Juego de tronos está a punto de finalizar. La epopeya de HBO y los showrunners Dan Weiss y David Benioff se enfrenta con su nuevo capítulo a la recta final. A los últimos versos y líneas de una épica fantástica ideada por George R.R. Martin. Tras un episodio soberbio escrito por Bryan Cogman, en el que los personajes y los distintos protagonistas de esta funesta y oscura función vivían sus últimas horas antes de la gran batalla, la serie presenta su punto álgido con uno de los capítulos más espectaculares y fastuosos de la historia de la televisión. “Las batallas se ganan con los puños, y las palabras sirven en el consejo. Conviene, pues, no hablar, sino combatir”, escribía Homero en uno de los cantos de La Iliada. Tras traiciones, intrigas y alianzas, tras ríos y ríos de tinta, verbo y acusaciones, es la hora de la espada, la sangre y los hombres y mujeres valientes. La lucha de los vivos contra los muertos por un nuevo amanecer.
Las leyendas se forjan con fuego y hielo
El mundo de Canción de hielo y fuego se asienta sobre los cimientos de una larga y casi inabarcable historia, mucha de la cual ha sido transmitida de maestre a maestre o incluso a través de la mutable y a veces traicionera tradición oral. Poniente (y más allá del Mar Angosto, también Essos) es un continente que se ha forjado a través de las alianzas y las uniones más improbables, pero también en base a la guerra, el conflicto y la espada. Solo tenemos que ver el Trono de Hierro, un enorme y fría poltrona fundida con fuego de dragón y el acero y el hierro de miles de espadas, para ser conscientes de lo difícil que ha sido encontrar una cierta estabilidad en estas tierras.
Con el paso del tiempo y el avance de las temporadas, hay que destacar el trabajo de Juego de tronos, y de los propios Weiss y Benioff, a la hora de dar un contexto coherente en términos de mitología y lore en el que hacer que transcurran sus historias. No obstante, en su etapa universitaria, ambos eran grandes dungeon masters en sus partidas de juegos de rol, y si por algo destacaban ambos, era por sus historias y su adictiva narrativa.
Se han tomado su tiempo -a veces demasiado-, pero han sabido introducir ciertas notas mágicas y místicas en su justa medida tras todas estas temporadas, construyendo un trasfondo lo suficientemente válido y coherente para que a día de hoy, entrando en la recta final de la serie, sintamos este final como algo lógico y necesario. En cualquier caso, aunque ambos productores y guionistas no ha conseguido ser tan inteligentes como George R.R. Martin en su narración en estas lindes -el escritor es un maestro dejando migas de pan en sus páginas para los lectores-, sí han hecho un buen trabajo, muy superior al de otras producciones y series o películas similares. La batalla de todas las batallas de esta era en Poniente, aquella de la que se hablará y debatirá durante generaciones en los salones de los viejos y antiguos reyes, así como en los salones y salas de estar de los espectadores de todo el mundo, ha estado a la altura de lo esperado y expuesto durante horas y horas de televisión.
La Larga Noche está escrito por Dan Weiss y David Benioff y dirigido por Miguel Sapochnik, uno de los directores más sorprendentes de los últimos años y el cual nos ha regalado algunas perlas de la talla de Casa Austera y La batalla de los bastardos. Su estilo, frío, directo y moderno, logró que Juego de tronos diese un nuevo paso hacia lo espectacular y sombrío, una elección adecuada y aplaudida que ahora alcanza su forma definitiva en la octava temporada. Es una máxima dentro de la serie que no siempre ha tenido los resultados esperados: el ir a más puede volverse en tu contra, y el más difícil todavía, no es una fórmula en la que confiar en términos narrativos. Por eso, para comprender la importancia de este episodio, hay que volverse muy atrás en la mitología de la obra de Martin. A una época muy pasada, casi remota, en la que hace miles de años el mundo casi acaba en una oscuridad infinita, lúgubre y fría.
Justo cuando terminaba la Era del amanecer y comenzaba la Edad de los héroes, el mundo acabó sumido en lo que se conoce como la Larga Noche. Los maestres y libros guardados en la Ciudadela y en las estanterías de los señores más cultos de Poniente no se ponen de acuerdo en los detalles, pero se habla de un invierno tan largo y crudo, que una generación entera de hombres y mujeres jamás vio la luz del día, sumidos en una época de penurias, hambruna y terrores inimaginables. En esta época aciaga, los castillos se construían y derribaban por doquier, y no había lugar seguro. No nos ceñimos a una etapa invernal centrada y sufrida únicamente en los pocos reinos y reyes que habitaban en el continente en el que se desarrolla Juego de tronos, también en Essos y otros lugares remotos se vivieron años aciagos, que casi acaban engullendo a toda vida existente en la faz de la tierra.
