Análisis Onirike, un plataformas en 3D como los de antes (PC, Xbox One, Switch)
Los que disfrutamos con el género de las plataformas (sean del estilo que sean), vivimos una era fantástica. Y es que los estudios y compañías no paran de editar obras relacionadas con esta misma índole, y mes tras mes nos encontramos con producciones de todos los colores, desde auténticos triple A tan despampanantes como las últimas andanzas de personajes como Crash Bandicoot, Super Mario o Ratchet & Clank, a títulos mucho más contenidos y de carácter indie. En este último caso se sitúa la nueva obra del estudio valenciano DevilishGames y que lleva por nombre Onirike, juego que acaba de ser editado en Switch, Xbox One y PC.
El protagonista de esta historia es un curioso personaje, muy delgado y cabezón (parece un Chupa-Chups raruno) que responde al nombre de Prieto. Un tipo que posee la cualidad (o maldición, según el contexto) de volverse invisible y que debe merodear por un lugar de lo más extraño.
Una especie de circo de los horrores en plan Tim Burton en el que tenemos que explorar las diferentes secciones de las que consta el escenario central, que es una especie de mini-mundo abierto. Un decorado en el que se dejan ver seres de lo más particular con los que tenemos que interactuar y que, en muchos casos, nos piden que hagamos o consigamos algo concreto.
Saltos clásicos en 3D
La disposición jugable que pone en liza esta odisea plataformera contrasta frontalmente con todo lo que tiene que ver con la estética que ha sido diseñada para dar vida a esta propuesta, especialmente a los personajes. Y es que si bien dichos tipos son de lo más estrafalario (más tarde entraremos a comentar esto con mayor profundidad), en cambio el sistema de juego es tradicional a más no poder. La jugabilidad está conformada por diferentes ingredientes, siendo evidentemente el plataformeo y los saltos el más importante. Y justamente aquí tenemos que señalar uno de los principales inconvenientes que posee esta obra en nuestra opinión: el manejo del protagonista. Al menos en Switch, que es la versión que hemos probado, se aprecia un ligero lag bastante evidente que aunque te acostumbras, no deja de resultar molesto. Y en un título de esta índole, le pasa factura a la jugabilidad.
La exploración también tiene su relevancia y es posible recorrer diferentes lugares, bastante variados aunque de tamaño más bien reducido, que aportan frescura a la experiencia de juego. Los puzles también están diseminados por todo el juego, rompecabezas que nos han parecido algo irregulares. Y es que se combinan algunos (los menos, ciertamente) bastante imaginativos con otros increíblemente simplones y carentes de originalidad que hemos superado una y mil veces antes en otros juegos similares. Otro componente importante es el sigilo, dado que en ciertas ocasiones nos topamos con enemigos que acaban con nosotros casi de un plumazo. Un elemento que tiene su miga, porque una de las notas distintivas que alberga este título y que ya os hemos comentado es que el protagonista se va haciendo invisible a cada segundo que pasa. Un elemento muy importante porque, por un lado, es fundamental para pasar inadvertido en según qué momentos del juego pero, por otro, si permanece mucho tiempo en ese estado, desaparece.
Para solventar este problema, debemos consumir un vegetal muy especial que aporta luz a Pietro, la gypsophila, unos brotes que es posible ir plantando en los escenarios que vamos visitando. Un componente, el más original en nuestra opinión de todos los que conforman la jugabilidad y que está bien resuelto. Y para terminar, a medida que progresamos vamos obteniendo algunas habilidades especiales (no demasiadas), las cuales aportan esa sensación tan necesaria de progreso. Una dinámica jugable que resulta bastante variada y lo suficientemente atractiva como para animarnos a seguir avanzando, aunque es justo precisar que puede resultar demasiado básica para ciertos jugadores.
Dejando de lado ya la parcela jugable y entrando a comentar su acabado visual, estamos ante una de esas propuestas que, con solo echar un vistazo a una pantalla o vídeo del juego, rápidamente le identificas. Y eso se debe a la línea artística que se ha plasmado para diseñar a los personajes, que parecen muñecos de plastilina diseñados por Tim Burton de pequeño. Es cierto que puede no terminar de convencer a todos los jugadores por su particular estilo, pero insistimos en que resulta muy original. Los escenarios son otro cantar, punto en el que una vez más encontramos de todo, desde localizaciones bastante bellas a otras demasiado oscuras y poco detalladas. Lo que es menos salvable es el rendimiento del juego, al menos en Switch que es la versión que hemos probado, que en más ocasiones de las que nos gustaría la tasa de cuadros por segundo se resiente de forma apreciable. Un acabado técnico, en suma, con demasiados altibajos al que se añaden melodías que encajan bien con la acción, efectos que cumplen con su cometido y un buen doblaje a nuestro idioma… a pesar de que algunas frases se repiten más de la cuenta.
Saltos retro algo limitados
La moda de los juegos de plataformas sigue en pleno apogeo y Onirike trata de sumarse a esta fiesta apostando por un estilo muy familiar para todos aquellos que disfrutamos del boom de los arcades plataformeros en 3D que tuvo lugar durante mediados de los 90. Un título que, sobre el papel, posee los ingredientes necesarios para destacar, desde una jugabilidad amena y accesible para un amplio abanico de jugadores a su vertiente estética, muy curiosa. Pero por desgracia, algunos de sus elementos no se han terminado de pulir del todo, aspectos en ciertos casos tan fundamentales en un título de estas características como el manejo o el sistema de detección de colisiones. Y precisamente por esto y a pesar de que sigue siendo un juego entretenido a poco que te guste el género, debería haber sido bastante más atractivo en global.
Hemos realizado este análisis en su versión de Switch con un código proporcionado por BadLand Games.