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Ya hemos visto 'Sisu: Camino a la venganza' y es un baño de sangre bélico hiperviolento que Tarantino aplaudiría

La película finlandesa, que se estrena este mismo viernes 21 de noviembre, es un homenaje tanto al cine de acción de los 80 como producciones modernas como John Wick o Mad Max.
Ya hemos visto 'Sisu: Camino a la venganza' y es un baño de sangre bélico hiperviolento que Tarantino aplaudiría
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Actualizado: 15:11 20/11/2025

El tipo que convertía a los nazis en confeti de vísceras ha vuelto… y esta vez el camino pasa por la Unión Soviética. Sisu: Camino a la venganza (titulada internacionalmente Sisu: Road to Revenge) es la secuela directa de la sorpresa finlandesa de 2022 y, de entrada, deja claras sus intenciones: más presupuesto, más explosiones, más mutilaciones imposibles y el mismo héroe casi mudo empeñado en desafiar cualquier lógica biológica. La pregunta es si ese “más de todo” mantiene la gracia de la primera o la lleva al terreno de la autoparodia.

La película arranca en 1946, en Karelia ocupada por los soviéticos. Aatami Korpi (Jorma Tommila), “el hombre que se niega a morir”, regresa a los restos de la casa donde su familia fue asesinada durante la guerra. Literalmente desmonta la vivienda, la carga en un camión y se dispone a reconstruirla en un lugar seguro. Ese gesto, que mezcla duelo, cabezonería y pura poesía visual, dura muy poco: el Ejército Rojo detecta su presencia y el responsable de la masacre, Igor Draganov (Stephen Lang), decide rematar el trabajo con todos los recursos disponibles. A partir de ahí, la película se convierte en una cacería a campo abierto donde cada kilómetro de carretera es una trampa mortal para los soviéticos.

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Western de acero y gasolina

Jalmari Helander, que ya jugueteaba en la primera entrega con la estructura de “capítulos” y el tono de western extremo, aquí abraza sin complejos el formato de road movie bélica: camiones blindados, motos, tanques, trenes y hasta soluciones que parecen sacadas de una pesadilla de mecánico borracho. Él mismo ha citado referencias que van de Indiana Jones a James Bond y Buster Keaton, y se nota: la película se sostiene tanto en la fisicidad de las set pieces como en un humor seco, casi de slapstick, donde el chiste es ver hasta qué punto Aatami puede seguir levantándose después de cada destrozo.

Conviene recordar que Sisu se convirtió en un pequeño fenómeno precisamente por esa mezcla de brutalidad excesiva y simplicidad casi primitiva: un buscador de oro, un pelotón nazi, un paisaje hostil y una sucesión de muertes creativas rodadas con una energía que muchos compararon con Mad Max: Fury Road o con los mejores momentos de John Wick. La secuela no intenta sofisticarse ni volverse “prestigiosa”: simplemente cambia de enemigos (ahora soviéticos en vez de nazis), estira un poco el trasfondo familiar del protagonista y eleva la escala de la violencia. Si esperabas una reflexión profunda sobre la posguerra, este no es tu sitio. Si lo que quieres es ver cuerpos volando por los aires, probablemente sí.

Un héroe de granito

El personaje de Aatami vuelve a ser un muro de piedra con ojos, y ahí Jorma Tommila está en su salsa. Habla poco, gruñe lo justo y construye al héroe a base de gestos mínimos y una presencia física que parece tallada en granito. La película insinúa más claramente su trauma y el peso de la memoria familiar, pero Helander nunca se detiene demasiado en eso: su protagonista siente y sufre, pero la puesta en escena enseguida traduce esa emoción en un nuevo artilugio de tortura improvisado o en un salto suicida sobre un vehículo en marcha. La “sisu” finlandesa —ese concepto de resistencia obstinada frente a la adversidad que investigadores de la Universidad de Aalto han descrito como un rasgo cultural clave— se convierte, otra vez, en superpoder de cómic.

La gran novedad está en los antagonistas. Stephen Lang, eterno coronel implacable desde Avatar, encarna a Draganov con esa mezcla de autoridad militar y sadismo cansado que le sale de manera natural. No es un villano especialmente complejo, pero impone, y su duelo con Aatami tiene ecos muy claros del cine de acción de los 80: hombres mayores, curtidos y tozudos, midiéndose en un mundo que ya no es el suyo. Richard Brake aparece como un alto cargo de la KGB que mueve hilos desde la sombra, puro rostro inquietante que funciona como recordatorio de que por encima de la sangre siempre hay burocracia.

Estética soviética, pulso de serie B

En lo visual, Sisu: Camino a la venganza saca partido de su mayor presupuesto. El director de fotografía Mika Orasmaa cambia los paisajes lapones de la primera entrega por localizaciones en Estonia, con bosques, carreteras embarradas y ruinas industriales que dan al conjunto un look más gris y soviético, menos de western nórdico y más de película de comandos tras las líneas enemigas. Hay planos muy cuidados —algunos encuadres de la casa desmontada sobre el camión, ciertas explosiones a contraluz— y otros que son puro disfrute de serie B con dinero: tripas, fuego, metal y un sentido del ritmo que rara vez deja respirar al espectador durante sus ajustados 89 minutos.

El humor negro es otro de los pilares. Aatami ya no es solo un veterano duro de matar: es casi un mito folklórico, apodado “koschei, el inmortal”, como el villano de los cuentos rusos. El filme se divierte con esa idea y fuerza situaciones que bordean la parodia: hay momentos en los que uno no sabe si está viendo una secuencia de acción o un sketch sobre la imposibilidad de matar a este hombre. Que el público se ría en medio de semejante baño de sangre no es un accidente, es el diseño.

Cuando el exceso se vuelve costumbre

¿Dónde flojea? Por un lado, en la sensación de déjà vu. Aunque el contexto político cambia y se amplía el mapa, la estructura es muy similar: protagonista invencible, columna de enemigos, set pieces encadenadas y epílogo de tonos casi míticos. La escalada de locura hace que en algunos momentos la película pierda tensión, porque la invulnerabilidad de Aatami roza lo absoluto; cuando nada parece capaz de matarlo, también es difícil temer por él. Por otro lado, hay un par de efectos digitales y soluciones de guion que se sienten más funcionales que inspiradas, sobre todo en la parte final, donde el listón de lo creíble ya está por los suelos. El film tampoco se preocupa demasiado por matizar a los soviéticos: son villanos genéricos, carne de cañón, y poco más.

Lo cierto es que Sisu: Camino a la venganza no pretende convertir a su protagonista en un personaje tridimensional ni ofrecer una tesis sobre la violencia. Es una pieza de acción bélica desatada, contundente, que sabe exactamente lo que es y a qué público se dirige. Si te gustó ver a Aatami triturando nazis, aquí lo vas a pasar en grande viendo cómo le complica la vida al Ejército Rojo. Si la primera ya te parecía demasiado exagerada, esta segunda parte te va a parecer directamente un dibujo animado sangriento. Para quienes disfrutan de ese tipo de exceso, es una fiesta; para el resto, quizá un experimento curioso, pero difícil de digerir.

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