La Alemania nazi logró ensamblar una formidable maquinaria de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, destacándose por su agilidad y mecanización, superando a los ejércitos de la Primera Guerra Mundial. Este avance no solo se debió a la ingeniería y los desarrollos científicos, sino también al uso masivo de drogas, particularmente metanfetaminas. Norman Ohler, en su libro En la vorágine total, examina cómo las sustancias jugaron un papel estratégico en la ofensiva nazi, aunque aclara que no fueron el factor determinante en la conducta de Hitler ni de sus tropas.
La propaganda y la realidad del ejército Nazi
Ohler cuestiona el mito de un ejército nazi "sano", una imagen promovida por la propaganda hitleriana. A pesar de prohibir drogas recreativas como la cocaína, el opio y la morfina al llegar al poder en 1933, Hitler permitió la producción masiva de una droga sintética llamada Pervitín desde 1937. Este narcótico se distribuyó ampliamente entre las fuerzas armadas alemanas, aumentando la alerta y reduciendo la necesidad de sueño, haciéndolos sentir invencibles. Incluso civiles como trabajadores y amas de casa llegaron a consumir Pervitín, que también estaba disponible en chocolates.
La influencia de pervitín en las campañas militares
La invasión de Polonia y Francia por parte de Alemania fue en gran parte facilitada por el uso de Pervitín. Según Ohler, la división de tanques del ejército utilizó grandes cantidades de esta droga, lo que sorprendió a los aliados occidentales con su capacidad para cubrir grandes distancias rápidamente. En mayo de 1940, durante la invasión de Francia, se distribuyeron 35 millones de tabletas de Pervitín a los soldados alemanes. Este uso sistemático de drogas permitió a las tropas mantener un ritmo de avance imparable y una alta moral, aunque a un alto costo físico y mental.
Hitler y su adicción a las drogas
Aunque Hitler promovía una imagen de salud y pureza, en los últimos años de la guerra, su médico personal, Theodor Morell, le administraba un cóctel diario de drogas que incluía esteroides, opiáceos y otras sustancias. Según las notas de Morell, Hitler fue inyectado unas 800 veces en un período de 1.349 días, desarrollando una dependencia particularmente fuerte a Eukodal, un analgésico más potente que la morfina. Este uso de drogas influyó en su comportamiento, pero no se considera el único factor detrás de sus decisiones políticas y militares.
La controversia en torno a la investigación de Ohler
Algunos críticos, como el historiador Richard J. Evans, argumentan que la investigación de Ohler podría ser moral y políticamente peligrosa, sugiriendo que las drogas eximen a los alemanes de su responsabilidad por apoyar el régimen nazi. Evans teme que se minimice la culpabilidad de Hitler y sus seguidores, atribuyendo sus acciones a la influencia de las drogas. Sin embargo, Ohler y otros defensores de su trabajo sostienen que las drogas no fueron el factor determinante, aunque sí un aspecto importante y poco conocido de la guerra.
El uso de drogas en ambos bandos
Un documental titulado Secretos de la Muerte: drogas de la Guerra Mundial revela que el uso de drogas no se limitó al ejército alemán. Los aliados también utilizaron sustancias para mejorar el rendimiento de sus tropas. Por ejemplo, los británicos usaron Benzedrina, una anfetamina, para aumentar la agresividad y la moral de sus soldados. Sin embargo, estos medicamentos también conllevaron riesgos significativos, como la fatiga extrema y la dependencia.
Efectos secundarios y consecuencias a largo plazo
El uso masivo de Pervitín tuvo efectos secundarios devastadores. Aunque inicialmente mejoraba el rendimiento y la moral, el abuso de la droga provocaba alucinaciones, delirios y brotes psicóticos entre los soldados. Además, el aumento de la dosis para mantener los efectos incrementó los riesgos de problemas de salud graves, como ataques cardíacos. Después de la guerra, muchos soldados que habían dependido de estas drogas no recibieron el apoyo necesario para manejar las secuelas de su consumo.
La carrera de armamentos farmacéuticos
El desarrollo y distribución de drogas como Pervitín formaron parte de una "carrera de armamentos farmacéuticos" durante la guerra. Los nazis incluso desarrollaron compuestos más potentes hacia el final del conflicto, como el D-IX, una mezcla de Pervitín, cocaína y oxicodona. Aunque nunca se distribuyó ampliamente debido al fin de la guerra, su creación demuestra la desesperación del régimen nazi por mantener la moral y el rendimiento de sus tropas en declive. Esta historia revela cómo la ciencia y la medicina se utilizaron en la guerra de maneras que tuvieron profundas implicaciones éticas y humanitarias.