Las leyendas y viejas historias, forjadas muchas de ellas en Asshai y otros territorios lejanos envueltos en sombra y misticismo -muchos de ellos creyentes en R’hllor y su fuego purificador-, hablan de un hombre con la espada ígnea, denominado y bautizado como Azor Ahai por algunos, que consiguió cambiar con su valentía el curso de la historia. En este invierno letal, criaturas conocidas como los Otros, procedentes de las heladas tierras del Eterno Invierno, llevaron consigo muerte y destrucción allá por donde pasaban, levantando legiones de muertos para sus oscuros designios y servicios. Aquella lucha se ganó, con gran sacrificio, y se acabó levantando un Muro de hielo para evitar que volviese a suceder. El paso del tiempo, la confianza y el error constante de olvidar el pasado -la maldición constante de cualquier civilización que se precie-, llevaron a los acomodados reinos e imperios sucesivos a ignorar un posible regreso a este periodo de lamento y llanto. En Canción de hielo y fuego, así como en Juego de tronos, se ha jugado mucho con este componente de tradición oral fácilmente malinterpretable, dándole la importancia justa a lo largo y ancho de las novelas y sus respectivas adaptaciones. ¿Será verdad? ¿Será mentira? ¿Es cierto que hay muertos que caminan y dragones que escupen fuego? Es una manera inteligente de jugar con la memoria, haciendo alusión explícita a lo que el propio Bran Stark (Isaac Hempstead-Wright) explicaba en una de sus frases lapidarias.
Tras el excelente capítulo Caballero de los Siete Reinos, Sapochnik recogía el testigo de Nutter para culminar por todo lo alto aquello que durante tanto tiempo se ha ido esperando en Juego de tronos. Hablamos del episodio más largo de la serie (82 minutos de duración) y en el que más esfuerzo se ha puesto en su rodaje. Su filmación llevó cerca de 55 días (o mejor, noches) de rodaje, y en el que hasta 750 extras llegaron a combatir al mismo tiempo en una de sus secuencias. Tanto Benioff como Weiss han recalcado que se trata de la secuencia de batalla más larga en la historia del cine o la televisión, dejando en la estacada algunas producciones más grandes o con mayor publicidad. Solo hay que observar la evolución con respecto a Aguasnegras, otro de los capítulos más redondos de toda la serie, para darse cuenta de la magnitud de La Larga Noche.
La tensión que precede al combate, con las filas prietas de Inmaculados, Arryn, hijos del pueblo libre y dothraki ante las murallas del bastión de piedra y hielo de los Stark, nos regala estampas irrepetibles. Con una serie de indicativos visuales muy claros y certeros, se sabe perfectamente en qué posición se encuentran cada uno de ellos, destacando el papel de los protagonistas con planos cortos, sostenidos y exquisitamente encuadrados. Explicaba hace unos años Martin que una de las cosas que más destacaba de sus novelas, es que en el fondo era una historia sobre conflictos humanos, sobre decisiones creíbles y tangibles en un marco mayor y mucho más complejo. Por eso, cuando Sapochnik decide centrarse en los personajes y localizarlos con ahínco pero sin resultar cargante o pomposo (como sí sucedía en la fallida obra de Wolfgang Petersen, Troya), el capítulo se crece en su estructura, su significado y su importancia narrativa. Uno de los aciertos más destacables, aunque entendemos que pueda apuntarse desde ciertos rincones como una especie de deus ex machina poco inspirado a estas alturas del relato, es la llegada de la bruja roja de Asshai a lomos de su caballo. La sacerdotisa de R’hllor, valedora y defensora de las viejas leyendas, se aproxima a los muros de Invernalia protegida por su collar mágico y su capa carmesí. Es la personificación, como si fuese un jinete del Apocalipsis, del más trágico augurio en el peor de los tiempos posibles.
