Análisis de Fairytale Fights (PS3, PC, Xbox 360)

Pocas cosas hay más universales que los cuentos infantiles y, por tanto, más manoseadas. Quizás no recientemente, pero sí durante el siglo pasado, cuando muchos de los cuentos fueron revisados por numerosos escritores (el caso más popular puede ser el de los hermanos Grimm, pero no debemos olvidar a otros grandes, escritores y compiladores, como Calleja o Andersen), edulcorados, adaptados al público de su tiempo, y convertidos en los clásicos infantiles que hoy conocemos.

Los niños de hoy en día quizás los conozcan más por las adaptaciones fílmicas, o podemos jugar a ponernos melancólicos que sólo se dedican a ver la programación execrable que se emite por las tardes en las cadenas nacionales de televisión y ya no han tenido esa parte de su infancia. Ni tanto ni tan calvo, los cuentos siguen vigentes hoy y, como tales, están en el archivo cultural colectivo. Quizás Caperucita Roja no nos haga rememorar a todos la misma historia, pero la esencia será la misma.

Y los clásicos están para no respetarlos, por supuesto. Son una fuente inagotable de referentes intertextuales y modificarlos, y los videojuegos ya se han atrevido con ellos en el pasado, como la Alicia de American McGee. No tan siniestro como éste, Fairytale Fights retoma a los personajes populares de la infancia y los presenta en combates con cierta tendencia a la violencia, sangre y espectáculo.

Nuestros queridos protagonistas de cuentos, como la Bella Durmiente o Blancanieves, viven ya prácticamente retirados en el país de los cuentos de hadas, felices y contentos, en ese mundo de fantasía, color y buenos sentimientos, entre la nubes, con los cuentos La Caperucita Roja, Periquín y las habichuelas mágicas, o El traje nuevo del emperador, entre muchos otros, como elementos recurrentes. Pero ahora, en su mundo, un pequeño personaje está logrando fama ayudando a todo el mundo asustando al lobo de la abuelita, y eso que sólo es un sastrecillo. Eso molesta, y mucho, al resto de protagonistas y deciden poner las cosas en su sitio y reclamar la gloria de antaño, reescribiendo sus historias.

Así es como comienza este juego de plataformas con mucha acción y litros de sangre que no está orientado, precisamente, a los más pequeños de la casa, sino a quienes ya estén preparados para entender la referencias intertextuales, su sentido del humor grotesco y no se sientan perturbados por este mundo de colores pastel que irá llenándose de sangre según eliminamos a todo bicho viviente.

El planteamiento del que nace el juego es, por tanto, atrevido e interesante, aunque su ejecución tiene algunos defectos patentes, que se mezclan con puntos originales muy interesantes, lo que ofrece un resultado dispar en su conjunto. Por un lado, la representación visual es atractiva, y combina un buen ritmo de acción con la sobreimpresión en pantalla del descuartizamiento espectacular que hayamos realizado, algo que estará a la orden del día, y que es uno de los elementos jugables básicos del título, de hecho, ya que podemos escoger la dirección del tajo moviendo la palanca analógica derecha del mando de control, dando mucha libertad "estética" a la hora de ejecutar a los muchísimos enemigos que llenan la pantalla.

Pero claro, la profusión de enemigos es tal (y la selección de descuartizamientos para ser sobreimpresionados tan laxa), que pierde su efectividad y, de hecho, puede terminar siendo molesto al aparecer tantísimos en pantalla. Al principio es curioso, incluso divertida, esa representación de violencia en pantalla, pero cuando no te da descanso pierde su esencia e interés.

De hecho, la jugabilidad resulta muy repetitiva, pues aunque el género de repartir mamporros o espadazos (o cualquier otra cosa que corte) es, por definición, un arcade con bases jugables sólidas pero repetitivas e incluso cíclicas, la diversión viene dada por la dificultad, libertad de movimientos, variedad de armas y enemigos, etc., para paliar ese factor repetitivo ineludible. En este caso, la dificultad brilla por su ausencia, y es que aunque éste es claramente un juego no destinado a los pequeños por su temática, su dificultad sí nos recuerda a la de los juegos pensados para niños.

A lo fácil, hay que añadir que el concepto jugable se basa en eliminar a todos los enemigos, volver a hacerlo, hacerlo unas cuantas veces más, llegar al jefe final y matarlo, para pasar al siguiente nivel. Esto no es punible, como decíamos, pues es un rasgo esencial de su género, pero no pone esfuerzo en ningún momento añadir variación en su desarrollo, ni tampoco cuenta con un catálogo de enemigos variado. A su favor están los enemigos finales, que sí son interesantes en su mayoría, y muestran un acabado visual cuidado, así como patrones de ataque buenos que nos plantean un reto, claro que esto sucede en buena medida porque no hay manera de saber cuáles son sus puntos débiles, ya que el juego no da pistas al respecto, y eso es algo que debemos descubrir mediante prueba y error.

Hay momentos en los que se intentan cosas diferentes, como los elementos plataformeros que hay (aunque, por desgracia, resultan muy light), y los puzles, muy ocasionales, apenas requieren pensar. De hecho, lo más probable es que el jugador ni siquiera se dé cuenta de que había un puzle, salvo porque durante unos instantes ha dejado de trocear enemigos. Como decíamos, los elementos de plataformas son muy livianos, y eso es bueno, porque el control tiene muy poca precisión a la hora de haceros pasar por esos trámites, hasta tal punto que es posible que las únicas muertes que acumulemos sean en esos momentos. Pero básicamente hay que matar a todos los enemigos para poder dar unos pasos más y volver a empezar.

De esta manera, pese a los diferentes personajes disponibles, la rejugabilidad no es su gran punto a favor, pues no es que haya muchos incentivos para darle más vueltas al juego una vez lo hemos terminado, más allá de seguir matando enemigos sin mucho incentivo, como superar puntuaciones, hacerlo con estilo, o crear combos enormes. Por supuesto, si el concepto del juego nos atrae, la ventaja es que no se tarda ni cinco minutos en estar repartiendo estopa a diestro y siniestro mientras lo manchamos todo con la sangre que sale de cortarle la cabeza o lo que se tercie a los enemigos. Las armas no aportan mucha variedad en la mayoría de los casos, orientadas al combate cuerpo a cuerpo, aunque se cuenta con elementos adicionales como pociones o ácido, de efectos, digamos, corrosivos, que son limitados en munición pero con un alcance y potencia superior a las normales.

Gráficamente, el juego realiza un buen trabajo artístico revisando el universo de los cuentos para adaptarlo a su estética particular, otorgarle un tono desenfadado de dibujos animados y, al mismo tiempo, lograr que no desentone su violencia, lo que, hay que reconocerlo, tiene mucho mérito, sobre todo porque en todo momento podemos identificar a los personajes irónicos que representan. Sin ser un prodigio técnico, lo cierto es que tiene una belleza plástica curiosa, algo que no se puede decir de la música, que es horripilante en sus composiciones.

Conclusiones

Lo mejor que tiene Fairytale Fights es su idea para crear la historia y ambientar el juego, con muchísima diferencia. Su retorcido humor le dota de un atractivo suficiente como para poder disfrutar con él, pero sólo si obviamos sus carencias. Y es que como juego de reparto de mamporros, carece de interés al no estar a la altura de los compañeros de género actuales. Le falta chicha e incentivos como arcade para otorgarle la carga jugable que sería deseable, pues lo que nos encontramos es un juego muy repetitivo y fácil, lo que no le impide, sin embargo, sorprendernos por su narrativa y estilo visual.