Ya queda muy poco para disfrutar de The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, que se pondrá a la venta el 12 de mayo, y que como os contamos ayer en nuestras impresiones, tiene una pinta espectacular. Para hacer más llevadera la espera, cada día de aquí hasta su lanzamiento vamos a repasar un juego de la saga, desde los más recientes hasta los más antiguos. Hoy vamos con el juego clave por el que tenemos tantas ganas a Tears of the Kingdom.
The Legend of Zelda: Breath of the Wild (2017)
Cualquier The Legend of Zelda genera expectativas. Al fin y al cabo, es una de las sagas de videojuegos más longevas y su historial es prácticamente impecable. Pero lo de The Legend of Zelda: Breath of the Wild fue de otro mundo.
Expectativas superadas
Todas las entregas de la serie para consolas de sobremesa se han retrasado, pero en esta ocasión ocurrió dos veces (iba a salir en 2015 para Wii U), y además, lo que se mostró entonces era increíble no solo por el giro radical que suponía respecto a sus predecesores, sino porque se atisbaba un mundo abierto espectacular.
Pero en aquel momento ni siquiera nos podíamos imaginar la ambición y la extensión de la obra final. Ni tampoco la revolución que supondría para el género de las aventuras de acción en mundo abierto; que su legado apenas se haya empezado a notar en los últimos años da buena cuenta de la ardua tarea que completó Nintendo. Cuando Breath of the Wild llegó finalmente a las tiendas el 3 de marzo de 2017 para Wii U. pero también acompañando a la flamante Nintendo Switch, ocurrió algo poco habitual.
Por supuesto, corrieron ríos de tinta sobre la consola híbrida en los medios especializados de todo el mundo, pero se hablaba todavía más del nuevo Zelda: sobre todo lo que podíamos hacer, de los secretos que aguardaban en Hyrule, de lo bonito que era, de la experimentación que suscitaba en el jugador...
Un inicio espectacular e ilusionante
Y de ese inicio, uno de los mejores arranques de un videojuego. El despertar de ese Link amnésico, y los primeros pasos por la Meseta de los Albores. El lugar parecía enorme, y poco a poco nos iban enseñando, sin agarrarnos de la mano, las herramientas que teníamos a nuestra disposición no solo para viajar por Hyrule, sino para convertirlo en nuestro campo de juego. Y de repente, la paravela. Y un mundo inconmensurable que divisábamos bajo nuestro pies. Lo que habíamos visto, y lo bien que nos lo habíamos pasado, se elevaría a la enésima potencia en las próximas horas, semanas y meses.
Cada videojuego tiene su razón de ser: contar una historia, ofrecer un reto, competir con los demás, representar una experiencia principalmente estética. A Nintendo se le dan especialmente bien los juegos, lo que alguna vez se hemos visto denominado como juego juguete. Títulos en los que solo pulsar un botón ya ofrecen una pizca de diversión, y que incitan a la experimentación, a probar cosas, a juguetear. Breath of the Wild es el mejor jueguete.
Hyrule, nuestro campo de juego
Sus piezas principales son dos. Por un lado, la Tableta Sheikah, un instrumento que nos permitía trastear con el mundo y sus elementos para resolver todo tipo de situaciones: desde dar con soluciones creativas para los rompecabezas hasta despejar de enemigos un campamento, pasando por métodos poco ortodoxos para desplazarnos por el mundo.
Los poderes de imán (para agarrar y mover objetos metálicos), las bombas remotas, el poder paralizar elementos durante un tiempo y variar su trayectoria, y el generar bloques sobre superficies acuáticas; daban muchísimo de sí. Todo eso se combinaba, claro, con unas físicas realistas, unas normas compartidas por todo y un mundo reactivo: el cómo se propaga el fuego, las distintas maneras de aprovechar las corrientes de aire y otras cosas que afectan tanto a Link como a los enemigos.
El servirnos de estas mecánicas y sistemas es, por un lado, necesario porque las armas se desgastan y constantemente hay que recurrir a otras maneras de lidiar con los retos propuestos; y por otro lado, tremendamente satisfactorio porque resolver esos retos a nuestra manera y con nuestra creatividad nos hace sentir inteligentes. Y en este mundo hay mucho donde hacer uso de todo esto: Hyrule está repleta de secretos, de santuarios con puzles fantásticos, de enemigos que nos ponen las cosas difíciles y de momentos mágicos emergentes que nos sorprenden meses después de empezar la partida.
Por si todo esto fuera poca revolución dentro de The Legend of Zelda, la propia historia es completamente no lineal: podemos hacerlo todo en el orden que queramos, así que las distintas piezas del argumento las encontramos desordenadas. ¿Qué mejor manera contar una historia a modo de rompecabezas en una saga que siempre se ha caracterizado por ellos? Y más aún: han pasado más de seis años desde su lanzamiento y el de Switch, y pocos títulos de la consola híbrida son más bonitos que la última gran aventura de Link.
Tears of the Kingdom saldrá el 12 de mayo
Así, el 12 de mayo The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom se verá frente a un legado enorme, ante un predecesor que es sin duda uno de los mejores juegos de la historia. Y por lo que hemos visto y jugado, promete ir más allá en todo: en el mundo, en la exploración, en la épica argumental, y en ese jugueteo que comentábamos. Tiene pinta de que, como ya ocurrió con Breath of the Wild, vamos a jugar durante mucho tiempo a Tears of the Kingdom.
A continuación podéis consultar los anteriores artículos de nuestra cuenta atrás hasta Tears of the Kingdom:
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