Por primera vez, los astrónomos han visto con claridad cómo otra estrella, distinta al Sol, lanza al espacio una gigantesca nube de plasma capaz de desollar la atmósfera de cualquier planeta que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino. La protagonista es una enana roja situada a unos 130 años luz, observada gracias a la combinación del radiotelescopio LOFAR y del observatorio espacial XMM-Newton de la ESA, y el hallazgo acaba de publicarse en Nature.
Lo que hasta ahora eran sospechas —“sabemos que el Sol lanza eyecciones de masa coronal, suponemos que otras estrellas harán algo parecido”— se convierte por fin en evidencia directa: una CME estelar ha sido detectada y medida paso a paso más allá de nuestro Sistema Solar.
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La clave está en una señal de radio muy concreta, un estallido corto y “chirriante” en bajas frecuencias que los físicos solares conocen bien: un estallido de tipo II, producido por la onda de choque de una eyección de masa coronal al atravesar la atmósfera de la estrella camino del espacio. Esa firma fue cazada por LOFAR al vigilar miles de estrellas, y todos los cálculos apuntaban a una enana roja de tipo M, StKM 1-1262, como origen del fenómeno. Después, XMM-Newton se encargó de tomar el relevo en rayos X para clavar parámetros básicos de la estrella —temperatura, velocidad de rotación, brillo energético— y reconstruir cómo se estaba moviendo ese material expulsado. Ninguno de los dos instrumentos, por separado, habría bastado para cerrar el puzzle; juntos, convirtieron una sospecha en una CME confirmada.
La señal que confirma la explosión
Lo que han visto no es una pequeña rabieta estelar, sino un auténtico monstruo. El material salió despedido a unos 2.400 kilómetros por segundo, más de 5,4 millones de kilómetros por hora: velocidades que sólo se alcanzan en alrededor de una de cada dos mil eyecciones solares. El estallido era lo bastante denso y rápido como para arrancar por completo la atmósfera de cualquier planeta situado en órbitas cercanas, según los modelos de interacción entre plasma estelar y capas altas de los planetas. En la Tierra, eventos solares mucho más modestos ya son capaces de generar tormentas geomagnéticas, auroras visibles a latitudes inusuales y problemas en satélites y redes eléctricas; extrapolado a esta enana roja, hablamos de un clima espacial tan extremo que convierte la superficie de los mundos que la rodean en un lugar, como poco, hostil.
El tipo de estrella que protagoniza este trabajo añade una capa de preocupación a la búsqueda de vida fuera de nuestro vecindario. Las enanas rojas son más pequeñas, frías y tenues que el Sol, pero también mucho más abundantes en la Vía Láctea, y concentran la mayoría de los exoplanetas descubiertos hasta ahora, incluidos varios sistemas “estrella” como TRAPPIST-1. En su caso, su zona habitable está muy cerca de la estrella, lo que obliga a los planetas a convivir pegados a campos magnéticos cientos de veces más intensos y a un bombardeo constante de radiación de alta energía y viento estelar. Modelos previos sugerían que esa combinación de flares, radiación X y ultravioleta y posibles CMEs podía adelgazar o borrar atmósferas en escalas de tiempo geológicas; ahora, por primera vez, vemos una de esas explosiones en acción y podemos ponerle números reales.
Habitabilidad bajo fuego estelar
El resultado no implica que todos los planetas de enanas rojas estén condenados. Simulaciones sobre sistemas como TRAPPIST-1 muestran que las órbitas más externas podrían conservar sus atmósferas durante miles de millones de años, sobre todo si cuentan con campos magnéticos potentes o mecanismos de “recarga” como el vulcanismo y el degasificado interno. Pero también apuntan a algo incómodo: no basta con colocar un planeta en la distancia “justa” para que el agua sea líquida, hay que preguntarse si su cielo aguanta el castigo del clima espacial. Trabajos recientes ya habían propuesto usar el historial de llamaradas y erupciones de una estrella como criterio para filtrar qué exoplanetas merecen ser observados en detalle en busca de atmósferas y biofirmas; este nuevo estudio ofrece, por fin, una medida directa de lo que esas erupciones pueden llegar a hacer.
En paralelo, el hallazgo abre una vía observacional completamente nueva. Hasta ahora, casi todo lo que sabíamos sobre CMEs venía de estudiar al Sol y extrapolar a otras estrellas, con mucha incertidumbre. La detección de esta explosión en StKM 1-1262 —y de otro estallido similar en otra enana M dentro del mismo programa de LOFAR— permite empezar a estimar tasas reales de estos eventos en enanas rojas y a refinar cuánto contribuyen, de verdad, a vaciar atmósferas frente a otros factores como la radiación extrema.