En lo que es una de las secuencias más inspiradas de toda la serie, y que vuelve a demostrar la pericia de la dirección de Sapochnik, Melisandre (Carice Van Houten) se acerca a Jorah Mormont (Ian Glen) para darle unas someras indicaciones. Acto seguido, y unas cuantas palabras mágicas después, los miles de arakh dothraki -las características espadas o cimitarras similares a los khopesh- brillan con la luz del fuego en mitad de la noche. Con un importante eco de la antigua y milenaria batalla de los Tres Mil de Qohor, la caballería dothraki se lanza cabalgando en la oscuridad de la noche iluminados únicamente por sus armas. Desgraciadamente, son engullidos por un muro de carne y hielo, formado por una masa de cientos de miles de muertos anónimos. En apenas unos segundos, su luz de esperanza y sus gritos de guerra, se apagan y son ahogados en la sombra. En lo alto de una colina, y desde cierta posición segura, Daenerys Targaryen (Emilia Clarke), khaleesi, asiste con sus dragones y Jon Nieve (Kit Harington) a la muerte de sus jinetes de sangre. La batalla parece que se acabará cobrando más vidas de las que son capaces de asimilar.
Todo el conflicto bélico, un clímax que se podría ir de madre a las primeras de cambio, se va equilibrando con los citados momentos centrados en las reacciones de los personajes, sus fatídicos destinos y sus agonías luchando contras incontables legiones de muertos que se ciernen sobre ellos. “Siempre pensé que no debía sobrepasarme de la hora de batalla sin interrupciones, pues creo que así puedes llegar a agotar a la audiencia. Mi punto de referencia siempre fue El Señor de los Anillos: Las dos torres, porque el asedio es una secuencia de 40 minutos, pero en realidad son tres batallas diferentes en tres lugares diferentes conectados entre ellos. Eso era el referente más grande que podía tener el cine contemporáneo. De esta forma, estuve tratando de tener una idea de cuándo te cansas como espectador, pero creo que vamos a sobrepasarlo”, explicaba el propio director sobre el difícil equilibrio entre la acción sin descanso. De hecho, el episodio va dosificándose, con secuencias que parecen extraídas de una película de terror de zombis o incluso del cine más propio del género en el que Sam Raimi o Peter Jackson son los principales referentes y valedores. También sería justo recalcar la labor fotográfica y visual de todo el episodio, que junto a las acertadas notas de Ramin Djawadi, crean una atmósfera muy angustiosa y casi irreal, como de pesadilla. Cuando los enemigos salen de la noche o aparecen entre la niebla, es inevitable acordarse de John McTiernan y los ejércitos de primitivos salvajes de El guerrero nº13.
“A veces siento que la única manera de abordarlo todo de forma correcta es tomar cada secuencia y preguntarse: ¿Por qué me gustaría o debería seguir mirando? Con el paso del tiempo, aprendí que conforme menos acción tengas en pantalla, como menos batallas, puedes tener una secuencia mucho mejor. También vamos cambiando de género en el capítulo. Hay suspense, horror, acción y drama, y no estamos atascados en el hecho de matar y matar, porque entonces todo el mundo se desensibiliza y eso no significa nada”, concluía Miguel Sapochnik. Por eso, podríamos decir que toda la batalla de Invernalia es casi como una versión fantástica de la excelente Asalto al distrito 13 (1976, John Carpenter), en la que un grupo de personas acababa asediada y sobrepasada por una situación plagada de tensión, sacrificio y acción.
Acción que viene dada por la presencia de dos dragones adultos, como Drogon y Rhaegal, verdaderas armas de destrucción masiva de escamas, fuego y colmillos. Ambas criaturas protagonizan algunas escenas brillantes, en las que intentan detener el avance de las legiones de muertos que se afanan y abalanzan por llegar al castillo. Las gargantas de las criaturas arrojan toneladas de fuego incandescente contra los espectros, intentando que tarden más en llegar y que los Inmaculados, capitaneados por Gusano Gris (Jacob Anderson) y un valiente Jorah Mormont que consigue salvarse de la primera carga contra los muertos, puedan defenderse cómodamente y replegarse. La sucesión de derrotas, fracasos y errores es asfixiante, tanto que el espectador llega a sentirse completamente desbordado por la situación, como si fuese uno de los protagonistas del combate. Jaime Lannister (Nicolaj Coster-Waldau) y Brienne de Tarth (Gwendoline Christie) acaban enterrados y sepultados, literalmente, en una mezcla de barro, nieve, sangre y muertos, anticipando un aciago destino para ambos y sus tropas. Pero cada pequeña victoria, como cuando consiguen encender los fosos gracias a la brujería de Melisandre, les da un pequeño respiro. Un pequeño halo de vida que les permite seguir adelante un poco más y sacar el suficiente arroje y temple como para aguantar un poco más.
