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'Intrépidos Punks': así fue el Mad Max mexicano con narcos, luchadores, cuero y mucho caos

El vestuario y la dirección artística no escatiman en estridencia: cuero, tachuelas, peinados imposibles y maquillaje teatral.
'Intrépidos Punks': así fue el Mad Max mexicano con narcos, luchadores, cuero y mucho caos
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Actualizado: 18:41 25/3/2025
méxico
punk

En 1988, cuando la fiebre por las distopías motorizadas ya había dejado huella gracias a George Miller y su célebre Mad Max, México presentó su propia versión apocalíptica con Intrépidos Punks.

Dirigida por Francisco Guerrero, la película abrazó sin disimulo las referencias visuales del filme australiano, pero las filtró a través de un imaginario marcadamente local: motoristas enmascarados, violencia gratuita, prostíbulos de neón y una atmósfera más cercana al cine de explotación que a la ciencia ficción convencional. Desde su arranque, la cinta se sumerge en un universo donde el caos domina, pero con un lenguaje propio: los protagonistas no son simples pandilleros sino híbridos entre luchadores, punks y performers de cabaret.

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Apocalipsis y lucha libre mexicana

Tarzán, interpretado por el luchador profesional El Fantasma, lidera una pandilla que siembra el terror con códigos morales que recuerdan al cine de luchadores de las décadas anteriores, aportando un carisma innegable al delirio narrativo. El vestuario y la dirección artística no escatiman en estridencia: cuero, tachuelas, peinados imposibles y maquillaje teatral conviven con escenarios urbanos que van desde autopistas polvorientas hasta antros llenos de luces rojas.

La vedette Princesa Lea —como la feroz Fiera— refuerza ese cruce entre erotismo, violencia y cultura pop mexicana que define a la película. La comparación con Mad Max es inevitable, pero el resultado final adquiere identidad propia al integrarse con elementos como la lucha libre o el imaginario del narco urbano.

Una deliciosa cinta de serie B

Lo que a ojos actuales puede parecer un producto desfasado o incluso paródico, fue en su momento una expresión genuina del cine de serie B mexicano: sin pretensiones artísticas elevadas, pero con una entrega total a lo sensorial, lo grotesco y lo simbólicamente reconocible para el público nacional. La crítica social —latente en el modelo australiano— aquí se diluye en favor de un espectáculo hiperbólico, lleno de excesos que, precisamente por eso, ha conseguido una segunda vida como pieza de culto.

Hoy, Intrépidos Punks se estudia como un fenómeno representativo del cine popular mexicano de los ochenta, ese que supo absorber referentes globales para escupirlos en clave nacional, con desenfado y sin filtros.

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