La costa sur de Inglaterra vive un fenómeno insólito: la irrupción masiva del pulpo mediterráneo en aguas británicas, una especie hasta ahora rara en la región y que, en cuestión de meses, ha pasado de ser curiosidad biológica a emblema económico y cultural. En puertos como Brixham, los pescadores se encontraron con redes repletas de cefalópodos en lugar de los peces habituales, lo que generó ganancias extraordinarias de hasta 10.000 libras semanales. El boom se tradujo en más de 12.000 toneladas subastadas entre enero y agosto, con picos diarios de 48 toneladas, convirtiendo a la localidad en la nueva “capital del pulpo” británica.
Los científicos apuntan al cambio climático como la causa principal. El profesor Steve Simpson, de la Universidad de Bristol, explica que las aguas del sur del Reino Unido se sitúan en el límite septentrional del rango de distribución del pulpo mediterráneo. Sin embargo, el aumento de la temperatura marina ha favorecido que estos animales encuentren un hábitat ideal donde antes no lograban asentarse. Lo que hace medio siglo parecía improbable —un Mediterráneo trasladado al Atlántico Norte— hoy se presenta como un signo visible del calentamiento global.
Del laboratorio al puerto: causa y efecto
El impacto económico es desigual. Para muchos arrastreros, la llegada del pulpo ha sido un alivio inesperado tras años de dificultades, con mercados y restaurantes ávidos de incorporar este nuevo producto a sus menús. Pero para los mariscadores de cangrejo y langosta, la historia es otra: los pulpos, cazadores astutos, han invadido las trampas de crustáceos, devorando las capturas y dejando tras de sí solo caparazones vacíos. Lo que comenzó como sorpresa pronto se convirtió en angustia, con pescadores como Jon Dornom, en Salcombe, que pasaron de viajes rentables a nasas llenas de restos.
La experiencia histórica añade incertidumbre. En la década de 1950 ya se produjo una invasión similar, que duró apenas uno o dos años antes de desaparecer por completo. Esa memoria colectiva recuerda lo volátil de estos fenómenos y genera dudas sobre si el actual episodio será transitorio o el inicio de una nueva normalidad. Con el calentamiento global como telón de fondo, los expertos sospechan que este tipo de irrupciones podrían ser cada vez más frecuentes, aunque su duración y consecuencias siguen siendo imprevisibles.
Ganadores, perdedores y memoria reciente
El fenómeno ha trascendido la economía y se ha colado en la cultura local. En Brixham, el pulpo se ha convertido en un símbolo de identidad: murales en cafeterías, neones en el puerto y platos innovadores que circulan en redes sociales. Lo que antes era visto como una rareza exótica hoy se consume masivamente, atrayendo tanto a vecinos como a turistas. Sin embargo, este entusiasmo convive con la inquietud de quienes ven peligrar especies tradicionales de la pesca inglesa, fundamentales para la dieta y el comercio regional.
Lo cierto es que la invasión de pulpos en Inglaterra refleja la delicada interacción entre clima, ecología y economía. Para algunos, supone un maná inesperado; para otros, una catástrofe que amenaza su sustento.















