Sam Altman no suele prodigarse en declaraciones emocionales, y es muy raro que entre en el ámbito personal. El CEO de OpenAI suele hablar de futuro, innovación y grandes horizontes tecnológicos. Pero en su reciente paso por el pódcast This Past Weekend, presentado por Theo Von, dejó entrever algo mucho menos habitual en la jerga de Silicon Valley: miedo.
Sam Altman alerta sobre la IA: “Su impacto en la salud mental puede ser dañino y urge aprender a frenarlo”
En una charla aparentemente ligera, Altman confesó que la inteligencia artificial —y en especial GPT-5— le genera tanto admiración como vértigo. “Hay gente que pasa el día entero hablando con ChatGPT como si fuera su pareja”, admitió. Una frase que, más allá de lo anecdótico, destapa un temor de fondo: ¿qué pasa cuando los usuarios empiezan a depositar su estabilidad emocional en un asistente virtual?
Lo inquietante no es que lo diga un crítico externo, sino el arquitecto de uno de los sistemas más potentes jamás diseñados. Altman está convencido de que la IA tendrá un impacto real en la salud mental, aunque todavía no sepamos en qué forma. Y lo peor: que ese impacto será inevitable. La dependencia emocional hacia estos modelos, cada vez más humanizados, abre un territorio ambiguo entre la utilidad y la vulnerabilidad psicológica. Un escenario que, según él, debería preocupar tanto a legisladores como a especialistas en salud.
El CEO de OpenAI también subrayó un segundo problema que suele pasarse por alto: la confidencialidad. Miles de usuarios confían a ChatGPT sus miedos más íntimos, desde dudas sentimentales hasta decisiones médicas. Sin embargo, esas conversaciones no gozan de la protección legal que sí ampararía a un paciente frente a su terapeuta o a un cliente ante su abogado. Altman lo reconoció sin rodeos: “Podríamos vernos obligados a entregar esos datos en un juicio, y me parece terrible”. Un vacío normativo que convierte a la IA en un terreno resbaladizo donde la innovación corre mucho más rápido que la regulación.
La entrevista también dejó un momento revelador. Al probar GPT-5 con una pregunta compleja, Altman confesó que la respuesta del modelo fue tan precisa que él mismo se sintió irrelevante. “Me sentí inútil. Era algo que yo debería saber responder, y la IA lo hizo en segundos”, explicó. Esa sensación de inferioridad frente a la máquina no es exclusiva de Altman: cada vez más profesionales experimentan el mismo desconcierto al comprobar cómo una IA puede superarles en su propio terreno.
Una ansiedad silenciosa que, sumada al resto de riesgos, dibuja un panorama donde la pregunta ya no es si la inteligencia artificial nos cambiará, sino cómo de preparados estaremos para asumir el golpe.















