Es innegable el atractivo de las mecánicas de supervivencia. Gestionar el tiempo y los recursos para ganarle la carrera a los elementos y al hambre. Pero habitualmente estos títulos van acompañados de una estética y de una violencia que no son del gusto de todos. Además, suelen dejar la historia en un segundo (o tercero, o cuarto) plano: les falta un porqué narrativo necesario para quienes buscan una historia en sus juegos. Winter Burrow es una respuesta a todo eso. Este pequeño título es la ópera prima de Pine Creek Games, un estudio independiente que ha conseguido llamar la atención de Microsoft, pues llegará día uno a Game Pass para Xbox Series, Xbox One y PC, además de en Steam, a principios de 2025.
No nos extraña que el equipo de ID@Xbox haya querido aupar la aventura de esta ratita adorable. Apenas jugamos 20 minutos a una versión a la que aún se le notaban las aristas habituales de un indie pequeñito al que aún le quedan meses de desarrollo.
Con todo, nos maravilló su ambientación, nos encandiló su arte visual y sonoro, nos sorprendió con sus ideas, nos convenció con su supervivencia narrativa, y en medio de su duro invierno, nos calentó el corazón con sus breves textos, los de los pocos personajes que conocimos y los de los objetos que fabricamos en nuestra misión.
Cuando volver al hogar no sale como esperabas
Mejor dicho, misiones, en plural. Por supuesto, habrá otros animalitos que nos darán encargos que realizar, pero nuestros objetivos principales son dos. La ratita ha vuelto al hogar de su infancia después de que sus padres tuvieran que trasladarse a la ciudad porque las penurias eran cada vez más insoportables, solo para encontrarse allí con una situación tan o más penosa: la vida en las calles atestadas no era para nuestra protagonista. Pero lo que se ha encontrado es aquella casa abandonada, y a su abuela que aún vivía en ella, desaparecida. Las misiones, por tanto: reparar y encontrar.
Eso se articula en un bucle jugable que, al menos en estos primeros minutos, se parece, pero a la vez se distancia, de lo habitual en la juegos de supervivencia y en los juegos de granjas cuyo ambiente confortable, cozy, trata de abrazar. Se mantiene la estructura de recoger elementos naturales para construir herramientas u otros materiales con los que fabricar más utensilios y producir nuevos bienes que nos permitan continuar avanzando por el mundo (en esta demo, el objetivo último, al que no llegamos por los pelos, era reparar un puente).
Pero se diferencia en la complejidad y en los tiempos. Está todo más guiado de lo habitual, en parte porque los menús se explican muy bien, y en parte porque no hay tantísimas opciones. Luego está el aspecto por el que creemos que Winter Burrow puede convencer a quienes estos géneros no le interesan: todo es ágil, no hay tiempos de espera al fabricar, y pasamos rápidamente de un hito de fabricación, costura, cocina o reparación al siguiente. Que esa agilidad y accesibilidad no os lleve a engaño: no le falta dificultad. Hay que cuidar la energía, el hambre, y sobre todo, el frío.
En medio del bosque es muy fácil perderse. Todo son rocas, maleza, algún bicho del que esconderse en la hierba alta (no llegamos a crear armas, que las hay), troncos caídos, plantas demasiado similares entre sí, y mucha, muchísima nieve. Un páramo desolador y repetitivo a conciencia para que no sepamos dónde estamos ni por dónde vinimos. Una decisión de diseño que nos llevó a perecer un par de veces mientras buscábamos el calor de nuestro hogar, en el que revivimos sin ningún objeto. Hasta que nos dimos cuenta de que habíamos pasado un detalle por alto: ¡las huellas! Es nuestro propio rastro el que nos marca el camino de vuelta, siempre y cuando no las borre alguna tormenta.
Un invierno en el que no faltará el calor
Perdernos no fue en vano: así descubrimos que los pocos animales que encontramos, con los que charlamos y que tenía toda la pinta de que ofrecerán encargos más adelante, son un punto para entrar en calor durante la exploración. Es un mensaje potente: la ratita no puede sobrevivir sola, necesita la ayuda de los otros animales, y viceversa. De esos mensajes está lleno el juego. Los comentarios de la protagonista al reparar algo del hogar, y las descripciones de los materiales y los objetos, van creando una historia, moldeando una narrativa nostálgica, cálida y emotiva que promete sacarnos alguna lagrimilla.
La música, siempre tenue y con un aire que representa a la vez la dureza del invierno y la valentía de la ratita, contribuye mucho a eso. También la paleta de colores elegida para representar este duro mundo, un lugar que parece un cómic europeo en movimiento, donde la ardua y blanca naturaleza contrasta con los detallados espacios interiores y personajes, y con efectos geniales: el reflejo de la ratita en los charcos, cómo las briznas de hierba se mecen con el viento, las animaciones de los insectos. Consigue trasladar a la vez la dureza y la belleza de la naturaleza.
Cuando el temporizador de la demo llegó al cero después de 20 minutos que se nos pasaron como un suspiro, lo que nos quedó es una sensación casi angustiante: solo habíamos conocido a la ratita y a su pasado durante un momento y ya necesitábamos que estuviera cómoda en el hogar al que retornó, que encontrara a su abuela (por favor, que no le haya pasado nada), que aprendiera las recetas que requerirá para sobrevivir, y que hiciera buenas migas con el resto de los habitantes del bosque que necesitará para llevar a cabo su misión. Una misión a la que volveremos a principios de 2025.
Hemos realizado estas impresiones tras probar una versión preliminar para PC en Gamescom 2024.