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Una familia belga vive en un contenedor de 48 m2 y sólo lamenta una cosa: 'Pasamos de pagar 250 euros al año a más de 2.100'

Para algunas familias, como esta de Zemst, pasar unos años dentro de un contenedor es el peaje asumible para llegar a la casa soñada.
Una familia belga vive en un contenedor de 48 m2 y sólo lamenta una cosa: 'Pasamos de pagar 250 euros al año a más de 2.100'
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Actualizado: 8:01 16/11/2025
bélgica
contenedor
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En Zemst, una pequeña localidad belga, la vida de Glenda, Joris y sus dos hijos cabe en 48 metros cuadrados de metal azul. Desde noviembre de 2024 duermen, cocinan y se duchan dentro de un contenedor marítimo mientras reforman “la casa de sus sueños”, una vivienda antigua que compraron tras vender la anterior.

La decisión no fue un capricho arquitectónico, sino una operación de supervivencia financiera: no podían asumir dos hipotecas ni pagar un alquiler puente durante años, así que optaron por una solución radicalmente barata —menos de 10.000 euros por el contenedor, reacondicionado por ellos mismos— y la convirtieron en hogar temporal, según recoge AS.

El plan, contado al diario belga HLN y recogido por varios medios internacionales, tiene lógica en un contexto de vivienda cara y reformas largas, pero esconde una letra pequeña energética. La familia explica que su factura de luz se ha disparado de unos 250 euros anuales a más de 2.100 desde que viven en el contenedor, en buena medida por la necesidad de recurrir a calefactores eléctricos en invierno y aire acondicionado portátil en verano: cuando fuera hace calor, dentro se vuelve casi irrespirable, y cuando las temperaturas caen, el frío atraviesa las paredes. En un país donde el kilovatio hora doméstico ronda los 0,33 euros con impuestos incluidos, según Eurostat, ese incremento implica pasar de un consumo muy contenido a uno que probablemente duplica o triplica el de un hogar medio belga.

Por qué se dispara la factura

Lo que vive esta familia tiene explicación técnica: un contenedor marítimo es, esencialmente, una caja de acero pensada para soportar golpes y salitre, no para conservar el calor. El metal conduce frío y calor con mucha más facilidad que un cerramiento tradicional, de modo que, si no se aísla bien, se comporta como un radiador al revés: en verano absorbe el sol y lo reemite hacia el interior; en invierno entrega al exterior el calor que se genera dentro. Estudios recientes sobre casas contenedor en Europa muestran que el diseño de puentes térmicos —esquinas, uniones, encuentros con puertas y ventanas— y el grosor del aislamiento pueden reducir el consumo energético de esos puntos críticos en más de un 40–60 %. Pero muchas conversiones autoconstruidas, como la de Zemst, se hacen con presupuestos muy ajustados y soluciones de compromiso que no siempre cumplen los estándares óptimos.

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La paradoja es que las casas contenedor se venden a menudo como alternativa “eco” y barata justo en un momento en el que Europa empuja a su parque de viviendas hacia la eficiencia. La directiva comunitaria de eficiencia energética de edificios y la normativa regional flamenca obligan a que las nuevas construcciones y grandes reformas alcancen determinados niveles de aislamiento, ventilación y rendimiento global, también cuando se reutilizan estructuras no convencionales. Bien diseñadas —con aislamiento exterior continuo, protecciones solares, ventilación controlada y, a ser posible, apoyo de renovables—, las casas contenedor pueden llegar a competir en consumo con viviendas convencionales, algo que destacan tanto fabricantes especializados como trabajos de simulación energética en distintos climas europeos. El problema aparece cuando se improvisa: el ahorro inicial en obra se paga después en facturas imposibles.

Eficiencia y normativa en Europa

Mientras tanto, para Glenda y Joris la vida en “Bluey”, como han bautizado al contenedor, es un equilibrio raro entre incomodidad física y satisfacción emocional. Dentro apenas hay un dormitorio donde duermen los cuatro, un salón mínimo, cocina y baño; fuera, un gran jardín con cama elástica y casita de juegos que los niños viven como una aventura mientras sus padres encadenan jornadas de reforma y bricolaje. La familia admite que a veces se siente culpable por dedicar tanto tiempo a la obra, pero también habla de un proyecto compartido que les ha obligado a apretarse, coordinarse y relativizar el espacio: cuando se convive en 48 metros, cada discusión pesa más… y también cada pequeña victoria, desde instalar un mueble nuevo hasta conseguir que el aislamiento mejore medio grado la temperatura nocturna.

Si todo sale como esperan, en mayo de 2027 harán la mudanza definitiva y el contenedor volverá a ser lo que era: una caja de acero reciclada, quizá reconvertida en trastero, despacho o casa de invitados. Hasta entonces, su historia funciona como advertencia frente al espejismo de las “tiny houses” baratas y como recordatorio de algo que los expertos en eficiencia repiten desde hace años: la vivienda asequible no se mide sólo en el precio de compra, sino en cuánto cuesta calentarla y enfriarla mes a mes.

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