La situación no es buena. En mayo de 2024, el New York Times publicaba un reportaje que dejaba al desnudo la magnitud de la crisis inmobiliaria en China. Las cifras eran difíciles de digerir: cuatro millones de pisos terminados y sin comprador, y otros diez millones vendidos sobre plano que aún no habían comenzado a construirse. Una sobreoferta monumental que recordaba inevitablemente al colapso vivido en Japón en los años noventa.
El espectro que arrasó Japón resurge en China y desata una crisis histórica que golpea también a España
Un año más tarde,explican en Bloomberg, la situación no ha hecho sino empeorar. La comparación entre ambos países resulta casi obligada. Japón experimentó una burbuja inflada por crédito barato, expectativas desmedidas y políticas fiscales poco prudentes. El espejismo de riqueza impulsó consumo y empleo, pero la demografía acabó imponiéndose: con menos compradores jóvenes, los precios se hundieron, arrastrando al conjunto de la economía hacia una trampa deflacionaria.
Tokio respondió con estímulos masivos, confiando en que se trataba de una crisis coyuntural. Pero el tiempo reveló lo contrario: el problema era demográfico y estructural. El país acabó atrapado en un ciclo de décadas perdidas, con natalidad a la baja, salarios presionados y un mercado laboral cada vez más frágil.
China afronta ahora un reto similar, aunque con características más graves. La urbanización acelerada y la dependencia fiscal de los gobiernos locales de la venta de suelo inflaron precios hasta niveles inéditos. El ladrillo llegó a representar una cuarta parte del PIB y cerca del 70% de la riqueza de los hogares, mucho más que en el Japón del 90. El pinchazo ha supuesto no solo millones de viviendas vacías, sino una destrucción de riqueza familiar equiparable a todo un año de producción nacional.
El caso Evergrande es paradigmático: la mayor promotora del país, símbolo de la expansión desenfrenada, se hundió bajo una montaña de deuda tras las restricciones impuestas por Pekín en 2020. Desde entonces, la cadena de quiebras y reestructuraciones ha expuesto la fragilidad de todo el sector.
El problema se agrava por la trampa demográfica. En China, la edad media de compra de la primera vivienda se sitúa entre los 28 y 32 años, y esa cohorte alcanzó su máximo en 2019. Sin relevo generacional, la demanda estructural se desploma al tiempo que el envejecimiento avanza a un ritmo inusitado.
La crisis de vivienda no es un fenómeno exclusivo de Asia. En España, aunque el escenario difiere, la tensión es igualmente evidente: los precios del alquiler alcanzan récords históricos, superando en ciudades como Madrid o Barcelona el 40% del salario medio. A ello se suma la falta de vivienda pública —apenas un 2,5% del parque total, frente al 30% de Países Bajos— y el impacto del turismo y la vivienda de uso temporal, que expulsan a miles de jóvenes del mercado.
La paradoja española no es un exceso de pisos vacíos como en China, sino una combinación de oferta limitada, especulación y salarios que no crecen al mismo ritmo que la vivienda, lo que genera una presión social creciente y un desafío político de primer orden. El dilema de Pekín es evidente: rescatar al ladrillo sin repetir los errores de Japón. Pero con una burbuja mayor, un consumo interno más débil y un futuro demográfico incierto, el país podría encaminarse hacia un estancamiento prolongado que comprometa su peso económico global.
