Análisis de Titus: La política no es un juego (iPhone)
Los medios digitales de los que disponemos en la actualidad, abren un abanico de posibilidades que antes, casi con total seguridad, ni fuéramos capaces de plantear. Permiten llegar a más público del que jamás hubiésemos imaginado, y si el contenido es bueno o de calidad, nos ayudan a que el mensaje o aquello que queramos transmitir, perdure y cale en el destinatario final. Ya sea para bien, o para mal, las aplicaciones en los dispositivos móviles -verdadero paradigma de lo que os queremos hablar en este análisis- nos permiten estar informados al minuto. Pero, si a la información normal y corriente -que pese a los avances, sigue siendo en muchos aspectos de un único sentido "proveedor-receptor"-, le sumamos un punto de sátira e interactividad o juego, surge algo como Titus.
Titus: La política no es un juego, es algo más que una simple aplicación de entretenimiento. Es una crítica feroz, una llamada de atención. Es una herramienta, que no solo consigue transmitir un mensaje: logra que lo asimilemos y lo entendamos, sacando nuestra propia conclusión al respecto.
Obviamente, no es la panacea jugable, y puede que tampoco sea tan original como muchos pretenden vender, pero merece la pena probar por uno mismo y extraer algo de la enseñanza que nos plantea. ¿Dispuesto a desentrañar algunos de los misterios del mundo de la política?
La política sí es un juego
La política es el más complejo de los juegos inventados por el ser humano. Perfeccionada durante años, la política, está hecha para engañar y encandilar al votante de las más diversas maneras. No es algo nuevo. En Titus, veremos -a grandes rasgos- como puede llegar a funcionar, y de qué manera, siempre con diferentes modalidades, trucos, engaños y campañas, podemos atraer a los votantes. Nuestra historia arranca como muchas otras historias políticas: desde abajo. Titus es un afable, agorafóbico y pusilánime relojero de Wealland, una región ficticia gobernada por una oligarquía política incuestionable durante años. Un día, Titus, recibe una anónima carta que lo invita a romper con lo establecido. Titus, harto de la situación, se arma de valor y decide comenzar su carrera política lleno de ilusión y con ideas renovadoras en la cabeza. Pronto, y ante lo podrido del sistema y sus candidatos, se dará cuenta de que las cosas no son exactamente como creía, y que, pese a sus reticencias iniciales, tendrá que hacer uso de las tácticas que siempre repudió. Titus, en palabras de su creador, es "un simulador de campañas políticas, oscuras y cínicas, llenas de golpes bajos, corrupción y minijuegos". A grandes rasgos, no se nos ocurre una mejor descripción.
Titus: La política no es un juego, en su modo campaña, nos invita a gestionar las diferentes fases por las que debe o puede pasar un candidato político, comenzando a movilizar las bases poco a poco, y enfrentándose, de manera ascendente, con los adversarios políticos que se va encontrando. Primero nos pondremos delante de las urnas junto a contrincantes de lo más fácil, que no son otros que unos simples personajes y trepas, que intentan ganarse el favor de sus amigos y superiores, con la intención de beneficiarse del entramado tan cuidadosamente jerarquizado que tienen.
Lo primero que hay que entender en este Titus: La política no es un juego, es que hay que aprender que todo, o casi todo, tiene un coste. Ya sea repartiendo propaganda, como dando mítines, nuestra campaña necesitará de fondos con los que costearse, y para ello, deberemos visitar a los lobbys y grupos de apoyo, que nos regalarán -literalmente- el dinero casi sin rechistar. Este problema se soluciona en forma de minijuego, con un simpático sombrero de copa que debemos manejar por la pantalla a fin de recopilar tanto dinero como podamos. De vez en cuando, el caramelo se amarga, y puede que una bomba se interponga en nuestra campaña de financiación. Una vez tengamos dinero, podemos convocar mítines, concertar entrevistas, encargar sondeos o esparcir rumores en contra de nuestros rivales. Estas opciones son las más básicas a la hora de plantear nuestra victoria en las urnas.
La interfaz es clara, y nos irá dando directrices básicas, así como encuestas y datos concretos para nuestro uso. Por ejemplo, si creemos que con una entrevista comprada -sí, podemos sobornar al periodista y al redactor del periódico- podemos subir intención de votos, pero nos cuesta demasiado, y tenemos indicios de que con un mitin tenemos la misma posibilidad y nos cuesta menos dinero, no habrá que pensárselo demasiado. El mitin, por ejemplo, está representado en forma de juego de habilidad donde esquivar tomates y fruta podrida mientras estamos en lo alto de la palestra. Si conseguimos aguantar el tiempo suficiente sin caer o acabar lleno de tomate hasta las trancas, lograremos calar en las bases y convencer al electorado. El buzoneo, con el reparto de propaganda para movilizar a nuestros militantes, también tiene su historia, y es un minijuego en sí mismo, que no tiene nada que envidiar a los típicos juegos de saltos tan populares en la App Store.
Ser el presidente de Wealland no es fácil. Y derrotar a Desmond, el actual mandamás, tampoco. Por el camino nos iremos enfrentando a un montón de cabezas políticas, dirigentes del partido, alcaldes y lugartenientes de lo más estrambótico. Antiguos jefes militares, ricos burgueses, jueces con aspiraciones... De todo. Cada uno tiene una estrategia política, y deberemos desentrañarla para vencerlos. El tiempo nos irá dando un buen bagaje y la cantidad de experiencia necesaria como para entender que cada adversario político tiene sus puntos débiles, y que el dinero, casi siempre, es uno de ellos. La campaña principal es larga, lo suficiente como para tenernos en vilo durante unas cuantas horas -dos o tres si somos muy habilidosos, y gestionamos bien nuestros recursos-, y si nos cansamos, Titus: La política no es un juego, nos ofrece un modo en el que poder plantear sin ayuda alguna nuestra estrategia y otro, donde disfrutar de los minijuegos incluidos en los modos principales -a fin de obtener mejores puntuaciones y récords-.
El apartado visual de Titus: La política no es un juego, es maravilloso. No hace ningún alarde técnico, pero funciona a todos los niveles, presentándonos ambientes opresivos, sonidos y composiciones musicales enormes y una serie de personajes más propios del cine de Tim Burton y Henry Selick, que de un videojuego. Desde el propio Titus -que comparte algunas cosas con el sempiterno y famoso Jack Skellington de Pesadilla antes de Navidad-, a algunos de nuestros adversarios, pasando por los escenarios donde damos los mítines. Todo goza de un mimo y detalle digno de alabanza, tanto en el iPad como en el iPhone. Como pega, y descontando una chapucera traducción al castellano, destacar que la interfaz, a veces, nos deja la ligera impresión de que no está a la altura del resto de los apartados. La aplicación, universal, es compatible con Game Center.
Conclusiones finales
Titus: La política no es un juego, es una aplicación entretenida, completa... Y educativa. Aderezada con un componente cínico y de crítica, y bien asentada en unas claras y evidentes bases humorísticas, la aplicación consigue atraparnos, enseñarnos sus propias reglas y hacernos ver que, pese a lo disparatado del universo donde se desarrolla la acción, todo tiene un cierto fondo de verdad y realidad. Y eso es, precisamente, lo que la hace tan especial. Como decíamos al comienzo del análisis, Titus: La política no es un juego, consigue transmitir su mensaje. Y nos enseña, en cierta medida, que paradójicamente, la política sí que es un juego. Que por desgracia, no todos están dispuestos a jugar de la manera correcta.