Durante milenios, el salmón del Atlántico ha protagonizado una de las migraciones más épicas del reino animal, desafiando corrientes, presas, turbinas y redes para llegar al mar. Pero hoy, ese viaje ancestral se ve alterado por una amenaza moderna y mucho más insidiosa: los residuos químicos de las drogas recreativas y farmacológicas que flotan en los ríos.
Investigaciones recientes han documentado la presencia de cocaína, metanfetamina y ansiolíticos en concentraciones suficientes para modificar el comportamiento de estos peces, transformando su ruta migratoria en un experimento involuntario de neurofarmacología aplicada.
De los arroyos al laboratorio: salmones drogados en Europa
El primer aviso serio llegó desde Alemania en 2020, cuando funcionarios ambientales encontraron salmones agitándose frenéticamente en una piscifactoría. La explicación resultó desconcertante: las aguas estaban contaminadas con cocaína y su metabolito benzoylecgonina. Estudios posteriores en Reino Unido, España y otros países europeos confirmaron un patrón alarmante: los peces no solo estaban expuestos a drogas ilegales, sino que mostraban cambios de comportamiento similares a los que estas sustancias inducen en humanos.
Truchas expuestas a metanfetamina desarrollaban síntomas de abstinencia al ser devueltas a aguas limpias, dejando claro que el problema no era anecdótico. Un estudio reciente en el río Dal, en Suecia, ha ido aún más lejos al demostrar que los ansiolíticos presentes en el agua modifican la conducta migratoria del salmón. Investigadores implantaron cápsulas de liberación lenta con clobazam y tramadol en 279 ejemplares jóvenes y observaron que los expuestos al ansiolítico cruzaban las presas tres veces más rápido que sus congéneres.
Aunque esta “valentía artificial” parecía facilitar el viaje, los científicos advierten de sus riesgos: los peces medicados se separaban del grupo y mostraban menos comportamiento gregario, volviéndose más vulnerables a depredadores una vez en el mar abierto.
Una sopa farmacéutica en los ríos del mundo
Más allá del caso del salmón, el fenómeno pone el foco sobre una realidad global: más de 900 principios activos farmacológicos han sido detectados en ecosistemas acuáticos de todo el planeta. Desde antidepresivos hasta quimioterápicos, muchos de estos compuestos afectan regiones cerebrales comunes a diversas especies, lo que genera efectos secundarios no previstos. La “sopa farmacéutica” que fluye por los ríos combina sustancias con mecanismos distintos, cuyas interacciones apenas están estudiadas. Y aunque las concentraciones son bajas, su persistencia y acumulación progresiva plantean un riesgo ecológico de largo alcance.

Frente a esta amenaza, los expertos llaman a actuar con urgencia. Karen Kidd, experta en ecotoxicología, subraya la necesidad de rediseñar las plantas de tratamiento de aguas residuales para que sean capaces de filtrar este tipo de compuestos, y promover medicamentos más biodegradables. Porque mientras los efectos se acumulan de forma silenciosa bajo la superficie, el equilibrio de ecosistemas complejos y milenarios se desmorona.