La escena se ha repetido otras veces, pero esta semana ha tenido un detonante muy concreto: X (la antigua Twitter) ha empezado a desplegar una función para “editar” imágenes con IA integrada en la propia plataforma. En la práctica, el botón permite que cualquier usuario tome una imagen publicada y la modifique con instrucciones de texto a través de Grok, generando una nueva versión que se publica como respuesta.
La etiqueta de “contenido creado con IA” existe, sí, pero el salto cultural es otro: para muchos creadores, su obra pasa a ser “material editable” por defecto, sin un consentimiento explícito ni un control claro de a qué se presta y a qué no. En ese contexto, Boichi —ilustrador de Dr. STONE y autor de obras como Sun-Ken Rock— ha anunciado que deja de publicar cómics e ilustraciones en X, al menos por ahora. Su mensaje es significativo porque evita el cliché del “miedo a la tecnología”: insiste en que no está en contra de la IA como idea, pero rechaza que su trabajo pueda ser “usado, aprendido o explotado” sin permiso ni compensación.
El gesto tiene un valor simbólico que va más allá del caso Boichi. X ha sido durante años una autopista para dibujantes, mangaka e ilustradores: publicación inmediata, conversación directa con lectores, viralidad global y un archivo público que funciona como portafolio. Justo por eso, el “Edit Image” toca un nervio delicado: cuando una plataforma sugiere que cualquier imagen es un punto de partida para un remix automatizado, se abre la puerta a usos que no siempre son creativos ni inocentes (desde la apropiación hasta la manipulación malintencionada). Y aunque el debate legal sea complejo, el debate de confianza es simple: ¿quién manda sobre lo que subes?
El botón que cambia las reglas
La propia mecánica del cambio explica parte del enfado. No estamos hablando de una herramienta externa, ni de que alguien descargue una imagen y haga algo con ella fuera de tu vista: la edición vive dentro del mismo post, al alcance de un toque, y se apoya en la autoridad social del hilo original. Para un artista, eso puede convertir el escaparate en un terreno resbaladizo: el público general no siempre distingue entre “obra” y “derivación”, y una mala reinterpretación puede viajar igual de rápido que el original. La prensa especializada, de hecho, está recogiendo ya una nueva ola de “éxodo” creativo hacia otras redes.
Boichi, además, verbaliza algo que muchas veces queda fuera de los titulares: el vínculo afectivo con la plataforma y con la comunidad. Habla de años construyendo presencia, de la relación con lectores internacionales (incluso menciona la ayuda de un amigo traductor) y de la sensación de perder un espacio que consideraba valioso para el futuro del manga. Ese matiz —“me importa X, precisamente por eso me duele”— cambia el tono: no es un portazo, es una retirada defensiva. Y encaja con su comentario previo, más ácido y breve, cuando reaccionó a la novedad: “Image Editing? What a joke!”
Confianza, control y el efecto dominó
Lo que queda ahora es una pregunta incómoda para X: si una red quiere ser hogar de creadores, necesita algo más que alcance; necesita reglas comprensibles, opciones de control y garantías que no obliguen a la gente a elegir entre visibilidad y tranquilidad.
En paralelo, el caso también funciona como termómetro del momento: la IA está dejando de ser un tema abstracto para convertirse en un botón concreto, en el lugar exacto donde artistas y público se encuentran. Y cuando ese botón aparece sin una negociación previa, el conflicto no tarda en volverse personal —porque, para muchos, lo personal es el trabajo.
