Análisis Truberbrook, una aventura bellísima y deshilachada (PC)
El comienzo de Truberbrook es precioso; en él una motorista llega a una gasolinera abandonada y busca los elementos necesarios para arreglar su moto. Son unos pocos minutos pero en ellos el juego ya muestra algunas de sus bases: unos escenarios hechos a mano, unos personajes estilizados y con estilo y puzles clásicos. Mejor aún es la pantalla de créditos iniciales en la que una DKV recorre un serpenteante camino de ascenso a una montaña mientras, si pulsamos el ratón, suena el cláxon del vehículo. Todo tiene el aspecto de una miniatura real llena de detalles y transmite esa sensación porque, en efecto, los escenarios del juego son reales; se crearon maquetas a escala y después WhisperGames utilizó la fotogrametría para tener la información tridimensional de todos los objetos y reproducirlos.
Con la fotogrametría y la posterior topografía de la imagen se consiguen unos resultados bellísimos y es posible trabajar con iluminación real, lo que enriquece muchísimo el aspecto del juego. Los escenarios muestran un aspecto y transmiten sensaciones diferentes según la hora del día o al cambiar las condiciones metereológicas.
Es una técnica muy trabajosa pero el resultado merece la pena ya que le da una personalidad potente y encantadora que, en este caso en concreto, es importante ya que el verdadero protagonista es Truberbrook, un pueblo ficticio de la Alemania rural al que llega, sobre la década de los 60, Hans Tannhauser, científico que investiga la física cuántica y vivirá una aventura de ciencia ficción llena de misterios en los que están involucrados los curiosos habitantes de la localidad.
Unos personajes casi caricaturescos con nombres del folclore y cultura alemanes
El aspecto artístico es el más destacado del juego, tanto por los escenarios como por los estilizados y casi caricaturescos personajes, la mayoría con nombres que remiten a obras culturales y del folclore popular alemán.
Esta excelencia visual tiene solo algunos puntos bajos en ciertas animaciones de los personajes, pero está constantemente dando destellos de satisfacción visual al jugador durante la historia que, por cierto, es bastante corta y que resolvimos en unas cinco horas, aunque tuvimos que empezar partida otra vez porque se produjo un fallo en la primera que jugamos que llegó a corromper el archivo de guardado.
El visual es el único apartado en el que Turbebrook consigue brillar.
En todos los demás parte de propuestas prometedoras, pero no logra desarrollarlos bien. La historia es interesante y despierta la curiosidad del jugador, pero se va deshilvanando, quedan muchos flecos sueltos como si el estudio hubiera tenido que ir recortando hasta quedarse con apenas unos pocos detalles o, tal vez, apuntando a nuevos capítulos, aunque queda el efecto de una acuarela demasiado diluida, es como explicar algo complejo de forma atropellada que deja abiertos demasiados interrogantes, aunque el final intenta recomponerse.
A lo largo de todo el juego se alternan escenas trabajadas, con puzles buenos y diálogos ingeniosos, con otras apresuradas y resueltas a la ligera. Algo similar sucede con algunas escenas o transiciones que parecen pensadas para alargar la duración del juego simplemente impidiendo que se puedan avanzar diálogos o escenas dando, una vez más, la sensación de que ha habido que arrebatar todo y recortar lo que pudiera haber sido un juego mucho mejor con un desarrollo más sosegado y trabajado.
El humor en los diálogos ayuda a dar sentido a algunos puzles
El humor planea sobre buena parte de los diálogos, las situaciones oscilan entre el surrealismo de la serie Twin Peaks y el absurdo de los videojuegos de Monkey Island, y hay incluso alguna ruptura de la cuarta pared en un movimiento realmente divertido. No llega a ser un elemento definitorio del juego pero sí logra dar cierta coherencia a algunos de los rompecabezas más ilógicos; cuando los desarrolladores se muesran conscientes de ello. Lo que sucede es que ese no tomarse en serio a sí mismo no siempre funciona igual de bien y en algún caso suena a excusa ante un trabajo poco cuidado.
El mayor problema que tiene Turberbrook es que no cuida demasiado lo que es la esencia de una aventura gráfica: los puzles, y no solo porque haya unos cuantos que no tienen ningún sentido sino porque, como sucede con la historia, en algunos casos da la sensación de haberse diseñado con prisa y cierto desorden de forma que cuando llegamos a un escenario nuevo simplemente vamos recogiendo todo lo que encontramos por el camino con la convicción de que más adelante se nos pedirá de una manera u otra.
Es posible ver lo que Hans tiene en el inventario pero no se puede interactuar con ningún objeto que haya en él, con lo que no es demasiado útil esta opción. Como en buena parte de las aventuras gráficas actuales, pulsando la barra espaciadora se vé con qué elementos es posible interactuar en cada pantalla y el menú de ruleta en estos puntos calientes muestra las acciones que se pueden realizar en cada momento y aparecen también los objetos que se pueden utilizar en ese punto concreto, así que nada de probar combinaciones de objetos a lo loco. Por lo general,Los puzles más consistentes y acertados son aquellos que se resuelven en una sola pantalla.
Una banda sonora con altibajos
La música, una especie de jazz relajado, acompaña con acierto la mayor parte del juego estando de fondo o con notas delicadas y suaves, pero tiene algunos momentos en los que decae. Las voces están en alemán o en inglés y los textos están en varios idiomas, entre ellos el castellano, con una traducción buena. Un detalle que llama la atención es la inclusión de un "modo niños" que modifica algunos detalles como que los personajes no fuman o no aparezca un consolador.
Conclusiones
Algunos juegos entran por la historia, otros por la jugabilidad y otros lo hacen por el aspecto. Truberbrook quiere convencer a los jugadores en todos los aspectos, y las bases de las que partía eran buenas, pero solo consigue destacar en el estilo artístico del juego. El uso de los escenarios a mano le da al juego un aire atemporal y encantado, realista y muy personal, pero la historia -que sí es ingeniosa- tiene bastantes goteras, se arrebata y tropieza en sí misma y la jugabilidad se enturbia por puzles mal planteados o escenas innecesariamente largas. Aun así, es un entretenimiento bello, que se disfruta de forma relajada y que logra transmitir al jugador esa sensación placentera de ir por las calles de Trubenbrook.
Hemos realizado este análisis con un código que nos ha proporcionado Headup Games.