Análisis de Mushroom 11 (PC)
Este es uno de esos juegos que pasan desapercibidos por su aspecto (y no por malo, sino por poco llamativo), pero que despiertan terrible curiosidad cuando se les da la oportunidad de mostrar todo su potencial. Una idea original y bien ejecutada que se ha llevado varios premios en las distintas ferias que ha ido visitando durante su desarrollo. Nada menos que 4 años de cocción en el apartamento de un matrimonio de Brooklyn, Itay Keren y Julian Keren-Detar, que junto a sus colaboradores de arte y sonido forman el estudio independiente Untame. Su primer título fue algo sencillo para móviles y ahora se lanzan a la aventura de Steam con Mushroom 11, desarrollado en Unity.
La premisa es la siguiente: hemos de manipular un hongo regenerativo a través de los niveles, resolviendo puzles mecánicos y usando las técnicas que vamos aprendiendo para sortear obstáculos y alcanzar plataformas. Todo el control se efectúa mediante el ratón, pues nuestra única forma de interactuar con el parásito es "borrar" parte de su cuerpo, que se compone de un número determinado de parcelas o píxeles.
Siempre que se borra o destruye una de estas divisiones, automáticamente se regenera en otra posición de la superficie del organismo, pero solo si está en contacto con algún elemento del escenario –generalmente el suelo–. Mientras permanezca en el aire, la regeneración no sucede. Eso sí, siempre queda un último píxel a modo de núcleo que no se puede borrar y permanece vivo a menos que impacte contra algo dañino (o el vacío) antes de llegar a tierra firme.
De esta manera es como lo hacemos avanzar (borrándolo por detrás con movimientos verticales rápidos, para que se regenere por delante) y lo moldeamos de todas las formas necesarias, a veces con extrema presteza para aprovechar la inercia y otras con un cuidado cincelado que requiere de la madre de todas las paciencias. Para ello tendremos que elegir el borrador adecuado: botón izquierdo para el tamaño estándar y botón derecho para uno pequeño de mayor precisión. Este funciona exactamente igual que el del Paint que conocemos de toda la vida.
Los puzles se rigen por las físicas y los mecanismos. El hongo tendrá que servir de peso, enroscarse alrededor de piezas para mover engranajes, colarse por espacios diminutos, saltar por plataformas giratorias, tomar impulso hacia arriba al sumergirse en espacios encharcados, fragmentarse para ser ligero y dejarse llevar por los chorros de aire, mantenerse dentro de las vagonetas que descienden a toda velocidad, formar puentes, empujar pelotas y atravesar toda suerte de trampas con un margen de error diminuto. La variedad de situaciones y obstáculos es tal que Mushroom 11 no deja de sorprender al jugador, presentando nuevas soluciones continuamente y sin necesidad de un mísero tutorial, dejando que sea uno mismo el que deduzca, mediante ensayo y error, las posibilidades que le brinda el entorno.
La dificultad es bastante elevada, pero no hay ningún reto que no pueda superarse, una vez comprendido lo que hay que hacer (y no suele ser el principal dolor de cabeza), a base de insistencia. Se requiere habilidad y buenos reflejos, pero el juego es benevolente al colocar numerosos checkpoints a lo largo de los niveles, que por norma general son tirando a extensos. Estos acostumbran a estar situados entre los tramos que forman cada puzle, por lo que el momento de muerte del hongo te emplaza inmediatamente al siguiente intento. Eso sí, en las dos últimas pantallas hay ciertas partes nada sencillas en que no cuentas con el ansiado punto de contol, por lo que fallar el segundo puzle implica repetir también el anterior, que a lo mejor superaste casi de milagro. Cuando lo consigues, la satisfacción es tremenda. Mientras tanto, gruñidos, quejas y lamentos.
Y no es que el juego sea injusto, ¡para nada! Todo en Mushroom 11 funciona perfectamente, sin bugs de ningún tipo ni fallos en las colisiones o comportamiento de nuestro honguito. La única molestia remarcable es el sistema de guardado, sobre todo porque no se explica y has de vivir el disgusto (o leer las siguienes líneas antes de jugarlo) para entender que los puntos de control no guardan el progreso, solo sirven para mantener la posición en la partida presente. Es decir, que si cierras el programa y lo vuelves a ejecutar, tendrás que ir a la sección de capítulos para reanudar desde el último que hayas alcanzado, pero empezándolo desde el principio. Esto es una auténtica faena si te sucede en los últimos compases del juego, donde cada paso que avanzas puede llevarte media hora. Y ya que estamos, la interfaz del selector peca de incómoda, pues te obligan a trepar usando las mismas mecánicas de juego y fácilmente puedes meterte en el lugar equivocado.
Si después del tortuoso trayecto te has quedado con ganas de más, el factor rejugable se da en la gran cantidad de coleccionables (otros organismos, flores, etc. que se fusionan contigo) y los tiempos contrarreloj, pues hay una sana competición de speedruns en la pequeña comunidad de seguidores que se ha labrado el juego desde sus demostraciones al público. La duración de la aventura principal es de unas 10-15 horas, que fácilmente puede duplicarse para completar el 100% o desbloquear todos los logros, que añaden retos como el de pasarse los niveles sin morir ni una sola vez. Complicado no, lo siguiente.
Tal como ya hemos comentado, el apartado técnico del juego es muy sólido. Los gráficos pueden parecer poco destacables a primera vista, pero pronto se despliegan en todo su esplendor con un manto de narrativa que sugiere un contexto para todo lo que estamos viendo y moviendo. Tal vez el logo de Mushroom 11 no sea un hongo como organismo, sino una explosión. Quizá nuestro parásito de color verde chillón sean los restos radiactivos de la bomba nuclear que ha arrasado toda la civilización, que ya solo se adivina por los edificios que recorremos y la vegetación que todo lo cubre, y que ha dejado tras de sí algunas criaturas mutantes, inflamadas y violentas. En esta interpretación, todos los elementos artísticos cobran sentido y dejas de recorrer un mundo innecesariamente orgánico para un juego de puzles.
La banda sonora se mantiene en un segundo plano durante la mayor parte del tiempo, en un tono bajo y ambiental que no entorpece la naturaleza repetitiva de las partidas. La excepción llega con la melodía del epílogo, que entra en escena a ritmo gradual, junto al paisaje, y nos brinda un bello momento que bebe –y demasiado– de las experiencias sensoriales de los juegos de Thatgamecompany, especialmente de Journey, hasta el punto de que roza la línea entre lo evocador y lo artificial, pues se puede vivir como cúlmen o un auténtico pegote que no casa con el resto de la obra, dependiendo de la percepción de cada jugador.
Conclusiones
Así pues, Mushroom 11 es muy buen juego, con una premisa original y llevada a cabo con grandes resultados. El mérito es aún mayor teniendo en cuenta que el equipo creador es de apenas 4 personas, pues el producto completo se percibe de calidad y perfectamente acabado. Sin duda, es para seguirles la pista y ver con qué nos sorprenden la próxima vez.