En 1974, en las profundidades selváticas del Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, estalló un conflicto que cambiaría para siempre nuestra visión del reino animal. No fue una simple escaramuza territorial ni una lucha puntual por el dominio. Fue una guerra. Larga, planificada y cruel.
Los clanes de chimpancés Kasakela y Kahama se enfrentaron durante cuatro años en lo que se conocería como la Guerra de Gombe, el primer conflicto bélico documentado entre animales. Y no terminó hasta que uno de los bandos —el de los Kasakela— exterminó sistemáticamente a todos los machos y hembras adultas capaces de combatir del clan rival, esclavizando después a las hembras jóvenes supervivientes.
La guerra olvidada de los chimpancés: cuatro años de estrategia, exterminio y una advertencia para la humanidad
Podría parecer un episodio más de violencia instintiva, una nota de color en la interminable lista de tragedias naturales que no acaban siendo registradas o documentadas. Pero no. Esta guerra tenía algo distinto según todos los expertos implicados en su estudio y divulgación: organización, estrategia, espionaje, treguas y asesinatos selectivos. En resumen, y salvando las distancias, tenía todos los ingredientes de lo que podemos considerar un comportamiento militar complejo. Lo que ocurrió en Gombe fue un conflicto en toda regla, con una frialdad y una eficiencia que hasta entonces creíamos exclusiva de los humanos.

Fue la famosa primatóloga Jane Goodall quien documentó, entre la fascinación y el horror, esta escalada de violencia entre los que muchos consideran nuestros parientes más cercanos. Los Kasakela y los Kahama eran, en realidad, un solo grupo años atrás. Pero a partir de 1971, una combinación de factores lo cambió todo: el ascenso de un macho alfa débil y la progresiva reducción de hembras fértiles. Dos machos disidentes decidieron separarse y fundar su propio clan, iniciando así una fractura interna que derivaría en una guerra civil simiesca.
Durante un tiempo, la convivencia entre los dos grupos fue, si no cordial, al menos tolerable. Pero todo estalló en 1974 cuando siete miembros del clan Kasakela emboscaron a un adulto del clan Kahama y lo golpearon con una brutalidad escalofriante hasta dejarlo al borde de la muerte. Ese ataque fue el pistoletazo de salida para cuatro años de violencia metódica, en los que los Kasakela fueron eliminando, uno por uno, a todos los rivales.

Lo más inquietante no fue solo la violencia en sí, sino su ejecución. Los ataques eran planificados, muchas veces con días de preparación. No se trataba de impulsos. Era guerra fría, disfrazada de selva tropical. Y terminó como terminan muchas guerras humanas: con un genocidio.
Los Kasakela arrasaron a los Kahama y absorbieron a sus miembros más jóvenes. Pero la victoria les dejó debilitados. Otros clanes vecinos aprovecharon el desgaste para arrebatarles territorio, y el otrora poderoso clan vencedor quedó reducido a un pequeño reducto que solo pudo conservar mediante tretas: fingieron tener más adultos entrenando a jóvenes para patrullar, inflando su presencia visual.

Pero no sería su última guerra. En 1993 y más tarde en 2002, los Kasakela volvieron al campo de batalla, reafirmando su naturaleza conflictiva y beligerante.
Más humanos de lo que pensamos
Décadas más tarde, en 2019, el espectro de la guerra entre primates volvió a emerger. Esta vez no fue un conflicto entre clanes de chimpancés, sino un asalto directo contra otra especie: los gorilas. En el Parque Nacional de Loango, en Gabón, un grupo de unos treinta chimpancés atacó sin previo aviso a una familia de gorilas con la que hasta entonces habían mantenido relaciones de vecindad.
En esa incursión, secuestraron y asesinaron a una cría. Uno pensaría que ese acto pondría fin al conflicto, pero no: diez meses después, los chimpancés repitieron la ofensiva. Dividieron a los gorilas, aislaron a las hembras y mataron otra cría, que incluso llegaron a devorar.

Los estudios posteriores confirmaron lo que muchos ya temían: los chimpancés no solo son capaces de desarrollar estrategias militares, sino que pueden mantenerlas en el tiempo, adaptarlas y ejecutarlas con un nivel de frialdad sorprendente.
Estos eventos -documentados y estudiados- no solo nos obligan a repensar la línea que separa a humanos de animales. Nos enfrentan a un reflejo perturbador en la naturaleza que una vez nos llegó a cobijar: en la guerra, los chimpancés no son tan diferentes de nosotros. Son capaces de formar alianzas, de planear incursiones, de aprovechar debilidades y de ejercer una violencia que, en algunos casos, roza el exterminio planificado. En tiempos donde se debate el origen de la violencia humana, la historia de Gombe nos lleva a pensar que quizás no seamos tan únicos como creemos.