Los quebrantahuesos no solo devoran huesos: también guardan la historia. Un grupo de investigadores españoles ha descubierto en cuevas del sur de España una sorprendente cápsula del tiempo creada, sin pretenderlo, por estos grandes buitres. Entre capas de restos óseos y material de nido acumulado durante siglos, los científicos han encontrado artefactos humanos de la Edad Media, desde sandalias tejidas con esparto hasta fragmentos de cuero decorado y armas antiguas.
El hallazgo, publicado en la revista Ecology, revela que los nidos abandonados de quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) pueden funcionar como verdaderos museos naturales. Estas aves, conocidas por alimentarse de huesos que rompen arrojándolos desde gran altura, anidan en oquedades de acantilados inaccesibles. Allí, generación tras generación, reutilizan el mismo espacio, acumulando capas de huesos, fibras vegetales y materiales que traen de su entorno. Al quedar protegidos del viento y la lluvia, esos restos han quedado perfectamente conservados durante siglos.
Archivos ecológicos en los acantilados
“Los nidos actúan como archivos ecológicos y culturales”, explica el ecólogo Antoni Margalida, del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC-CSIC-UCLM-JCCM), que lidera el estudio. Su equipo analizó doce nidos abandonados en sierras del sur peninsular, algunos sin actividad desde hace más de 130 años. Entre los huesos de ungulados —su alimento principal— y los fragmentos de cáscaras de huevo, encontraron testimonios humanos que datan de hace más de seis siglos.
Entre los objetos más antiguos se halló una sandalia completa de esparto trenzado, datada mediante carbono 14 en el siglo XIV, así como un fragmento de cuero ovino decorado, contemporáneo del mismo periodo. En el mismo yacimiento aparecieron una punta de ballesta, un trozo de honda de fibras vegetales, un fragmento de cesto de mimbre de 151 años y cordajes de esparto utilizados para el calzado o el transporte. Los investigadores sugieren que estos materiales proceden de los entornos rurales y pastoriles medievales de la región, donde los humanos compartían territorio con estas rapaces carroñeras.
Una ventana al ecosistema medieval
El análisis de los huesos animales ha permitido, además, reconstruir la fauna y el hábitat del sur de la Península Ibérica desde la Edad Media, aportando datos sobre las especies que formaban parte de la dieta del quebrantahuesos y, por extensión, del ecosistema local. Los fragmentos de cáscaras de huevo también ofrecen una oportunidad única para realizar futuros estudios toxicológicos, que podrían revelar la presencia de contaminantes históricos —como plomo o pesticidas— en la cadena trófica.
Margalida subraya que estos nidos “han funcionado como museos biológicos y culturales”, conservando un registro continuo que combina la historia natural y la humana. Los quebrantahuesos no solo acumulan restos para proteger sus huevos o crías: también recogen materiales humanos —telas, cuerdas, fibras o cuero— para reforzar sus nidos. Este comportamiento, observado aún hoy en poblaciones del Pirineo y Andalucía, demuestra hasta qué punto estas aves han convivido con nuestra especie y documentado sin querer nuestra presencia en el paisaje.
En Europa sobreviven apenas 309 parejas reproductoras de quebrantahuesos, una especie que desapareció del sur ibérico en el siglo XIX y que hoy vuelve gracias a proyectos de reintroducción. Paradójicamente, son ahora estas mismas aves las que nos devuelven una parte olvidada de nuestra historia. En palabras del propio equipo de investigación, “el quebrantahuesos se convierte en un bioindicador excepcional, no solo del estado de los ecosistemas, sino también del paso del ser humano por ellos”.















