Durante siglos, millones de personas han observado la Gran Pirámide de Guiza —una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo— creyendo entender su geometría: cuatro caras, una base cuadrada, y una cúspide casi perfecta.
Sin embargo, gracias al uso de tecnología avanzada como la fotogrametría aérea y el escaneo láser de alta precisión, la arqueología moderna ha confirmado un dato tan sorprendente como ignorado: la Gran Pirámide de Keops no tiene cuatro lados, sino ocho.
Es un efecto óptico
Este redescubrimiento comenzó en el siglo XIX, cuando el arqueólogo británico Sir Flinders Petrie observó que cada una de las caras de la pirámide tenía una ligera depresión en su eje central, lo que generaba dos planos inclinados por cada cara, en lugar de uno. Aunque esta observación quedó documentada, no fue hasta 1926, cuando un piloto británico fotografió la pirámide desde el aire durante el equinoccio, que se hizo evidente: la estructura es octogonal, no cuadrangular.
Desde entonces, el debate arqueológico ha estado dividido: ¿fue un error en la construcción, una consecuencia de la erosión del tiempo o una decisión intencional de los arquitectos egipcios? Gracias a los avances tecnológicos del siglo XXI, especialmente el escaneo láser y el modelado 3D con drones, ahora se sabe que estas concavidades son reales, miden hasta dos metros de profundidad y no son perfectamente simétricas, lo que ha llevado a descartar que sean producto del deterioro natural o del saqueo de los revestimientos de caliza.

Su estructura sigue siendo objeto de debate
En 2023, un estudio de la Universidad de Kanagawa (Japón) dio un paso más allá al analizar el impacto estructural de esta geometría y terminar de confirmar su inusual planta. Los investigadores concluyeron que los lados cóncavos contribuyen a la estabilidad de la pirámide, ayudando a distribuir mejor las cargas de compresión y a resistir los efectos de terremotos y tormentas. De hecho, señalaron que esta estructura ha resistido más de 500 tormentas torrenciales en los últimos 4.500 años. Lejos de tratarse de una “imperfección”, la octagonalidad habría sido una solución de ingeniería avanzada que permitió a los egipcios construir una pirámide con una durabilidad sin parangón.
Este descubrimiento, que apenas empieza a difundirse fuera de los círculos académicos, reconfigura nuestra visión sobre la precisión matemática y la sofisticación estructural del Antiguo Egipto. Ya no es solo que levantaran bloques de toneladas con medios rudimentarios, sino que lo hicieron con un conocimiento profundo del equilibrio, el diseño tridimensional y la resistencia estructural frente a fenómenos climáticos extremos.