El desinfluencing es la última tendencia viral que está arrasando en TikTok e Instagram, pero su esencia es justamente lo opuesto a lo que las redes sociales han promovido durante años: consumir sin parar. Esta corriente, según explica a 20 minutos la psicóloga Elena Cejalvo Herraiz (Universidad Internacional de Valencia), actúa como “una reacción adaptativa frente a la saturación de recomendaciones e idealizaciones que asocian la felicidad al consumo”. Frente al bombardeo de influencers, este movimiento reivindica la pausa, el pensamiento crítico y el derecho a decir “no”.
Un respiro emocional frente al consumismo
El auge del desinfluencing tiene raíces emocionales profundas. Para Cejalvo, es “un recordatorio colectivo de que es posible resistir” y devolver la sensación de autonomía al consumidor. Durante años, millones de usuarios han sentido la presión de tener el último producto viral, una presión que en muchos casos termina en compras impulsivas, frustración y culpa. Este movimiento ofrece alivio psicológico al validar esa decepción: escuchar a otros confesar que también se arrepienten de sus compras ayuda a rebajar la ansiedad.
Desde el punto de vista de la psicología social, el desinfluencing genera un respiro frente a la comparación constante. Al cuestionar si un producto realmente es necesario, refuerza la autoestima y fomenta un consumo más consciente. En redes, además, funciona como un acto de autenticidad: mostrarse crítico frente al consumismo se ha convertido en una forma de identidad digital, especialmente entre los jóvenes.
La generación Z es el epicentro del fenómeno. Son nativos digitales, han crecido con el “swipe” como gesto cotidiano y son muy sensibles al impacto emocional del marketing en redes. Prefieren invertir en experiencias, buscar productos sostenibles o de segunda mano y compartir en comunidad su rechazo a la compra compulsiva. Esta tendencia conecta también con valores medioambientales, ya que promueve un consumo que minimice residuos y huella de carbono.
El riesgo de una nueva presión social
Sin embargo, el desinfluencing no está exento de paradojas. Al reducir la presión de tener lo último, genera otra: la de demostrar públicamente que se es un consumidor consciente y “responsable”. Como apunta Cejalvo, “puede crear un nuevo tipo de presión social: la de elegir bien”. Esto convierte al movimiento en un espejo de su propia contradicción, donde la autenticidad se convierte en un nuevo capital social.
Los expertos recomiendan integrar esta tendencia de forma saludable, no como una moda pasajera. Revisar las emociones que despiertan las redes, establecer límites de tiempo, practicar la autenticidad y aprender de los patrones de consumo son estrategias que ayudan a aprovechar lo mejor del desinfluencing sin caer en extremismos.















