La rutina en una cadena de comida rápida puede parecer simple desde fuera, pero algunos protocolos internos sorprenden incluso a quienes forman parte de ellas. Es el caso de Unay Ferrer, un extrabajador convertido en tiktoker con más de 120.000 seguidores, que ha hecho público un vídeo viral en el que denuncia una norma “sin sentido” que vivió en su antiguo trabajo en una conocida franquicia de hamburguesas.
Una hamburguesa cruzando la línea
“Me daba una pena tirar la comida…”, confiesa, recordando que cualquier producto que pasara al área de servicio, aunque fuera por error y durante una fracción de segundo, debía ser automáticamente desechado, aunque estuviera en perfecto estado. El procedimiento, diseñado para asegurar la higiene y seguridad alimentaria, obliga a destruir alimentos que nunca llegaron al cliente y que podrían haber sido aprovechados por el personal o incluso donados.
Ferrer explica que “aunque la hamburguesa estuviera bien y no hubiera sido tocada, si cruzaba la línea del mostrador ya estaba condenada”. Esta regla, que describe como una “valla electrificada” en tono irónico, refleja una política que, si bien busca proteger al consumidor, tiene consecuencias ambientales y éticas preocupantes.
Cuando el protocolo desperdicia
Lo que Unay relata no es un caso aislado. En plataformas como Reddit, múltiples extrabajadores de cadenas como McDonald’s, KFC o Burger King han compartido vivencias similares. La mayoría de los productos tienen una vida útil de entre 10 y 30 minutos una vez cocinados. Si en ese lapso no se venden, deben ser descartados. Incluso en caso de cancelaciones o confusiones en los pedidos, la comida preparada no puede ser reutilizada, aunque esté intacta. Esto sucede de forma sistemática en locales de todo el mundo.
@unay_ferrer_ Me la comía yo con tal de no tirarla JAJAJA #comedia #humor #storytime #trabajo ♬ sonido original - Unay ❤️🔥
La paradoja es evidente: toneladas de comida en buen estado terminan en la basura cada día, mientras organizaciones humanitarias denuncian la dificultad para acceder a alimentos para personas en situación de vulnerabilidad. Aunque algunos restaurantes de estas cadenas colaboran con bancos de alimentos, muchos otros se ven limitados por estrictas normas de sanidad o por la imposibilidad legal de donar productos ya cocinados.
La experiencia de Unay Ferrer, sumada a la de tantos otros trabajadores, vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto puede justificarse tanto derroche en nombre de la seguridad alimentaria?