La crisis económica producida por el coronavirus, la falta de materias primas y el aumento del coste de las mismas luego de la invasión de Rusia a Ucrania, ha generado un efecto mariposa en múltiples industrias. La electrónica, con la falta de chips, ha llevado a un encarecimiento de precios, y ahora sabemos que la industria alimentaria, azotada por el aumento del precio del cereal, las harinas y el aceite, también hará sus propios pinitos. La marcas saben que el consumidor no quiere pagar más en los tiempos de inflación y han decidido reducir cantidad en sus productos sin cambiar el precio. Así nos engañan con la reduflación.
La reduflación o shrinkflation: cuando las marcas de alimentación reducen la calidad o la cantidad de sus productos sin cambiar el precio
Las principales marcas de alimentación juegan psicológicamente con los consumidores, como han comentado en Quartz, siendo la reduflación uno de los cambios más habituales en tiempos de incertidumbre económica. Las grandes marcas deciden reducir sus productos, ya sea en tamaño, cantidad o forma del envase, intentando mantener los precios para navegar por la inflación o sacar rédito económico al aumentar sus beneficios en tiempos de necesidad. Es una táctica que usan las marcas de ultraprocesados y que suele funcionar bastante bien.
Si nos centramos en España, con los precios disparados hasta un 7,6 % en los últimos 12 meses, el aumento del coste de la cesta de la compra parece más que evidente, pero es que en Estados Unidos la cosa ha sido aún peor. Hasta tal punto, que se ha abierto un subreddit en el que hablan de casos concretos de shrinkflation, con toallitas higiénicas cada vez más finas, latas con menos cantidad de leche en polvo y numerosos productos de alimentación que reducen su número de piezas. ¿Por qué se hace esto? ¿Qué motivo hay para que las marcas busquen estas tácticas de mercado?
Pues básicamente, como explican en Quartz, los compradores y consumidores reaccionan muy mal a las subidas de precio, pero no notan cambios sutiles en el envase, el peso, el diseño del producto o en las letras pequeñas sobre el tamaño. Si el precio es el mismo o muy parecido al que tiene habitualmente una botella de refresco, una bolsa de patatas o un paquete de papel higiénico, se tolerará más. Frito-Lay ha estado trabajando en sus bolsas de Doritos, que ahora traen menos nachos debido a las presiones económicas derivadas de la pandemia y la actual escasez de materias primas. ¿Cómo mantienen el precio y el formato? Pues quitándole cinco nachos a cada bolsa. Tal cual.
Estos cambios son graduales y el consumidor no los nota. Hay paquetes de galletas saladas que se han reducido en apenas 57 gramos, un margen que permite al fabricante conseguir los mismos beneficios que antes sin dañar su imagen, evitando que el comprador recurra a marcas blancas u otras más baratas. Hay también elementos curiosos, como el de Gatorade, que contiene 83 centilitros en lugar de los habituales 95. A efectos prácticos, supone un aumento de precio del 14%. Otras firmas buscan jugar con la barrera psicológica del precio, usando elementos como Packs Familiares o Packs de Viaje, nomenclaturas que permiten cobrar más o menos, pero siempre manteniendo el juego con el consumidor en tiempos de inflación.
En Estados Unidos, la ley juega a favor de las marcas. La reduflación se permite si el espacio vacío de envases o bolsas tiene alguna utilidad para el producto o el consumidor. Ahí entran las marcas y su utilización del aire en las bolsas de patatas fritas, el espacio libre para introducir leche en polvo en las latas o similares. En cualquier caso, y pese a estos ajustes, muchos países como España están blindándose de forma legal para luchar contra las injerencias de las marcas en el consumidor.