La segunda temporada de The Last of Us, cuyo primer capítulo se estranrá el 14 de abril en España, regresa con una propuesta más oscura, reflexiva, pero a primera vista, emocionalmente mucho más fragmentada que su antecesora. Aunque conserva la excelencia técnica y la ambición narrativa, porque el videojuego ofrece un digno material con el que trabajar, lo hace siguiendo los raíles del juego pero tomándose tanto su tiempo que ralentiza su narrativa.
Ellie es una adulta pero se sigue comportando como una adolescente
Este cambio reconfigura el corazón del relato, desplazando el foco del vínculo Joel-Ellie hacia un universo más coral pero más vacío, lo que deja sensaciones encontradas entre la fidelidad al material original y la eficacia televisiva. Uno de los grandes aciertos de esta nueva entrega es la evolución de Ellie como protagonista. Bella Ramsey asume plenamente las riendas del relato, ofreciendo una interpretación más compleja y dolorosa, marcada por la madurez forzada y el trauma acumulado.

Joel está más cansado y débil, aunque sus decisiones siguen siendo el centro de la trama
La narrativa se centra ahora en los dilemas morales que atraviesan a los personajes, algo que ya se deja entrever tímidamente en este primer capítulo. El impacto emocional de las decisiones tomadas en el pasado —especialmente la masacre del hospital en Salt Lake City— sigue reverberando, influyendo en las relaciones y motivaciones de forma persistente. Joel, interpretado nuevamente por un Pedro Pascal cargado de vulnerabilidad, queda en segundo plano, pero sus decisiones siguen siendo el eje alrededor del cual gira el conflicto.
Jackson, el asentamiento en el que Joel y Ellie encuentran cierta estabilidad inicial, se convierte en un nuevo escenario narrativo de peso. A diferencia del esquema episódico de la primera temporada, que se apoyaba en el formato del viaje, la segunda parte apuesta por la construcción de un entorno comunitario.
Este nuevo enfoque ralentiza el ritmo, pero permite profundizar en dinámicas sociales, institucionales y emocionales que enriquecen el trasfondo de la historia. La aparición de personajes secundarios como Dina (Isabela Merced), Jesse (Young Mazino) o Gail (Catherine O’Hara) ayuda a dibujar un retrato más complejo del mundo postapocalíptico, donde también hay lugar para la terapia, las relaciones adolescentes y los vínculos rotos.
Una división narrativa que no funciona en formato televisivo
No obstante, esta estructura más fragmentada también representa una debilidad. La división narrativa, que responde a la estructura del videojuego The Last of Us: Parte II, resta cohesión a la temporada, que se percibe como una preparación para algo mayor, más que como una historia cerrada en sí misma.
La inclusión de Abby (Kaitlyn Dever), personaje central para el futuro del relato, es tímida y episódica, a pesar de su potencial dramático. Aunque se insinúan sus motivaciones y su conexión con la historia principal, su escasa presencia deja una sensación de desbalance y promesa incumplida, propia de una narración que avanza en capítulos más que en temporadas.
El dilema ético del asesinato y la venganza —una de las señas de identidad de la franquicia— se mantiene como pilar filosófico del relato. La serie cuestiona, como lo hace desde sus inicios, las implicaciones morales de sobrevivir en un mundo donde la ley ha desaparecido. La violencia no es solo física, sino también estructural y emocional, lo que convierte a los personajes en figuras trágicas obligadas a redefinir constantemente su humanidad.
En conjunto, esta segunda temporada es ambiciosa y técnicamente impecable, pero también desigual en su ejecución. El peso del material original y la voluntad de serle fiel a veces lastran la fluidez televisiva, generando momentos de brillantez intercalados con otros de desconexión.