Análisis de Blood of the Werewolf (PC, Xbox 360)

Los juegos de acción y plataformas inundan Steam, y es complicado diferenciar el grano de la paja entre tantas propuestas, sobre todo desde que se abrió la veda de Steam Greenlight, que ha provocado que hayan llegado decenas de este tipo de juegos en los últimos meses, como es el caso que hoy nos ocupa. ¿Qué propone Blood of the Werewolf diferente al resto? Bueno, realmente nada, ni sus gráficos son demasiado buenos, ni el control especialmente preciso, su desarrollo es bastante clásico y previsible, y la historia es anecdótica. Pese a todo esto, ha conseguido engancharnos y picarnos, lo que no es poco, y retrotraernos a los años 90, cuando disfrutábamos de las consolas de 16 bits como Super Nintendo y Mega Drive.

La historia tiene un punto de partida estimulante: somos Selena, una mujer lobo cuyo marido es asesinado y su hijo recién nacido secuestrado, por lo que como imaginareis, no está muy contenta y tiene ganas de venganza.

A través de diez niveles y cinco jefes finales, monstruos como Drácula o la Momia, tendremos intentar recuperar al hijo de Selena, en un clásico desarrollo de plataformas y acción, con mucho más de lo primero que de lo segundo.

La gracia está en que manejamos a Selena en dos formas, cuando está bajo el influjo de la luna llena, convirtiéndose en un lobo, y el resto de secuencias en los interiores controlando su forma humana. Cuando es una bestia puede realizar doble salto, realizar goles muy potentes con sus garras, y realizar ciertos ataques especiales, y cuando es una humana carece de doble salto, dispara con una ballesta, y la única habilidad especial que consigue a lo largo de la aventura es la posibilidad de usar distintos tipos de flechas.

El hecho de que cuando Selena es iluminada por la luz de la luna se convierta en lobo, podría haber dado lugar a situaciones muy interesantes, pero finalmente es una mecánica que se desaprovecha totalmente. Las secciones en forma humana y animal están totalmente separadas, alternadas sí, pero como si fueran dos juegos independientes. Solo hay un momento en toda la aventura en la que se vislumbra lo bien que se podría haber explotado esta mecánica, en un escenario en el que por la fuerza del viento a veces se mueven las cortinas, entrando la luz de la luna, lo que nos transforma en lobo, cambiando de manera inmediata la jugabilidad. Es una pena que algo así solo ocurra una vez, porque podría haber dado lugar a situaciones muy interesantes.

El juego al principio es bastante sencillo, y aunque notamos que el control no es del todo preciso, y nos juega alguna que otra mala pasada, las situaciones que nos plantean no son demasiado difíciles y no pasamos apuros. Acabar con algunos enemigos, plataformas de todo tipo, algún pequeño puzle que nos obliga a interactuar con el escenario, nada demasiado complicado, además con abundantes puntos de control, tenemos vidas infinitas, el detalle que más lo aleja de los clásicos de 16 bits.

Pero pronto y sin que nos hayamos dado cuenta, nos empiezan a matar más de lo normal y estaremos inmersos en un juego realmente complicado, de repetir una y otra vez una misma situación hasta superarla, algo que gracias a los bien situados puntos de control en ningún caso –o casi- se vuelve traumático. La curva de dificultad es bastante acertada, acentuada porque el juego dura poco, unas 4 o 5 horas, pero inteligente, cuando ya hemos jugado lo suficiente como para acostumbrarnos a su control un tanto tosco y áspero, es cuando empiezan a plantearnos situaciones realmente difíciles.

Las fases por lo general se superan siempre en unos 15 o 20 minutos, menos las tres últimas que son muy complicadas, y cada dos fases nos espera un jefe final, visualmente atractivo, pero con unos patrones de ataque muy básicos y que no varían a lo largo del enfrentamiento. La única dificultad es ser lo suficientemente paciente y metódico, ya que les quitamos vida muy poco a poco, pero una vez que sepamos lo que hay que hacer, basta repetir tus acciones una y otra vez para vencerles.

Escondidos en los escenarios encontramos algunas mejoras de salud, o habilidades nuevas, como la posibilidad de convertir la barra de maná o magia en salud cuando estamos convertidos en lobos, o nuevos tipos de flechas, como unas de fuego, o disparar tres flechas a la vez. Ninguno de estos añadidos o mejoras cambia un ápice la jugabilidad y el desarrollo de los niveles, bastante acertado, ya que no suele abusar de las nuevas situaciones que plantea, y el desarrollo es en casi todo momento bastante ameno, con algunos picos de dificultad un tanto excesivos. Los combates son anecdóticos, y de hecho muchas veces pasaremos de derrotar a los enemigos y seguiremos adelante, ya que tampoco aporta nada hacerlo.

Además de estas esporádicas mejoras, en los escenarios encontramos una serie de abundantes objetos, como si se trataran de los anillos de Sonic o las monedas de Mario, y cuando cogemos determinada cantidad aumentamos un poco la barra de vida, por lo que interesa recogerlos. Es un reto en sí mismo coger todos los que se encuentran en cada fase, sobre todo en las más difíciles, y es el único elemento que añade algo de rejugabilidad, junto a los marcadores en línea, aunque realmente una vez nos lo hayamos pasado no tendremos demasiados alicientes para volver a jugarlo.

Técnicamente estamos ante un juego muy modesto, indie dentro de los propios indies, se nota la falta de recursos, pero por momentos se las apañan para que sea resultón, gracias a una a veces acertada dirección artística, que por lo general suele ser irregular. Hay escenarios muy feos, como de repente otros bastante bonitos, y no ayudan demasiado las animaciones de la protagonista y los enemigos, escasas y pobres, algo que acaba pasando factura al apartado gráfico. Del sonido no hay mucho que decir, no destaca ni una sola de las piezas de la banda sonora, y de hecho se puede llegar a hacer un poco pesada y monótona.

Un plataformas simplemente entretenido

Si desgranamos cada uno de sus apartados por separado, la verdad es que no hay nada que destaque en Blood of the Werewolf. Pero lo cierto es que nos ha entretenido bastante, quizás por su correcto diseño de niveles, por sus picos de dificultad bastante desafiantes, y porque dentro de sus limitadas mecánicas, sabe ser lo suficientemente variado. Nos ha recordado a aquellos plataformas de 16 bits con los disfrutamos tanto de pequeños, que no necesitaban de grandes artificios para divertirnos. El hecho de tener vidas infinitas y abundantes puntos de control lo alejan un poco de ese tipo de experiencias, pero de alguna manera, casi intangible, mantiene el feeling de los clásicos plataformas.