Durante dos décadas, Peter Moreve vivió en Mijas Costa, una de las localidades malagueñas con mayor presencia de británicos. Llegó en 2006 con la idea de disfrutar de su jubilación bajo el sol andaluz y cerca del mar. Sin embargo, con el paso del tiempo, la experiencia dejó de ser lo que había imaginado: “No era España, era Inglaterra con sol”, explicó en declaraciones al medio británico iNews. Su testimonio refleja el contraste entre la promesa de una vida mediterránea y la realidad de urbanizaciones cada vez más homogéneas culturalmente.
El fenómeno no es nuevo. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en torno al 40 % de los habitantes de Mijas son extranjeros, y la mayoría procede del Reino Unido. Esta concentración ha dado lugar a barrios donde abundan las tiendas, bares y asociaciones británicas, hasta el punto de generar una especie de réplica cultural de las islas británicas en el sur de Europa. Lo que para algunos jubilados resulta cómodo y familiar, para otros, como Moreve, se convierte en un obstáculo para la inmersión en la sociedad española.
Dejar la costa para ganar integración
En su decisión pesó un deseo creciente de integrarse de verdad. Aunque asegura tener un nivel de español relativamente bueno, admite que no aprobaría el examen de nacionalidad. Aun así, insiste en que su intención es practicar el idioma a diario y profundizar en la cultura local. “Si vivo en un país, quiero formar parte de él”, afirma con contundencia. Para lograrlo, ha abandonado la costa malagueña y se ha instalado en Lucena, en la provincia de Córdoba, un municipio de 45.000 habitantes en el que el inglés no es la lengua común y donde ha encontrado la convivencia que buscaba.
El contraste con Mijas ha sido inmediato. En su nuevo hogar, el contacto con la comunidad es directo y el uso del español resulta imprescindible. Este cambio le ha permitido sentirse parte de un entorno distinto, menos marcado por el turismo masivo y más cercano a las costumbres tradicionales. “Aquí tengo que comunicarme en español siempre”, señala satisfecho. La decisión, aunque sorprendente para muchos de sus antiguos vecinos, encarna el giro de quienes buscan una experiencia más genuina lejos de los enclaves saturados de compatriotas.
Una tendencia más amplia en la movilidad internacional
Expertos en movilidad internacional confirman que no se trata de un caso aislado. Informes de la Oficina de Turismo de España señalan un crecimiento en el número de extranjeros que prefieren instalarse en ciudades medianas o en el interior peninsular, atraídos por la tranquilidad, la menor presión turística y la posibilidad de integrarse en comunidades locales. Ciudades como Toledo, Salamanca o Ávila empiezan a registrar un ligero incremento de residentes internacionales que buscan una vida menos ligada a la etiqueta de “guetos de expatriados”.
El ejemplo de Moreve resume un dilema cada vez más presente: el equilibrio entre la comodidad de vivir rodeado de compatriotas y la voluntad de integrarse en el país de acogida. En la Costa del Sol, donde los residentes británicos superan las decenas de miles, esa frontera se ha ido difuminando hasta crear auténticos enclaves culturales. Su marcha hacia Lucena refleja la otra cara del fenómeno: la necesidad de sentir que se vive en España y no en una extensión del Reino Unido.
