La plataforma Netflix vuelve a apostar por la ciencia ficción con Estado Eléctrico, la nueva superproducción de los hermanos Russo que busca convertir la novela ilustrada de Simon Stålenhag en un blockbuster de gran alcance. Con un reparto encabezado por Millie Bobby Brown y Chris Pratt, la película se esfuerza por capturar la esencia de su material original, pero el resultado es un pastiche de referencias cinematográficas que diluye la profundidad de la historia en favor de un espectáculo visual sin alma.
Una versión alternativa a lo 'Ready Player One'
La cinta nos transporta a una versión alternativa de los años 90, donde los humanos han triunfado en una guerra contra robots conscientes, relegándolos a un gigantesco páramo desértico. Mientras la sociedad se sumerge en la comodidad de la realidad virtual, la protagonista, Michelle (Brown), emprende un viaje para encontrar a su hermano desaparecido, cuya conciencia parece haber sido transferida a un robot infantil. En el camino, se cruza con un cínico mercenario (Pratt) y un grupo de androides excéntricos que intentan darle algo de vida a la narrativa.
Falta de identidad propia
Uno de los problemas fundamentales de la película radica en su falta de identidad. Lejos de la melancólica introspección de la obra original, la película parece más interesada en imitar a Spielberg y George Lucas sin alcanzar su maestría. La relación entre Michelle y su hermano robot, que debería ser el núcleo emocional de la historia, se ve relegada por escenas de acción genéricas y diálogos expositivos que intentan explicar un universo que nunca se siente orgánico.
Chris Pratt, en su enésima interpretación del aventurero socarrón, apenas aporta algo nuevo a su repertorio. Brown, por su parte, hace lo posible con un personaje que carece de desarrollo, y aunque la película intenta darle un arco de crecimiento, su evolución emocional es tan predecible como superficial. El elenco de secundarios, con voces de actores como Woody Harrelson y Brian Cox, ofrece momentos de humor que, en su mayoría, caen en el olvido.

La dirección de los Russo se siente mecánica, como si estuvieran más interesados en la logística de los efectos especiales que en construir un relato con peso emocional. Hay escenas que visualmente impresionan, sobre todo en la creación de los robots y el mundo retrofuturista, pero la película se siente más como un catálogo de CGI que como una historia con algo relevante que decir.
La premisa de una sociedad alienada por la tecnología y la explotación de la inteligencia artificial podría haber dado pie a una reflexión interesante sobre nuestra relación con el progreso. En cambio, la película apenas roza estos temas, limitándose a presentar un conflicto simplista entre buenos y malos sin matices ni profundidad. Dando lugar a una producción familiar, sí, pero sin poso.
El guion, escrito por Christopher Markus y Stephen McFeely, quienes han demostrado talento en la adaptación de cómics para Marvel, aquí se siente algo de fórmula. La banda sonora cumple con su función, de hecho, regala esos pequeños homenajes a lo que fueron Los guardianes de la Galaxia. En un intento por evocar la nostalgia, el filme recurre a una serie de referencias culturales de los 90.
Al final, Estado Eléctrico es una película de gran presupuesto que se queda en la superficie de su propia historia. Visualmente impresionante pero emocionalmente algo vacía, se suma a la creciente lista de adaptaciones que sacrifican la esencia de su material original en favor de un espectáculo prefabricado. Es muy entretenida para quienes busquen una aventura ligera con robots y explosiones, pero para aquellos que esperaban una obra que explorara el potencial filosófico y narrativo de su premisa, la película puede ser una decepción.