Durante estos últimos días me he estado informando sobre un tema de los que no se suele hablar en exceso entre la fauna de los más acérrimos fans del país nipón. No me malinterpretéis, me encanta Japón, pero no todo es de color de rosa en el país del sol naciente y defenderlo a capa y espada simplemente porque es Japón (cuna del manga, videojuegos y demás parafernalia) tampoco me parece justo.
Todo comenzó con el tema de hace unos meses, cuando un reportero del programa Madrileños por el Mundo fue arrestado en Osaka por un percance con un extranjero (americano si no recuerdo mal) y un japonés. El reportero pasó varios días encerrado en su celda, sin poder efectuar llamadas, sin un camastro, incomunicado…
Los japoneses no se andan con chiquitas, eso está más que claro, pero lo que fui descubriendo con el tiempo me dejó helado. En Japón existe la pena de muerte. Mucha gente podrá saberlo, pero estoy seguro que mucha otra lo desconocía. Aquí este tema se ha ocultado durante mucho tiempo, no se publicita, ni se muestra en películas, ni son casos tan sonados como los que llegan de Estados Unidos, el otro país democrático referente que sigue manteniendo la pena de muerte en algunos de sus estados.
Sin entrar en discusiones entre defensores y abolicionistas de esta práctica (una discusión sin final aparente) hay varias sorpresas en la pena de muerte japonesa. Lo primero es que los acusados mueren en la horca, método utilizado desde 1873. Pero lo segundo y más escalofriante es que el acusado nunca sabe cuándo va a morir. Es decir, una vez sentenciado a muerte tienen que pasar una serie de trámites legales que pueden tardar años, y tanto el condenado como su familia desconocen cuándo es la fecha de la ejecución. Tan sólo el infractor recibe el preaviso una hora antes de su ejecución. Es decir, un día abren la puerta de tu celda y te dicen: "En un hora te ejecutamos". No hay última cena ni despedida con tu familia, la cual recibe la noticia de la muerte tras la ejecución.
Así se ha dado el caso de Iwao Hakamada, el preso que más tiempo lleva en el corredor de la muerte, la friolera de 42 años. A toda esta barbaridad hay que añadir que los presos condenados a muerte viven en régimen de incomunicación con otros presos y sólo tienen 45 minutos de tiempo al aire libre. Aunque la justicia japonesa afirma que el no anunciamiento de la fecha libera al preso de la ansiedad y las tendencias suicidas, Iwao se ha vuelto loco y no es capaz de mantener una conversación cuerda. Además el caso no es muy claro. Se supone que el acusado mató a cuatro personas de una misma familia, y aunque él lo negó todo, finalmente acabó firmando una confesión. Eso sí, tras casi 300 horas de interrogatorio en 23 días, en los que sólo tuvo 35 minutos para hablar con sus abogados defensores. Las leyes japonesas permiten retener a los sospechosos en los calabozos durante 23 días, sin límite temporal en los interrogatorios, sin abogados y sin una cámara que grabe los hechos.
En Japón han muerto 668 personas desde 1945 en la horca. Un asesinato múltiple, o bien asesinatos con robo o violación, son sentenciados por jueces y jurados populares a la pena de muerte casi con toda seguridad, y es que los ciudadanos japoneses están, en su mayoría, a favor de esta práctica.
Mediante algunas charlas con políticos y burócratas, éstos no suelen explicar demasiado sobre el tema, quedando así en un oscuro secretismo que no deja de asustar. Me empiezo a preguntar si el excesivo respeto y la gran seguridad del país nipón se deben a un miedo a este tipo de consecuencias, pero en mi opinión la honradez japonesa proviene de muchos años atrás, de una educación y una cultura completamente diferente, al fin y al cabo en EE.UU. también existe la pena de muerte (que practican con mucha más frecuencia) y no deja de ser un país con un índice de criminalidad bastante más elevado.
Una sorpresa más, no tanto el hecho de la existencia de la pena de muerte, sino de las prácticas policiales y las circunstancias en las que se encuentran los reos hasta su ejecución, viviendo una agonía diaria, esperando a que un día se abra la puerta de su celda y le informen: "Disfruta tu última hora de vida".