La lucha contra el cambio climático ha generado propuestas que oscilan entre lo innovador y lo controvertido, pero pocas tan extremas como la planteada por Andy Haverly, investigador del Rochester Institute of Technology. Haverly sugiere detonar una bomba nuclear en la meseta de Kerguelen, en el fondo del océano Antártico, para acelerar el proceso de meteorización forzada de rocas, que transforma el dióxido de carbono (CO₂) en minerales estables. Según su planteamiento, una única detonación podría capturar 30 años de emisiones de CO₂, pero la propuesta ha desatado un encendido debate en la comunidad científica debido a los riesgos y las implicaciones éticas.
Una idea ambiciosa y sus implicaciones técnicas
El plan consiste en realizar una explosión controlada a más de 6 kilómetros bajo la superficie marina, utilizando una bomba de hidrógeno de potencia sin precedentes. Haverly asegura que el basalto fragmentado por la explosión absorbería la radiación y capturaría grandes cantidades de CO₂, minimizando el impacto ambiental directo. Sin embargo, esta propuesta enfrenta serias dudas sobre su viabilidad técnica, el riesgo de liberar metano atrapado en sedimentos y posibles alteraciones tectónicas que podrían desencadenar tsunamis o afectar la biodiversidad marina.
Riesgos éticos, políticos y ambientales
La detonación de una bomba nuclear con fines ambientales no solo representaría un desafío técnico, sino también un dilema ético y político. La idea viola tratados internacionales de no proliferación nuclear y podría sentar un peligroso precedente en el uso de explosivos nucleares. Además, la posibilidad de generar radiación residual en el ecosistema marino o de agravar la crisis climática mediante consecuencias imprevistas ha suscitado una fuerte oposición en la comunidad científica.
Argumentos a favor y el escepticismo general
Haverly ha defendido su propuesta citando el histórico uso de explosivos nucleares y argumentando que las emisiones anuales de las centrales de carbón son más dañinas que una explosión submarina controlada. No obstante, expertos subrayan que los riesgos a largo plazo, la inversión estimada de 10.000 millones de euros y la incertidumbre técnica convierten esta idea en una apuesta extremadamente arriesgada. La comparación con el fallido Proyecto Ploughshare, que buscaba emplear tecnología nuclear para fines civiles en los años 50, ha alimentado aún más el escepticismo.

Un dilema ético en la búsqueda de soluciones climáticas
La propuesta de Haverly plantea una pregunta crucial: ¿es aceptable asumir riesgos tan elevados en nombre de la lucha contra el cambio climático? Mientras las soluciones sostenibles y seguras continúan siendo la prioridad para la comunidad internacional, esta controvertida idea refleja la desesperación por encontrar alternativas radicales frente a una crisis climática sin precedentes. Por ahora, el debate sobre este proyecto subraya la importancia de considerar tanto los beneficios como los peligros inherentes a cualquier innovación que busque abordar la emergencia climática.