Durante años, los preppers han sido figuras casi caricaturescas: tipos solitarios, obsesionados con el apocalipsis, encerrados en sus búnkeres llenos de latas y papel higiénico. Pero algo ha cambiado. El miedo se ha sofisticado,las tensiones de una guerra mundial o una enorme catástrofe medioambiental han hecho mella y la paranoia se ha hecho de clase media, y lo que antes parecía una excentricidad rural ahora se perfila como un fenómeno social en expansión.
Mientras la Unión Europea insta a preparar un kit de emergencia, en Estados Unidos, cada vez más personas —padres de familia, ejecutivos, enfermeros, ingenieros— se entrenan como si vivieran el prólogo de The Last of Us, pero sin zombis y con manuales de primeros auxilios. Y esto ha disparado el consumo de armas de fuego y fusiles de asalto.
Un movimiento armado crece en silencio en EE.UU.: civiles con AR-15 se preparan para el caos y un posible colapso social y económico
Ya no hablamos del típico supervivencialista conspiranoico. Hablamos del “ciudadano preparado”, una versión racionalizada y organizada del antiguo prepper. Lo contaba The New York Times en un reportaje revelador: en un bosque de Florida, diez hombres asisten a un curso intensivo llamado Full Contender Minuteman, donde aprenden tácticas de combate bajo la supervisión del veterano Christopher Eric Roscher. Entre salmos y ráfagas de AR-15, se preparan —literalmente— para "el peor día de sus vidas".

Lo interesante es que esta tendencia no parte de la violencia sino de la sensación de vacío institucional. Huracanes, pandemias, apagones, crisis políticas. El ciudadano preparado ya no espera que el Estado le salve; prefiere aprender a hacer fuego, usar una radio de onda corta y aplicar un torniquete antes de que llegue la ambulancia (si es que llega).
Y donde hay miedo, hay negocio. Empresas como Barrel & Hatchet Trade Group venden entrenamiento físico, resiliencia mental y hasta brújulas tácticas por Instagram. YouTubers como Ben Spangler, antiguo militar, difunden lecciones de patrullaje y emboscada sin necesidad de militarizarse. Es una cultura de autodefensa civil, no de milicia.
También hay espacio para la acción social. Danielle L. Campbell fundó Protect Peace tras perder a una colaboradora en un tiroteo. Su propuesta mezcla armas, primeros auxilios y distribución de naloxona en barrios en riesgo. El objetivo no es crear soldados, sino comunidades más fuertes, que estén preparadas para lo peor.

En un país donde la libertad se mide en calibres, este movimiento aporta una lectura curiosamente colectiva: entrenarse, sí, pero con los demás. No por paranoia, sino por sentido común. Y si llega el fin del mundo que te pille sabiendo usar el botiquín.