Cuando pensamos en Obsidian Entertainment los identificamos con juegos de rol densos donde se nos ofrecen distintas maneras de actuar frente a las situaciones propuestas y con interesantes mundos ficticios, como pueden ser Pillars of Eternity y Fallout New Vegas. Pero hay otros elementos que definen sus juegos: la capacidad de ofrecer un sentimiento constante de aventura y un sentido del humor muy particular. Grounded, el juego de supervivencia que llegó el pasado 28 de julio en acceso anticipado a Xbox One y PC, es Obsidian saliendo de su zona de confort al dejar de lado el RPG, pero es indudable que es un juego de los mismos creadores de The Outer Worlds. Aquí estamos ante un survival inspirado por Cariño, he encogido a los niños (Querida, encogí a los niños en Latinoamérica), protagonizado por cuatro chavales que se ven miniaturizados y atrapados en un jardín repleto de insectos gigantescos en el que tendrán que construir, explorar y alimentarse para sobrevivir.
Los primeros minutos en el jardín: aroma Obsidian
Pocos minutos después de comenzar nuestra primera partida nos damos de bruces con un pequeño chip que aquí tiene transistores más grandes que el niño o niña al que controlamos, y por el que hay que escalar usando las hojas que lo rodean. Pulsamos uno de los enormes botones que tiene y no hace nada, pero si alzamos la vista vemos que hay tres torres que intentan emitir electricidad hacia el dispositivo, aunque dos de ellas no funcionan por algún motivo. El objetivo, sin que nos lo digan explícitamente, está claro: hay que encender el cacharro. Activarlas nos llevará a cortar enormes árboles (que en verdad son pequeños brotes de hierba) para que el rayo pueda avanzar y derrotar insectos que estaban fastidiando los cables, mientras que por el camino nos hacemos al intuitivo sistema de crafteo y al básico sistema de combate.
Una vez lo hemos conseguido, algo explota al fondo del jardín, cerca de un gran roble que nos sirve para guiarnos durante el camino hacia el lugar. Allí nos encontramos, si hemos conseguido evitar a las temibles arañas que hay en las cercanías y no morirnos de hambre o de sed por el camino, un laboratorio en el que habita un robot. Con este robot conversamos del mismo modo que en otros juegos de Obsidian: navegando por árboles de diálogo y soltando alguna carcajada por el sentido del humor con el que están escritas sus líneas. Pero lo que en el futuro se convertirá en el inicio de una trama para descubrir qué nos ha pasado y por qué hay laboratorios enanos en un jardín, en la versión de acceso anticipado se queda ahí. El robot nos da retos diarios que implican explorar el entorno, construir y matar bichos, pero ni la trama avanza, porque no hay más, ni nos encontramos situaciones tan bien diseñadas como la del microchip.
No tenemos dudas de que, si profundizan en lo narrado en los dos párrafos anteriores – algo que se hace en la primera media hora – Grounded se puede convertir en un juego de supervivencia fantástico para aquellos que quieren una experiencia survival guiada por una trama y/o por situaciones diseñadas a mano por los desarrolladores, pero en este early access tan solo hay un anticipo de lo que podría ser en el futuro, rodeado de los sistemas de supervivencia que, aunque interesantes por la propia ambientación y por su versión más accesible del género, también se notan aún un proceso de fabricación.
En qué jardín me he metido
Como en casi todo juego del género, aquí todo se centra en dos pilares: el hambre y la sed. Si tenemos hambre, nuestra salud no se regenera automáticamente; si tenemos sed, la barra de energía que nos permite correr, atacar y bloquear (hay un parry, por cierto) será más corta. Por tanto, tendremos que ir buscándonos la vida para evitar que nos suene la tripa o que nos rasque la garganta. Al principio será suficiente con comernos los hongos que encontramos en el jardín y con beber las gotas que cuelgan de la punta de las hojas – aunque a veces tendremos que calmar la sed con charquitos contaminados que nos aumentarán el hambre.
Pero poco a poco nuestra ambición por la exploración irá complicando las cosas: para ir hasta esa lata de cola gigante que vemos a lo lejos hay que pasar por un nido de hormigas agresivas, y la última vez que lo intentamos nos mataron; de hecho, nuestra mochila con todos los objetos que llevábamos en el momento sigue allí, según el indicador siempre presente en la pantalla (esperamos que esto se pueda desactivar en una futura actualización). Hay que armarse, y para eso hay que construir. Aunque las cosas más básicas, como una lanza que hace poco daño o un hacha para talar tallos la podemos construir en el momento, para fabricar armaduras y mazos con pinchos de ortigas hace falta una mesa de trabajo.
Para no dejarla desprotegida ante los frecuentes ataques nocturnos de los insectos más agresivos (como las larvas, las moscas o, si hemos construido en un mal lugar, arañas gigantescas), habrá que fabricar una casa usando tallos y ramitas. El sistema es bastante satisfactorio y está enfocado al juego cooperativo con otros tres amigos, pues se pueden llevar esos trocitos de rama al hombro, soltarlos en el suelo y que otro vaya encargándose de la construcción; pero nada impide que un solo jugador vaya talando, cogiendo materiales y dando forma a la casa. El fallo aquí está en que hay algún bug al construir: por ejemplo, si estamos poniendo paredes y luego vamos a poner la puerta, a veces nos dice que no hay sitio para la puerta, aunque claramente sí lo haya; y si hay desniveles en el suelo, no nos permite cubrirlos, algo que puede ser un error fatal si nos percatamos de ello después de haber estado un buen rato construyendo.
Con el paso de las horas (tampoco muchas) nuestra humilde morada con cuatro paredes mal puestas y una puerta, y nuestra armadura hecha con hojitas; se convertirán en un casoplón con tejado, escaleras, lámparas iluminadas con savia, marmitas para recoger agua, macetas de las que crecen champiñones…; y estaremos protegidos con cascos samurái fabricados con partes de hormigas y armados con lanzas hechas de patas de araña. Pero no hay mucho más: cada vez que descubrimos un material nuevo, podemos analizarlo en los pequeños laboratorios que encontramos por el jardín para que nos den nuevas recetas que craftear, ¿pero con qué motivo?
Pequeñines no, gracias, hay que dejarlos crecer
Al principio es genial explorar ese jardín en apariencia gigantesco, repleto de túneles, con puntos de interés basados en objetos que han dejado tirados por ahí (pelotas de béisbol, tetrabriks de zumos, figuras de Battletoads, etc.), con insectos adorables unos y aterradores otros… Además, es realmente precioso por el uso espectacular que hace de los colores, de la iluminación y de desenfoque espectacular. Pero pronto uno se da cuenta de que el jardín no es tan grande, que no hay mucho que explorar de momento (el mundo irá creciendo a base de actualizaciones durante el acceso anticipado) y que, por tanto, lo que nos puede llevar a jugar más serán los encargos del robot o el empezar nuevas partidas con amigos – por cierto, cualquier amigo puede entrar a una partida que abramos online y hay juego cruzado entre todas las versiones.
A nivel de contenido, lo que ofrece Grounded en estos momentos se nos antoja bastante escaso y en un par de tardes puedes ver prácticamente todo lo que hay, pero momentos como el del chip, su originalidad y belleza artística, y la promesa de una historia humorística que vaya avanzando mientras mejoramos como supervivientes en este interesante mundo en miniatura, nos dejan muchísimas ganas de que la versión final, que no tiene fecha, llegue a nuestras manos.
Hemos realizado estas impresiones tras jugar a la versión disponible en Xbox Game Pass en PC y en Xbox One X.
