Los que sois más viejos que el sol sin duda recordaréis la gran época de las películas con animales peligrosos. No, no estamos hablando de la trambólica Oso Vicioso. Nos referimos a aquellas películas que, buscando emular el éxito de Tiburón (1975) o Piraña (1978), trajeron montones de cintas con criaturas reales como "monstruos". Algunas como Aracnofobia (1990) salieron medianamente bien, pero el género se estancó bastante hasta la llegada de Sharknado, que el año pasado celebró su décimo aniversario. Pues precisamente, la película que hoy recomendamos va de tiburones, pero en París. Las profundidades del Sena, en Netflix, se ha coronado como lo más visto en España, para sorpresa de muchos.
Las profundidades del Sena: un enorme tiburón se aficiona a las baguettes
Nos ponemos en situación para dar un poco de contexto. La película nos presenta a Sophia Assalas (Bérénice Bejo), una oceanógrafa que pierde a su marido cuándo éste examinaba a un tiburón enorme. Prota lista para estar obsesionada.
Nos vamos tres años al futuro para dejar que eso cuaje. París celebra el Campeonato Mundial de Triatlón (que por cierto, en el mundo real, este año tendrá lugar en España). Ya tenemos excusa para meternos al agua y el resto es lo que os podéis imaginar.
Siguiendo bastante el argumento de Tiburón (con alcalde negándose a reconocer el peligro incluido), la película no se va a colar entre las mejores cintas de catástrofes, pero sí que es justamente eso que buscas cuando quieres una película sin complicaciones y entretenida. Es verdad que se pasan un poco con el CGI en ocasiones y que tiene el inevitable tono de serie B, pero cumple de sobra lo que promete: agua, tiburones y gente con una necesidad argumental de convertirse en platos cordon bleu para el escualo.
Vale, no es una de esas recomendaciones sobre obras oscarizadas disponibles en streaming, pero a un servidor a veces también le gusta ver algo "cutre", sin desmerecer. Al menos no es una de las tropecientas películas sobre abejas asesinas.