Análisis Townscaper, ciudades de bolsillo (PC, Xbox Series X/S, Xbox One, Switch)
Hay una costumbre casi inherente a los city builders que consiste en relacionarlos con la gestión y administración de las ciudades, y no tanto con la mera construcción de casas, barrios y, en definitiva, espacios públicos. Frente a esa tendencia está Townscaper, un juego-juguete que huye de cualquier burocratización del género y apuesta únicamente por el mero placer de crear desde cero. Es un proyecto que Oskar Stålberg, su autor original, ha estado cocinando a fuego lento durante el algo más de un año que lleva en acceso anticipado. Ahora su versión 1.0 ya está disponible tanto en PC, a través de Steam, como en Nintendo Switch, y próximamente también en iOS. Todas estas versiones llegan editadas por Raw Fury con una buena variedad de idiomas disponibles, como español de España, de Latinoamérica, euskera, gallego o catalán.
Construcción sin objetivos
En Townscaper no hay más objetivo que el de dejarnos llevar por nuestra creatividad, ni más recursos que nuestros dedos toqueteando la pantalla (tiene controles táctiles en Nintendo Switch, lo cual es una gozada) para ver cómo surgen bloques en mitad del agua. Y esos bloques se convierten en casas, las casas en edificios y los edificios en ciudad. O no. Podemos crear cualquier cosa, como puertos sinuosos o grandes monumentos megalíticos que se erijan en mitad del océano. El límite está por un lado en nuestra imaginación, y por otro en la retícula que delimita el tamaño de la ciudad que podemos construir. Nada más.
Y es que la magia de Townscaper es todo lo que oculta entre bambalinas para que cualquier improvisación urbanista acabe devolviéndonos una composición estética. Apenas podemos tomar decisiones con respecto a lo que sucede en la ciudad, más allá de escoger dónde queremos que se construya un nuevo bloque: el propio juego se encargará de conectar las casas del mismo color creando estructuras a veces más imposibles que otras. Poco a poco iremos entendiendo su lógica para poder tener más autoridad sobre lo que sucede, pero siempre dejándonos llevar por las conexiones automáticas que crea el propio juego.
Los límites de la imaginación
Quizás esto es uno de los puntos más flojos de Townscaper, la poca capacidad de modificación que permite, aunque también puede ser una de sus principales virtudes: aquí no merece la pena venir buscando un juego de construcción minucioso o profundo, sino una experiencia algo más guiada por la propia dirección artística de la obra. No es casualidad algunas de las decisiones que se ven plasmadas en ella, como la irregularidad de su cuadrícula (ninguna celda va a ser completamente recta, por ejemplo, lo que fuerza la sinuosidad de cualquier construcción) o la forma en la que se generan decoraciones urbanas automáticamente (aparecen bancos, macetas o escaleras públicas sin que nosotros las pongamos ahí de manera voluntaria).
Hay muchas formas de jugar a Townscaper -o jugar con Townscaper, si nos ceñimos a la idea de que es un juguete virtual-, como intentar recrear el barrio en el que vivimos, construir un escenario para nuestra próxima partida de rol o pulsar aleatoriamente la pantalla y dejar que el propio juego cree un espacio pseudo-ordenado partiendo de nuestro input caótico. Todas son válidas gracias a la mencionada manera que tiene de convertir casi cualquier estructura en un espacio más o menos verosímil, lo que también ayuda, como bien explica Hugo Muñoz Gris en Nivel Oculto, a explorar las posibles vidas de un lugar ficticio; mientras construimos con bloques de colores en el juego, también lo hacemos en nuestra mente ejecutando un hilo discursivo de quién vive en este pueblo y cómo lo hace. Es algo que sólo existe en nuestra imaginación, pero que termina de completar la propuesta de Oskar Stålberg y permite que nuestra interacción con ella se alargue durante todo el tiempo que estemos dispuestos a sumergirnos en esa idea de construcción creativa.
Por último, hay también toda una colección de detalles que consiguen que este juego sea plenamente satisfactorio a los sentidos y, desde lo inconsciente, nos mantiene atrapados en un ejercicio que roza lo zen: el chapoteo del agua cuando colocamos una nueva superficie, el sonido de cada nuevo bloque que creamos, la forma en la que aparecen y desaparecen las casitas que colocamos o eliminamos… De nuevo, en Townscaper nada está hecho por casualidad, todo persigue un interés por hacer satisfactorio la mera construcción, y en Nintendo Switch eso se ve multiplicado por la genial adaptación de los controles a su pantalla táctil.
Conclusiones
Bien podríamos pedirle a Townscaper que tuviera más herramientas de edición, o que al menos nos dejase modificar ciertos aspectos de nuestro pueblo cuando ya hemos establecido su distribución. Es difícil realizar ciertos cambios, como por ejemplo en el color de las casas, o anticipar las decisiones que toma el juego por su cuenta (colocar un nuevo bloque puede cambiar por completo una zona que ya teníamos bien asentada), pero la versión definitiva de este juguete es la que podemos probar a día de hoy, sin grandes cambios a la vista, y poco más necesita para erigirse como lo que verdaderamente es: un coqueto videojuego que nos permite crear espacios encantadores sin tener ni idea de urbanismo, y además hacerlo de una manera especialmente gratificante.
Hemos realizado este análisis en Nintendo Switch con un código digital proporcionado por Raw Fury.