En un nuevo paso hacia el dominio de la energía de fusión, Estados Unidos ha entregado a Francia un componente fundamental para el reactor experimental ITER: un solenoide central de 18 metros de altura, apodado ya "el monstruo magnético".
Este imán superconductor, que llega a pesar tanto como seis aviones Boeing 747, será la pieza crucial para mantener confinado el plasma a temperaturas que superan los 150 millones de grados Celsius, simulando en la Tierra el mismo proceso que alimenta a las estrellas.
La energía de fusión es viable a gran escala
El ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) es uno de los proyectos científicos más ambiciosos de la historia reciente. Situado en Saint-Paul-lez-Durance, al sur de Francia, y respaldado por 35 países, busca demostrar que la energía de fusión es viable a gran escala. La energía de fusión promete una producción masiva sin residuos radiactivos de larga duración ni emisiones de carbono, una alternativa limpia que podría transformar la matriz energética mundial. El reto: controlar un "minisol" que necesita campos magnéticos extraordinarios para no destruir el reactor.
El solenoide central, desarrollado en el Laboratorio Nacional de Oak Ridge, representa una hazaña de ingeniería sin precedentes. Además de generar un campo magnético capaz de confinar el plasma, su estructura interna debe soportar tensiones mecánicas colosales. Para ello, ha sido reforzado con una "jaula" de titanio y acero, fabricada con una precisión milimétrica por empresas especializadas como Superbolt. Esta combinación de materiales garantiza que las fuerzas internas no deformen el corazón magnético cuando el reactor esté plenamente operativo.

El camino del ITER no ha sido fácil. Concebido en los años 80 con un presupuesto inicial de 5.000 millones de euros, su coste actual supera los 24.000 millones, impulsado por la complejidad técnica y los constantes desafíos logísticos. Aun así, sus objetivos siguen intactos: alcanzar una producción neta de 500 megavatios de energía a partir de una entrada de solo 50 megavatios, un salto de eficiencia sin precedentes en la historia de la generación energética. De lograrlo, marcaría un antes y un después en la lucha contra el cambio climático y la dependencia de combustibles fósiles.
Aunque aún quedan años de pruebas y ajustes antes de la operación definitiva, cada nuevo ensamblaje dentro del ITER representa una promesa: la de un futuro energético limpio, inagotable y libre de los riesgos asociados a la energía nuclear convencional.