Durante siglos, muchos han creído que el Imperio Romano se permitió ciertas licencias a la hora de retratar sus sangrientos espectáculos de gladiadores. Las batallas navales (naumaquias) dentro del Coliseo, los enfrentamientos con fieras salvajes traídas de los confines del imperio, los combates a muerte ante decenas de miles de personas. Todo eso sonaba más a propaganda o leyenda que a realidad.
Y sin embargo, más de dos mil años después, los huesos de un hombre nos obligan a replantearlo todo: no era exageración. Era historia viva. El hallazgo se ha producido en una antigua necrópolis romana a las afueras de York, Reino Unido. Un lugar que durante años ha sido objeto de debate entre arqueólogos, historiadores y expertos en gladiatura, y que ahora ofrece la que podría ser la prueba más contundente de que, efectivamente, los gladiadores luchaban contra bestias salvajes. Y no hablamos de ciervos ni de jabalíes. Hablamos de leones y decapitaciones.
Gladiator de Ridley Scott se queda corto: los arqueólogos revelan la auténtica crueldad del Coliseo
Uno de los esqueletos encontrados, perteneciente a un varón de entre 26 y 36 años, muestra marcas inequívocas: una mordedura en la pelvis perfectamente alineada con los caninos de un gran felino africano. Una mordedura que, según los investigadores, no habría sido fatal, pero sí una prueba clara de que aquel hombre se enfrentó cara a cara con una bestia traída desde tierras lejanas. Un ataque frontal, a media altura, propio del estilo de caza de un león en plena embestida.

Los restos, fechados entre los siglos I y IV d.C., se encontraban junto a huesos de caballos y otros combatientes, en lo que parece ser un cementerio reservado para quienes participaron —y en muchos casos murieron— en estos espectáculos de sangre y arena.
La evidencia, que podéis leer detenidamente en este artículo, no solo confirma lo que hasta ahora solo intuíamos a través de frescos y textos clásicos, sino que demuestra que la maquinaria logística del Imperio Romano era tan descomunal como implacable. Luchar contra un león africano en la lluviosa Britania no era una excepción. Era parte del espectáculo que creíamos un invento de Hollywood.

Y por si quedaban dudas, el cuerpo fue decapitado tras el combate, tal vez como una medida de compasión ante heridas irreparables, o como parte de un ritual fúnebre destinado a quienes morían en la arena. Lo cierto es que, por primera vez, tenemos una prueba física de que todo lo que Gladiator nos mostró —y que muchos consideraban licencia cinematográfica, propia del estilo de Scott— estaba más cerca de la verdad de lo que jamás imaginamos. Sí, hay exageraciones ridículas en el cine, pero si algo sabía hacer Roma, era convertir la muerte en espectáculo. Y ahora sabemos que no escatimaban en recursos.