Hacinados en las murallas, retirados y compactos en la supuesta seguridad del castillo -comentaba Sapochnik que intentó usar el mayor tiempo posible referencias físicas y de decorados para evitar saturar al espectador con espacios abiertos y pantallas verdes-, los héroes de esta batalla por el amanecer asisten a un combate que también se libra en los cielos. A miles de metros de altura, y sobre las nubes de tormenta, nieve y frío que cubren todo el Norte de Poniente, Jon y Dany protagonizan su propia danza de dragones contra Viserion y el Rey de la Noche, el mal encarnado de esta epopeya fantástica. Son momentos vibrantes, muy bellos como estampa, que nos permiten disfrutar de una serie de perspectivas únicas y jamás vistas en una producción de este calibre. Cuando se elevan cruzando los estratos intentando dar caza a la bestia caída bajo el influjo maldito del Gran Otro, es muy difícil no quedarse aterrado y cautivado por la belleza y la propia fragilidad del mundo que están intentando salvar. Si en la tierra hay sangre, ruido, fuego y muerte, en las alturas únicamente se escucha el más indiferente silencio ante la tibia luz de la Luna.
¿Por qué funciona tan bien? Pues porque, una vez más, se busca centrar y focalizar la acción en los rostros de los protagonistas. Sí, tenemos un dragón gigante de heladas escamas lanzando llamas azules a sus otrora dos hermanos, pero hay una clara dirección artística que obedece, más allá del sentido del espectáculo, a la propia narrativa. “En Juego de tronos teníamos una forma de rodar las secuencias de los dragones, aunque en esta ocasión hemos tenido un poco más de libertad. No obstante, cuando pones a un actor en una bola giratoria y luego les lanzas aire con el cañón de viento, saben que están en un set de pantalla verde, y lo último que piensan es que tienen que ofrecer una buena actuación o rendir. Así que mi enfoque para este año es: ¿Cómo podemos obtener la mejor de las actuaciones para que su historia continúe y tenga sentido aunque estén en un dragón?”, explicaba el director en una entrevista concedida a Entertainment Weekly. Pero hay situaciones que ni los dragones pueden solventar ni solucionar, por muy poderosos o magníficos que sean. Por eso, cuando el ejército de muertos sobrepasa las defensas y comienza a cruzar los fosos en llamas, subiendo en tropel por las paredes de la fortaleza de los Stark, sabes que el invierno está llamando a la puerta y colándose por las rendijas.
El frio asedio del invierno
“Los Otros no están muertos. Son extraños, hermosos… piensa, oh… seres sobrenaturales hechos de hielo, o algo así, una especie de vida… inhumana, elegante, peligrosa. Sus espadas están hechas de hielo. Pero no un hielo normal. Los Otros pueden hacer cosas con hielo que no podemos imaginar y crear diferentes sustancias con esta materia. Nunca están lejos, ya sabes. No saldrán de día, no cuando ese viejo sol esté brillando, pero no creas que eso significa que se hayan ido. Las sombras nunca desaparecen. Puede ser que no los veas, pero siempre estarán pisándote los talones”, contaba la Vieja Tata en Juego de tronos, la novela de George R.R. Martin. Los espectros, así como los Caminantes Blancos, avanzan de manera inexorable durante todo el episodio, amparándose en la más cerrada y asfixiante oscuridad. Van asimilando a todos los caídos, haciendo de sus filas un ejército cada vez más grande, que arrebata las vidas y las ya de por sí exiguas esperanzas de los protagonistas. Da igual las dotes de liderazgo, la sangre, la familia o la casa noble a la que pertenezcas. Si caes en el campo de batalla siendo herido por aquellos que vienen con el frío, pasas a ser de ellos. “Combatimos a la muerte, no la vencemos”, esputa un atribulado Sandor Clegane (Rory McCann). Por su parte, en mitad del caos, Samwell Tarly (John Bradley-West), descubre que su valor se apaga al igual que la vida de sus amigos.
