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La ciencia demuestra que ser fan puede ser un peligro para tu salud, ya sea de Juego de Tronos, PlayStation o Xbox

Es importante contar con intereses comunes a otras personas, pero sin pasarse.
La ciencia demuestra que ser fan puede ser un peligro para tu salud, ya sea de Juego de Tronos, PlayStation o Xbox
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Actualizado: 18:00 1/3/2025

Ser fan de algo es una experiencia casi universal. Ya sea por un equipo de fútbol, una serie de televisión, una marca de tecnología o una saga cinematográfica, todos hemos sentido en algún momento la emoción de formar parte de una comunidad que comparte nuestros intereses. Sin embargo, la línea entre el entusiasmo sano y la obsesión puede ser más delgada de lo que parece.

Según la psiquiatría, la implicación excesiva en una afición puede generar frustraciones, ansiedad y problemas de salud mental, una realidad que la doctora Drew Ramsey analiza en su libro La Dieta de la Felicidad. El problema surge cuando el entusiasmo se convierte en una fuente constante de decepciones. Ramsey sostiene que si un hobby o una afición nos provoca enfado o tristeza recurrentes, quizás deberíamos replantearnos nuestra relación con ella.

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Por ejemplo, si la derrota de un equipo de fútbol nos afecta hasta el punto de quitarnos el sueño o generar discusiones, es posible que hayamos cruzado un umbral peligroso. Esto se debe a un mecanismo cerebral específico: la habénula lateral, que regula la producción de dopamina y modula nuestras reacciones ante la frustración.

El cerebro y la identidad en la cultura fan

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Esta respuesta biológica se combina con otro factor clave: nuestra necesidad de pertenecer a un grupo. A lo largo de la historia, el sentido de comunidad ha sido crucial para la supervivencia humana. Pero lo que antes era una conexión tribal basada en la cooperación directa, hoy se ha transformado en una identidad forjada en torno a productos de entretenimiento, equipos deportivos o fenómenos culturales.

Internet y las redes sociales han amplificado este fenómeno, permitiendo que la gente se identifique con comunidades globales de fans con los que, en muchos casos, nunca han interactuado en la vida real. El problema surge cuando esta necesidad de pertenencia se encuentra con el mecanismo de la habénula, generando un ciclo de emoción y frustración difícil de romper.

Cada vez que un fan ve que su equipo pierde, que una saga cinematográfica toma un rumbo que no le gusta o que una marca de tecnología no cumple con sus expectativas, su cerebro recibe una señal de decepción. Si estas pequeñas derrotas se acumulan, pueden llevar a niveles elevados de estrés, ansiedad e incluso depresión. Esto, a su vez, puede derivar en problemas de sueño, conflictos familiares o dificultades en el entorno laboral.

Ramsey concluye con una reflexión contundente: "Creo en el ocio, pero hemos cambiado algo que debería ser placentero y relajante por una participación intensa". La clave está en disfrutar de nuestras aficiones sin convertirlas en una fuente constante de frustración. Si un hobby nos está causando más daño que alegría, quizás sea hora de preguntarnos: cuando la emoción se va, ¿qué nos queda?

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