Análisis de Stop Stress: A Day of Fury WiiW (Wii)
¿Mucho estrés? ¿Ganas de gritarle a la tele? ¿De tirar el teléfono al suelo y marcarte un taconeao encima? ¿Te identificas con William 'D-Fens' Foster? Más allá de los consejos médicos que sean recomendables ante esas situaciones, siempre puedes probar qué tal funciona una propuesta tan extraña en los videojuegos como Stop Stress: A Day of Fury.
Desde luego, ésta es la única situación en la que, ante el estrés, puedes liarte a romperlo todo, pelearte contra un bebé gorila, y afrontar situaciones incluso más rocambolescas con el único objetivo de descoyuntarte el hombre para liberar un poco del agobio que tengas acumulado.
La misión principal será, en esencia, ir superando los diferentes niveles rompiéndolo todo. Son sólo cuatro, pero teniendo en cuenta que manejamos al hombre más estresado del planeta ya están bien.
Y es que sus mejores sueños (una isla tropical, chicas en bikini, una hamaca, y, supondremos, no las mismas ideas que al respecto suele tener el -en el fondo- políticamente correcto Homer Simpson) se ven interrumpidos por despertadores, bebés llorones, y demás cosas molestas. Su solución es tan simple como terrible: arrasar con todo, empezando por su propia casa. Luego sale a la carretera y la cosa es peor, pasando por su oficina y todo eso sólo para llegar a un aeropuerto (¡a quién se le ocurre!) con el objetivo de volar a esa soñada isla.
Poco a poco vamos consiguiendo armas más contundentes, hasta llegar a la ansiada hacha, momento en el que el juego se desvela, aun con su humor, como un auténtico simulador de histérico psicópata. Además de la lógica mejora en potencia progresiva de los objetos que usamos para romperlo todo, tienen funcionalidades específicas para progresar en los niveles pudiendo superar algunos obstáculos concretos. El hacha, por ejemplo, será ideal para romper puertas.
La destrucción se lleva a cabo moviendo el mando remoto en vertical o en horizontal, y el juego al final acaba invitando a hacer aspavientos, algo que, todo sea dicho, no es lo más recomendable, dado el intenso ritmo de juego (quizás un puntito estresante en ocasiones). Las cuatro fases se superan en torno a la hora de juego, lo que dado su ritmo no está mal, pero lo cierto es que a poco que uno se meta en el papel puede acabar derrengado, así que es de suponer que libere algo de estrés, junto a toda esa energía.
Los controles no son, salvo por el movimiento del mando remoto, de lo más intuitivo, pero cumplen con su función en cuanto te acostumbras. La sensación general es un poco tosca, pero suficiente para lo que el título propone. Nos movemos marcando la dirección con la cruceta digital por las rutas del escenario, que debe superarse antes de que se agote el tiempo, mientras destrozamos los objetos necesarios para pasar al siguiente nivel. La culminación llega de mano del jefe final de turno, al que toca darle una paliza de campeonato.
Durante nuestro proceso destructivo nos encontramos con elementos negativos, como explosivos, o latas de sardinas llenas de moscas, que hacen que perdamos vida (aumentando algo así como la presión sanguínea). Si el medidor llega a tope, evidentemente habremos perdido; si continuamos, perderemos la puntuación acumulada. Esto no será traumático pues, extrañamente, no cuenta con una tabla de puntuaciones que guarde registros.
Del mismo modo, hay objetos que nos permiten recuperar vida, como figuritas budistas que debemos romper. En líneas generales, lo recomendable es romperlo todo y punto. Igualmente, puesto que jugamos contra el crono, si encontramos un reloj de arena, ganamos unos segundo extra. La combinación de elementos de ayuda y elementos negativos hace que convenga echar un ojo a la pantalla para ver qué vamos a destrozar, pero lo cierto es que tampoco hay que echarle mucha estrategia al asunto.
El juego apuesta por un estilo muy alocado. El protagonista ya está algo mal de la azotea, y le atacan bichos gigantes (moscas, y otros insectos), policías zombis, y demás cosas extrañas. Y la única opción es darle una buena tunda a todo lo que se cruce por nuestro camino y, si es necesario y podemos, esquivar un poco los ataques que lancen (usando el botón Z y la cruceta digital).
A nivel técnico, el juego luce razonablemente para el limitado espacio disponible para los juegos de WiiWare, pero lo que más se echa en falta es una física mucho más elaborada y mejores reacciones de los objetos al destrozarlos, ya que no es habitual que el efecto en pantalla sea el esperable, y eso le hubiese hecho ganar enteros. Lo suple, eso sí, con humor, una línea desenfadada, y una narración -escasa- que se sustenta sobre imágenes de tipo cómic. La música va en línea con el juego, y sin grandes alardes funciona bien, acompaña a la acción, y la dota del ritmo necesario. Además, está bien integrado, pues el volumen se incrementa según se acercan los peligros, lo que ayuda a potenciar el estrés. En los efectos sonoros hay una carcajada de energúmeno tan preocupante como lograda, pero los otros no son tan convincentes.
Conclusiones
Stop Stress: A Day of Fury es un juego que no sabes muy bien si quiere que te liberes del estrés, o si quiere creártelo. Posiblemente pase por lo segundo para llegar a lo primero, y de ahí surge su ritmo intenso, pero relajado sistema de puntuación, y lo combina con situaciones de lo más surrealista para ofrecer algo diferente dentro de la acción en primera persona.