Cuando las cosas se complican, llega el tiempo de la confesión. Si hay un personaje complejo, lleno de contradicciones y dobleces, ese es Theon Greyjoy (Alfie Allen). El antiguo pupilo de los Stark, el heredero al Trono de Piedramar en las Islas del Hierro, fue amputado y despojado de la dignidad cuando Ramsey Bolton lo convirtió en Hediondo. Su arco en Juego de tronos es muy bueno, y pese a que ha sido maltratado a veces por guiones simples y un poco idiotas, ha salido bien parado incluso en los malos momentos de la serie. Por eso, cuando decidió pelear por su destino, aceptar su misión y reconciliarse con su hermana Yara, estaba claro que tenía todavía una cuenta por saldar: proteger y luchar por aquel al que hace tiempo traicionó. Cuando decide salvaguardar la seguridad de Bran bajo el arciano, esperando la llegada del Rey de la Noche, es muy difícil no emocionarse. “Todo lo que has hecho te ha llevado aquí hoy”, le explica Brandon de forma lacónica. Su expiación y redención, capitaneando a sus mejores hombres e intentando aguantar el tiempo suficiente ante los ojos de los dioses, lo lleva a la muerte. Sin miedo, protege al Cuervo de tres ojos con su vida, enfrentándose al mismo Rey de la Noche. “Theon… eres un buen hombre”. Las últimas palabras que escuchó eran aquellas que tanto había ansiado oír.
Igual de trágico es el destino que le aguarda a Ser Jorah Mormont. Tras luchar contra los muertos, y otorgar la posibilidad de una retirada a las tropas de los vivos al interior de Invernalia, algo en lo que también ayudan unos incansables y valientes Tormund (Kristofer Hivju) y Lyanna Mormont (Bella Ramsey), encuentra a la muerte por intentar salvar a Daenerys Targaryen luego de un nefasto encuentro con el mal encarnado por el Gran Otro. Su historia siempre ha estado ligada de forma directa con el destino de Dany, su amada reina de plata, por la que cae enamorado y recorre los más peligrosos parajes y reinos una vez es exiliado y juzgado por su traición. Leal y servicial, Jorah consiguió sobrevivir a la psoriagrís, combatir en un circo de gladiadores y regresar junto a Daenerys Targaryen, la que no arde, en un escenario fatídico lleno de fuego y muerte. Como no podría ser de otra manera, el oso Mormont, combate hasta que no le queda aliento. Protegiendo a aquella mujer a la que le juró lealtad. Hay muy pocos personajes en toda Juego de tronos como serie que hayan llevado tanto tiempo con nosotros y que signifiquen tanto para la historia como Ser Jorah. Su prima, la heredera de la familia, encuentra un final similar al combatir de forma heroica contra uno de los gigantes del ejército de espectros. Existe cierta poesía bíblica en su sacrificio también: la más pequeña de las luchadoras contra el más gigantesco de los enemigos. David contra Goliath.
Con las fuerzas de defensa siendo derrotadas por doquier y los muertos invadiendo el castillo como una enorme horda que actúa y ataca en conjunto, La Larga Noche comienza a jugar sus cartas de una manera muy inteligente. El episodio, como ya os hemos destacado, combina de manera muy inteligente diferentes géneros, evitando saturar al espectador con una dosis de acción demasiado elevada. La capacidad torsión del armazón del guion escrito por Weiss y Benioff es tal, que tenemos una escena en la que Arya Stark (Maisie Williams) esquiva a los muertos escondiéndose en una de las librerías de Invernalia, usando sus dotes de sigilo -Arya entrelospiés-, se escabulle de una legión de espectros para reunirse con El Perro, Melisandre y Beric Dondarrion. La particular Hermandad sin Estandartes, que tanta guerra dio en las Tierras de los Ríos, unida una vez más en el más improbable de los escenarios. Dondarrion, resucitado seis veces por Thoros de Myr y el beso de la vida de R’hllor, se sacrifica por darle a Arya una oportunidad. Así se esquiva a la muerte. ¿Y qué le decimos a la muerte? Hoy no. La sacerdotisa roja se encarga de recordárselo, haciendo alusión a la profecía que una vez compartió con ella muchas temporadas atrás. Una profecía que, como veremos más adelante, será decisiva en el destino de Arya y el de todo Poniente.
