En el Hospital 12 de Octubre de Madrid, hay dos profesionales que no llevan bata ni estetoscopio, pero que logran algo que muchas veces escapa a la medicina convencional: aliviar el miedo. Se llaman Zenit y Senna, y son perros de intervención asistida. Junto a un equipo multidisciplinar de sanitarios, terapeutas y psicólogos, participan desde hace casi cinco años en un proyecto pionero que demuestra que la presencia de un animal como los perros puede cambiarlo todo, incluso en una Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos.
Reducción del dolor y la ansiedad en cuidados intensivos pediátricos: tener perro es bueno para la salud mental
El estudio —con un título tan preciso como el entorno donde se desarrolla: Viabilidad de la aplicación de la terapia asistida con animales en una unidad de cuidados intensivos pediátricos: eficacia en la reducción del dolor, el miedo y la ansiedad— ha sido publicado en la prestigiosa European Journal of Pediatrics. ¿El objetivo? Medir con datos lo que ya muchos intuían: que un perro puede ser una herramienta terapéutica real en un entorno crítico.

Durante la investigación, se llevaron a cabo 74 sesiones con 61 niños de entre 4 y 15 años, todos ellos ingresados en la UCIP del hospital. Se midieron parámetros fisiológicos —frecuencia cardíaca, presión arterial, saturación de oxígeno— y se evaluaron también indicadores emocionales como el dolor, el miedo y la ansiedad, usando escalas clínicas validadas. El resultado fue tan claro como esperanzador: tras cada visita de los perros, los niveles de ansiedad y dolor descendían notablemente, en algunos casos hasta en tres puntos.
Pero más allá de los números, hay algo que resalta entre líneas: el impacto en la salud mental de los pacientes. En un contexto de estrés clínico extremo, donde la incertidumbre, la soledad y el dolor conviven en la misma cama, la visita de un animal se convierte en una tabla de salvación emocional. Disminuye la percepción del miedo, mejora el estado de ánimo y, en muchos casos, devuelve al niño una sensación de control sobre su entorno. No es magia, es conexión: un vínculo emocional directo que estimula la liberación de oxitocina y otras hormonas relacionadas con el bienestar psicológico.
Este no es solo un experimento aislado. Es el fruto de una colaboración entre la Cátedra de Animales y Sociedad, el equipo médico del 12 de Octubre y la asociación Bitácora, especializada en intervenciones con animales. Juntos, han diseñado un protocolo que tiene en cuenta no solo el perfil clínico del menor, sino también los objetivos terapéuticos de cada sesión. Porque aquí no se trata solo de acariciar a un perro: se trata de construir un espacio emocional seguro, motivador y reparador.

Y es que en un lugar donde todo huele a hospital, la llegada de Zenit o Senna lo cambia todo. Según los especialistas del proyecto Huellas de Colores, el animal se convierte en un foco de atención positivo que rompe con el estrés del entorno. Los niños no solo se relajan: muchos expresan emociones que llevaban semanas sin exteriorizar. Y en un contexto donde la medicina lucha contra enfermedades respiratorias, neurológicas, oncológicas o cardiacas, esa pequeña pausa emocional puede marcar la diferencia.
La UCIP del 12 de Octubre atiende a cerca de 500 niños al año. Para muchos de ellos, estas visitas no son un complemento, sino una bocanada de aire fresco. Una ayuda real. Un alivio inesperado. Y para el equipo detrás del proyecto, una confirmación de que, a veces, la ciencia y el cariño pueden caminar de la pata.