Los frutos secos tienen algo de milagro cotidiano. No necesitan preparación, caben en cualquier bolsillo y ofrecen beneficios que la ciencia lleva años confirmando. En España, además, tenemos la suerte de que son fáciles de encontrar y bastante asequibles, lo que los convierte en uno de los alimentos más inteligentes que podemos incluir en la dieta diaria.
La advertencia de la nutricionista Blanca García sobre los frutos secos: “No hay que excederse”
Su gran baza está en los ácidos grasos saludables que contienen, claves para reducir el colesterol LDL (el “malo”) y proteger el sistema cardiovascular. Las nueces, por ejemplo, son especialmente recomendables en este sentido. Pero no se quedan ahí: también mejoran el sistema inmunológico, el nervioso, y su papel en la salud mental está siendo cada vez más investigado.

Eso sí, no todo es tan simple como decir “come frutos secos y vivirás mejor”. Como recuerda la nutricionista Blanca García-Orea —una de las más seguidas de España, con 1,4 millones de seguidores en Instagram—, estos alimentos son saludables, sí, pero también densos en calorías. Es decir: ayudan, pero hay que saber cuánto tomar.
La nutricionista influencer viene a dejar clara la diferencia entre que un alimento sea "bueno" y a la vez pueda ser calórico. En el caso de los frutos secos, invita a "no pasarse" especialmente si te encuentras haciendo dieta. ¿Y cómo saber si la ingesta diaria es la adecuada? Bueno, es sencillo. Con un puñado de diferentes frutos lanza un ejemplo directo: la clave está en la cantidad. Una ración saludable al día sería más o menos la que cabe en un puñado. Siendo específicos: 4 nueces, 12 anacardos o 14 almendras. Y en el caso de los pistachos, hasta 35 unidades siguen siendo una buena elección.
La idea no es restringir, sino aprender a integrar. Dentro de una alimentación equilibrada —con cereales integrales, aceite de oliva y pescado azul—, los frutos secos aportan un extra de antioxidantes y propiedades antiinflamatorias que ayudan al cuerpo a protegerse mejor.
No hacen milagros, pero sí marcan la diferencia. Especialmente cuando se convierten en un hábito. Porque comer bien no siempre requiere sacrificios extremos: a veces basta con incorporar un puñado de cosas buenas al día. Literalmente.