Si en los cielos combaten los dragones y en la tierra los muertos contra los vivos, en las criptas de Invernalia, a mucha profundidad, se encuentran algunos de los valores y tesoros más importantes para la supervivencia. Entre estatuas y tumbas, el silencio es inaguantable. Tyrion Lannister (Peter Dinklage), el hombre más sabio de Poniente y Mano de la Reina, se preocupa al ver que Sansa Stark (Sophie Turner) regresa abajo ante la imposibilidad de poder ayudar en el combate. La cosa no va bien. Con una simple mirada, el enano Lannister es consciente de la gravedad de la situación y decide arrojarse a los brazos del vino. Ambos personajes mantienen una conversación de las que hacen mella y deben rubricarse en mármol, destacando la capacidad de comprensión, conocimiento y juicio de ambos, incluso en momentos difíciles. Acordándose del pasado, de cuando fueron marido y mujer, se preguntan si habrían sido felices juntos de no haber sucedido nada. “Fuisteis el mejor de todos”, explica Sansa en alusión a sus sufridos matrimonios fallidos y de conveniencia. Por eso, cuando los vivos intentan entrar para protegerse del terror que se vive fuera -una de las secuencias más terrorífica del capítulo- y los muertos comienzan a salir de las criptas y tumbas, ambos empuñan sus armas e intercambian una serie miradas que los hace armarse de valor y arrojo e intentar sobrevivir. Juntos.
Si en el interior de Invernalia la muerte se abre paso, en la superficie la situación es igual o peor. Jon, que ha intentado combatir cara a cara con el Rey de la Noche, lo persigue por las murallas, patios de armas y pasillos del bastión Stark. No puede alcanzarlo. Entre él y el Gran Otro, hay cientos de miles de muertos. Pese a que Garra, su espada de acero valyrio le ayuda en su lucha, los océanos de espectros lo empujan constantemente contra un muro de rocas encarnado por la mismísima derrota. Las llamas de un aguerrido e infatigable Drogon lo ayudan a tener esperanza y avanzar, y Viserion, el dragón tomado por el frío, está herido de muerte -su fuego azul se escapa por sus fauces y por la lacerante herida del cuello infligida por Rhaegal-, pero su carrera y esfuerzo no tienen recompensa ni premio. El heredero al Trono de Hierro, el bastardo que ha sobrevivido a mil y un batallas, tiene el objetivo final al alcance de su mano y no puede llegar hasta él. Si observamos la estructura del capítulo, pronto nos damos cuenta de que Weiss y Benioff han construido y escrito todo el episodio como una constante lucha de Jon contra los elementos. Empecinado, el rey en el Norte intenta cumplir su destino a cualquier precio, pero no puede. La profecía que vaticinaban los sabios, aquella de la que hablaban las leyendas, parece que no se volverá a cumplir. Hastiado, y siendo consciente de que el mundo se sumirá en una nueva oscuridad, Lord Nieve decide plantarle cara al dragón de hielo en un combate desesperado.
Las grandes profecías se cumplen de las maneras más inesperadas. Un cambio en el viento puede llevar la esperanza a un castillo de altas murallas blancas completamente asediado, trayendo a un puñado de barcos negros cuando aquellos que luchaban por el bien más lo necesitaban. Y así, precedida por un ligero soplo de aire apenas imperceptible por uno de los Caminantes Blancos de la guardia personal del propio Rey de la Noche, ocurre. Arya Stark, Nadie, se abalanza sobre el origen de todos los males de Poniente justo cuando iba a asesinar a Brandon ante los ojos de los dioses antiguos. De la manera más improbable, y alimentada por el calor de las viejas historias, ensarta su puñal de acero valyrio en el abdomen de la helada criatura, poniendo fin a la noche más aciaga jamás vista en Juego de tronos. Cristalizado y hecho pedazos, el Otro cae junto a sus millares de espectros y su dragón de frío helado.
Un oscuro y amargo amanecer
En La Larga Noche hemos asistido a cómo cobran vida las leyendas narradas por los maestres en tiempos remotos. Hemos sido testigos de aquello que nos imaginábamos a través de los versos anónimos de las canciones y viejas historias, que ahora han cobrado vida encarnándose en sangre, hielo y fuego ante nuestros ojos. Tras este fatídico día, que tantas cicatrices dejará en sus supervivientes, se abre un nuevo y amargo amanecer. Acertado sumario es el hecho de observar a Melisandre, hechicera artífice de muchos de los hechos vividos en Poniente, caminar sola por la nieve una vez su misión se ha cumplido. La luz ha vencido a la oscuridad una vez más. Despojándose de su collar, la bruja carmesí se deshace en polvo y huesos mientras observa un fugaz y tenue nuevo día entre los restos de la batalla. La profecía se ha cumplido. Desconocemos cuál será el destino que nos deparará en las novelas de George R.R. Martin, pero sí sabemos que en Juego de tronos, la sangre de los caídos rubricará el futuro de los vivos.