Hay una idea que lleva tiempo flotando en el aire de Silicon Valley, entre códigos imposibles y pizarras repletas de algoritmos: ¿tienen algo en común las mentes que están detrás de las mayores innovaciones del siglo XXI? Sam Altman, CEO de OpenAI y uno de los principales referentes en el desarrollo de la inteligencia artificial, no ha esquivado la pregunta. Y lo ha hecho en un contexto inesperado: en una charla distendida con el cómico Theo Von, en su podcast de más de cuatro millones de suscriptores.
Durante la entrevista, emitida el pasado 23 de julio en This Past Weekend, Altman se enfrentó —con más honestidad que solemnidad— a una cuestión que muchos piensan y pocos formulan en voz alta: ¿es común que las figuras clave del ámbito tecnológico estén dentro del espectro autista? La respuesta, sin rodeos: “Creo que sí. O sea, sí. Si nos miramos con franqueza... ¿somos un poco autistas en general? Probablemente. Pero no pasa nada”. Y sus declaraciones esconden una verdad enorme.
Sam Altman rompe el silencio y apunta a la verdad oculta de Silicon Valley: "En realidad somos algo autistas…"
Altman no buscaba provocar ni simplificar. Lo que hizo fue desactivar el estigma con una naturalidad desarmante, reforzando la idea de que ciertas capacidades cognitivas fuera de lo convencional no son una barrera, sino una ventaja evolutiva en ciertos entornos creativos.
El llamado síndrome del sabio —más conocido internacionalmente como savant syndrome— es una condición rara, frecuentemente asociada al autismo y, en particular, al síndrome de Asperger. Quienes lo manifiestan pueden presentar habilidades extraordinarias en campos como las matemáticas, la música, la lógica espacial o la memoria, incluso cuando enfrentan desafíos en la comunicación o la interacción social.
Y aunque este tipo de perfiles no son la norma, tampoco son una excepción en la historia reciente de la tecnología. Elon Musk reconoció públicamente en 2021 que tiene Asperger, durante su paso por Saturday Night Live. Phoebe Gates, hija del cofundador de Microsoft, apuntó hace un tiempo que su padre también podría estar dentro del espectro. La posibilidad de que muchas de las mentes que han revolucionado el mundo compartan un tipo específico de diferencia neurológica ya no es una especulación; empieza a parecer una constante.
La entrevista con Altman no solo dejó esa confesión en el aire. También sirvió para que el propio creador de ChatGPT reflexionara sobre lo que lo hace diferente. “Probablemente soy muy diferente y muy raro en comparación con la mayoría de la gente”, admitió sin dramatismo. “Pero quizá tengo algunas ideas valiosas para la sociedad en su conjunto. Y si tuviera una mentalidad tan convencional, no lo haría”, indicaba, dejando caer cuáles son sus metas y sus ideas motrices.
Ahí es donde se cruza el diagnóstico con la creatividad. Altman no busca autodefinirse como un genio excéntrico, sino subrayar que ser distinto no solo no es un problema: puede ser una fuente de originalidad. Y que pensar fuera del marco —a veces incluso fuera del mapa— es lo que permite avanzar.
En tiempos en los que el desarrollo de la inteligencia artificial está planteando preguntas éticas, filosóficas y existenciales, las palabras de Altman invitan a una reflexión más íntima: tal vez, las claves del futuro no estén en hacer máquinas que piensen como humanos, sino en entender mejor a los humanos que ya piensan de forma diferente.
