflictos y guerras. Pero ¿hasta cuándo?

Por ahora, el Protocolo de Madrid de 1991 prohíbe la explotación de recursos minerales hasta 2048.

Siete países – Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva Zelanda y el Reino Unido – presentaron reclamaciones sobre partes del continente antes de la firma del tratado. Algunas de estas áreas, curiosamente, se superponen, lo que ha generado roces diplomáticos que, por ahora, han quedado congelados gracias al pacto internacional. Sin embargo, este acuerdo no significa que los intereses geopolíticos hayan desaparecido; más bien, han cambiado de forma, adaptándose a un escenario en el que la ciencia, la cooperación y, en algunos casos, el oportunismo velado juegan papeles clave.

La nueva carrera por el control antártico

Lo cierto es que, en la última década, el interés por la Antártida ha resurgido con una fuerza notable, impulsado por la crisis climática y las promesas ocultas bajo el hielo. Aunque el Protocolo de Madrid de 1991 prohíbe la explotación de recursos minerales hasta 2048, voces preocupadas ya hablan de la posible presión para renegociar este acuerdo. Y ahí es donde entran jugadores con hambre de protagonismo, como China y Rusia, cuyas movidas han encendido las alarmas en otras capitales del mundo.

China, con sus cinco estaciones de investigación y un despliegue tecnológico cada vez más sofisticado, ha dejado claro que no quiere quedarse atrás. Su presencia no se limita solo a la ciencia; algunos observadores señalan que detrás de su avance hay una estrategia de largo plazo para asegurarse un asiento en la mesa cuando se hable de recursos y poder en la región. Esta jugada no ha pasado desapercibida en Washington y en Europa, donde miran con recelo los pasos de Pekín y su creciente influencia en la gobernanza antártica.

Rusia, con un historial de exploración polar que se remonta a los tiempos de la Unión Soviética, tampoco ha bajado la guardia. Al contrario, ha renovado sus estaciones científicas y reforzado su presencia. Aunque Moscú se escuda en la retórica de la investigación científica, muchos expertos advierten que el Kremlin no dejará pasar la oportunidad de consolidar su posición estratégica en una región donde, en un futuro no tan lejano, los recursos naturales podrían valer tanto como el oro.

La pregunta que flota en el aire es qué pasará cuando el reloj marque 2048 y el mundo, cada vez más ávido de recursos, mire hacia la Antártida con nuevos ojos. ¿Será capaz la comunidad internacional de mantener la región como un símbolo de cooperación y paz, o cederá ante la tentación de las ambiciones económicas y geopolíticas? Por ahora, la Antártida sigue siendo una tierra sin dueño, pero el pulso por su control late bajo su gélida superficie.

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